En las décadas de los años 60, 70 y 80 del siglo pasado, la comunidad de La Puerta, contó con un grupo de personas de un humor extraordinario, que lograba con sus bromas, graciosas travesuras, charadas y creaciones humorísticas, trascendieran más allá del montón de amigos y de sus propias familias. Gente de la anécdota y del buen humor andino.
De ese grupo de hombres burlones, jodedores, “mamadores de gallo”, humoristas, hacedores de bromas, la comunidad recuerda a varios comerciantes como Jacinto Peñaloza (tuvo su comercio a media cuadra de la plaza Bolívar), José del Carmen Matheus (comercio en esquina noroeste de la Plaza), Hugo Rosales Bello (en el costado este de la Plaza), y Ángel González Rivas, el poeta y popular “Guayanés” (comercio en el costado norte de la Plaza); este último, recopiló parte de esas peripecias, ocurrencias y jocosas anécdotas, entre ellas una que de simple y gracioso comentario matutino, se convirtió en un hecho de extraordinaria notoriedad regional, que aquí les comparto.
A lo largo de la historia, pareciera que está latente una especie de amenaza de invasión en contra de la humanidad, por parte de seres de otros planetas. El tema de los extraterrestres, alienígenas y marcianos, ha sido fuente lucrativa para la literatura, comics, cine, y hoy, destaca igualmente, para las recientes generaciones, redes sociales, videojuegos, innovaciones tecnológicas, inteligencia artificial (IA), y hasta con adicción y fanatismo hacia grupos de guerreros y protectores organizados como la llamada “Liga de la Justicia”, y los “Guardianes de la Galaxia”. Aunque parezca incierto, comenzada la segunda mitad del siglo pasado, en La Puerta ocurrió el siguiente hecho.
Un día laborable como a las 7 de la mañana, llegó al negocio del “Guayanés”, su vecino y también comerciante don Carmen Matheus, a comprar el periódico, se instalaron a echar una alegada, cuando también llegaron don Hugo Rosales Bello, don Rafael Paredes y don Jacinto Peñaloza. En un momento de la conversación, comentó don Jacinto Peñaloza: -¿No escucharon anoche la explosión tan fuerte en el Páramo de los Torres? Contestó Don Hugo: -Yo sí la escuché, eso fue una nave extraterrestre que cayó en el Páramo de los Torres, de ella bajaron unos marcianos y que son de color verde y chiquitos, además se comen la lechuga y están arrasando con las plantaciones; hay que estar preparado. Don Carmen afirmó: – Esa verdad yo la supe ahorita cuando abrí el negocio; pero los marcianos apenas son ocho, me lo contó mi compadre Concio Rivas que acaba de llegar del Páramo; lo que más piden es agua y no solo se comen la lechuga, también la zanahoria>> (González Rivas, Ángel. Crónicas de La Puerta. Págs. 22-23. Valera. 2006).
En ese momento que está hablando don Carmen, llega por casualidad Concio Rivas (mi abuelo, decimista, el Cantor de las Siete Lagunas); don Carmen lo ve y con rapidez le pica el ojo a Concio, y le dice:
– ¿No es verdad compadre que en el Páramo de los Torres llegaron los marcianos? Concio sacándose el sombrero, diestro en el contrapunteo y sin pensarlo mucho, le respondió:
– Sí, y el aparato donde llegaron cuando cayó sonó como una explosión.
En efecto, y de verdad sucedió, que todo el pueblo escuchó una fuerte explosión esa noche en el Páramo de los Torres, dicen que pudo ser un aerolito que cayó en la montaña.
Pero mi abuelo Concio, siguió narrando sobre los marcianos, poniéndole más piquete, <<diciendo: – Son chiquitos, verdes y feos. En eso, preguntó un policía que estaba en el negocio: – No sería el carro de los tres nautas que cayó en el Páramo de los Torres? Le contestó de inmediato don Jacinto: – El carro de los astronautas está en la luna>>. Hasta ahí, llegó el conversatorio y poco a poco cada quien se fue retirando a cumplir con su trabajo cotidiano; se podrán imaginar lo que aguantaron los amigos, quienes estaban a punto de reventar de la risa.
Y el simple comentario, se regó como pólvora.
Lo cumbre de esta charada, lo contó el Guayanés, de esta forma: <<Pero la noticia la hicieron regar como pólvora quienes la inventaron, entre ellos este humilde servidor, muy pronto Radio Valera dio la impactante noticia: «Los marcianos llegaron a La Puerta están en el Páramo de los Torres». Cuando menos nos dimos cuenta el pueblo era un hervidero de gente, llegaron comisiones de la PTJ (hoy Cicpc) a la Prefectura y se trasladaron a caballo al Páramo de los Torres, a ver a los marcianos y a interrogarlos. En nuestros negocios se agotaron el pan, las cucas, los besitos, los suspiros, las polvorosas, los jugos, los refrescos, la cerveza, el miche y los cigarros. La gente estaba pendiente en la plaza Bolívar, de los marcianos, esperando el regreso de los que fueron a verlos>> (Ídem); el comentario se convirtió en un notición regional, y éste, en un suceso de connotación policial, que atendieron los investigadores y sabuesos de la Policía Técnica Judicial.
La expectación creada por la charada y el desenlace
Radio Valera que era el medio más escuchado por los trujillanos, transmitía comentarios y mensajes que le llegaban, como estos: que, si La Puerta se convertiría en un campo de vuelos extraterrestres; que, si alguna nave gigantesca se había estrellado en las montañas de las Siete Lagunas, en fin, se preguntaban si era una agresión e invasión extraterrestre, pero que dependía de si los marcianos eran buenos o eran malos. Todo un maremágnum.
El poeta González Rivas, continuó su relato: <<En la tarde llegó Don Hugo y nos notificó que la Disip estaba investigando quién hizo la llamada telefónica a su despacho y a Radio Valera, porque ya tenían conocimiento que era falso la llegada de los marcianos a La Puerta. Don Hugo nos recomendó cerrar nuestro negocio hasta el día siguiente mientras pasaba la inquietud por el impacto de los marcianos, le hicimos caso y cerramos los negocios. Don Hugo se montó en su camión y se fue para Caracas, tranquilo y sin nervios, muerto de risa>> (Ídem); Hugo, nieto de italiano, con el que pude conversar y compartir bastante, era un hombre de un humor fino e inteligente.
Mientras, los inquietos bromistas, se escondieron. Parte de la comunidad, desde la Plaza, veía subir a los funcionarios policiales, por la feroz “Cuesta de los Rondones”, para llegar al Llanito. Las comisiones de pesquisas de la PTJ, fueron en bestias -no existía carretera para vehículos-, se dividieron el Páramo, una de las comisiones, se fue a investigar en ruta a Los Pozos, Las Cruces, Las Moras Piñas, Mal Paso, San Rafaelito, Las Piedras Blancas, La Mesa Alta, Cerros San Antonio, San Felipe; y la otra, se dirigió hacia La Mesa del Alizo, Xicoque, La Loma Colorada, Los Alicitos, La Lagunita. El otro Lado, La Popa, El Curubo, El Picacho, La Aguada, El Arbolito, La Boca del Monte, Loma Larga y La Perdía, casi llegando a lindes con Montecarmelo, que eran los caseríos que existían y llegaron hasta donde pudieron entrevistar a los habitantes, y confirmaron lo del espantoso ruido, sin embargo, no determinaron qué fue lo que lo produjo.
El testimonio del Guayanés, nos descubre el desenlace, así: <<Por la tarde bajaron las comisiones de la PTJ, cansadas, muertas de hambre y más calientes que plancha de chino, porque no encontraron a los marcianos. Sólo se informaron de una explosión en la montaña, por la noche. Al día siguiente abrimos nuestro negocio con un poco de temor no nos fueran a hacer presos por inventar cosas inciertas>> (Ídem), subieron y bajaron a caballo, investigaron lo de la explosión, y en síntesis, podemos decir de esa jornada -emulando a don Luis González, el Cronista de Valera-, que se trajeron el Páramo en las nalgas.
Como colofón de este relato, el Guayanés escribió lo siguiente: <<Como a los dos días el rumor sobre los marcianos pasó; una mañana llegó a mi negocio el policía que estaba el día que inventamos la llegada de los marcianos a La Puerta. Con voz fuerte dijo: -No se ha podido saber quién fue el que llamó para la Disip y Radio Valera, si se descubre quién fue, irá preso por embustero y agitador; yo me río y le pregunto: ¿qué ha sabido del carro que usted creyó cayó en el Páramo de los Torres? El agente me contestó: – No se ría amigo porque yo creí que era el carro de los tres nautas que cayó en el Páramo>> (Ídem). Así concluyó, la burlona charada, que se convirtió en un suceso policial, con momentos de curiosidad, espera, expectación y hasta miedo, en la comunidad trujillana.
La enseñanza de este episodio, es que, más valor tiene la vida, cuando se disfruta con alegría y buen humor.