En la antigüedad existía la creencia de que había una estrecha relación entre el tipo criminal y ciertas anomalías de la constitución física del individuo, lo cual se ponía de manifiesto en las manifestaciones artísticas y literarias del pasado. En autores de la categoría de Dostoyevski, Zola y Balzac se observa n excelentes descripciones de individuos que presentan ese tipo de anomalías asociadas a perversiones del carácter y lo mismo observamos, en el campo de las bellas artes, en las pinturas de Miguel Ángel, Rafael, etc. Mas adelante, como producto de esa atmósfera cultural surgen pseudociencias como la frenología y la fisiognomía que acogen y sistematizan esas ideas pretendiendo darle carácter científico. En ellas se postulaba que la forma del cráneo, la cabeza, las facciones o la apariencia física determinaban el carácter y rasgos de personalidad, así como las tendencias criminales. Siguiendo esa línea de ideas, el italiano César Lombroso, quien se desempeñaba como médico forense, crea la escuela de Antropología Criminal, siendo para eso fundamental su libro “El hombre criminal”. Lombroso es discípulo de Darwin por lo que considera que existe una esencial continuidad evolutiva del animal al hombre, motivo por el cual las características comportamentales del hombre primitivo y los animales eran, en ciertos aspectos, equivalentes. De allí la idea de que el delito es atávico, es decir, que reproduce en nuestros días una manera de actuar considerada como normal por nuestros ancestros de la antiguedad. Concibe al delito como el resultado de tendencias innatas, de orden genético, observables en ciertos rasgos físicos o fisonómicos de los delincuentes habituales como la malformación del cráneo, protuberancias y asimetrías, determinadas formas de mandíbulas, orejas, arcos superciliares, etc. Sin embargo, sus obras mencionan también como factores criminógenos el clima, la orografía, el grado de civilización, la densidad de población, la alimentación, el alcoholismo, la instrucción, posición económica y la religión. Considera que los rasgos del delincuente genuino (nato) son irreductibles y, por lo tanto, no son corregibles, por lo que la sociedad, para protegerse de ellos, debe secuestrarlos para siempre o suprimirlos cuando su incorregibilidad los torna demasiado peligrosos.En los casos en que sea posible debe intentarse su readaptación. La teoría de Lombroso presenta notables deficiencias desde el punto de vista conceptual y metodológico por lo que actualmente no tiene vigencia. Tiene el mérito de haber creado la escuela de Antropología Criminal y de haber iniciado ese movimiento antropológico. Pero su obra no se limita a la Antropología Criminal debido a que, bajo la influencia de Enrico Ferri, se interesó igualmente por el estudio de los aspectos sociales del fenómeno criminal. Es interesante dar a conocer, con sus propias palabras, como Lombroso llegó a su teoría: “En 1870 yo hacía desde varios meses atrás, una investigación sobre cadáveres y sobre vivos en las prisiones y asilos de Pavia con el objeto de fijar las diferencias sustanciales entre los locos y los delincuentes, sin lograrlo: de repente, la mañana de un triste día de diciembre, encuentro en el cráneo de un bandido toda una larga serie de anomalías atávicas, sobre todo una enorme foseta occipital media y una hipertrofia de la región media del cerebelo, análogas a las que se encuentran en los vertebrados inferiores. Al ver esas extrañas anomalías, así como aparece una llanura bajo el horizonte inflamado, me pareció resuelto el problema de la naturaleza y el origen del delincuente: las características de los hombres primitivos y de los animales inferiores debían reproducirse en nuestros días”. La teoría de Lombroso ejerció larga influencia en el desarrollo del pensamiento antropológico y criminológico de la época, siendo superada al imponerse, en la concepción del hombre, las investigaciones sobre el inconsciente realizadas por Sigmund Freud.