Nuestra ciudad ha sido producto del esfuerzo y del trabajo honesto de miles de valeranos, que a diario salen a laborar en la urbe para llevar el sustento a sus familias. Como ejemplo recordamos a esos hombres emprendedores que a comienzo de los años 1940, con su mística y constancia ayudaron a construir Valera.
Entre esas personas, destaca Lucio Hernández, un fígaro que tenía su barbería frente al recordado “Conticinio” en la avenida 10. Lucio además de cortar el cabello, arreglaba sombreros y hacía empanadas. Y es que de esa legión de hombres honestos también estaba Tiberio Navas, otro barbero que tenía su negocio frente a los llamados corredores, en la calle 9, una cuadra antes de la Plaza Bolívar, frente a la oficina de Milla, de los famosos autobuses de ARC, que se encargaba de transportar a los valeranos a Caracas, Maracaibo y San Cristóbal, por solo nombrar las ciudades más importantes que desde siempre han tenido contacto con la comarca.
Ya a mediados de los años 50, la profesión de barbero, comenzó a tener su auge en la ciudad, por la parte local destacó Rafael “Pajarito” Montenegro, quien también trabajó entre otros lugares en los corredores junto a Tiberio Navas. Montenegro se distinguía por ser todo un personaje, dicharachero, amable, conversador y muy apreciado por todos los que le conocían en Valera. Dio un importante aporte a la moda entre los caballeros valeranos, luego de haber incursionado en las barberías de Caracas, desde donde trajo a Valera, los últimos cortes de cabello, que popularizó en la ciudad, y luego le siguieron otros fígaros.
También recordamos a la familia Estívala, que eran varios hermanos, entre ellos Giovanny, que montó una barbería en la calle 11 con avenida Bolívar, frente al Abasto Venezuela, llamada Barbería Los Andes, exactamente a una cuadra de la Plaza San Pedro. Era un local con aire acondicionado y de mucho “caché” para añadirle un adjetivo calificativo., allí comenzó Hugo Pierantozzi, otro importante barbero conocido por todos los valeranos, quien luego se independizó y montó su propio negocio en la calle catorce con avenida 10, la barbería “Pierantozzi”.
De la familia Estívala también estaba “El viejo” Estívala, que tenía su local al lado de la Iglesia San Juan Bautista, frente a la plaza Bolívar, cerca del café Isorano de la Familia Cella, que regentaban Salvador, María, Filomena y Doménico Cella. Era una arepera sensacional y un punto de encuentro para todos los valeranos que laboraban cerca de ese perímetro todos los días, o que los sábados y domingos asistían a la retreta de la Banda Municipal “Bolívar”, o a disfrutar de alguna buena película en el eje Cinelandia, Cine Valera o Libertad.
Lo que quiero destacar, es que las valeranas tampoco se quedaron atrás en materia de belleza. Por los años 40, en el antiguo Hotel Haack venía Heberto Soto, un peluquero maracucho, que se instalaba prácticamente un mes, y allí se habilitaba un salón, desde donde realizaba los cortes de cabello y “permanente” a las damas valeranas. No había salones de belleza para damas. Ya para los años 50, llega Rino, casado con la joven Clara Pimentel, hermana de monseñor Pimentel y monta un salón de belleza al lado de Repuestos Contessi, en la calle siete. Posteriormente Mario Iglia, en la casa de don Anselmo Chuecos, dos cuadras abajo de la plaza Bolívar y el Teatro Libertad, instalará el primer salón de belleza mixto de la ciudad, para caballeros y damas, el salón Mario.
Luego la recordada Clara de Genmatto junto a su sobrina Rina, en la década de los 60-70 será la encargada de montar el centro de belleza de la mujer valerana, en la avenida once con calle 11, justo al lado de Radio Simpatía. Luego vendrá el salón de Gabriela de Andrade. Y los barberos cercanos, al mercado municipal en la calle 13, como Gerónimo, Gabelo, Severiano, que también contribuirán a acicalar a los caballeros valeranos con sus cortes de pelo. Era una Valera de trabajo y esfuerzo.
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