Los Constructores de Valera

Ponencia completa, XIII Congreso de la Trujillanidad

Pedro Bracamonte

 

Por: Pedro Bracamonte

Con la intención de avivar la memoria, quiero afianzar que este llano fue siempre un lugar de paso en el que se caminaba entre matices y visiones. Lo ceñía el silencio, lo rodeaba la soledad, era vecino de la niebla y lo cruzaban tres espumantes ríos manado de nuestras montañas. Nuestro insigne poeta Adriano González León lo describió en este canto:

“Pájaro era la tierra entonces. Por la orilla del resplandor, un gran silbido, los venados y los árboles feroces, el aroma increíble de jumangues, las piedras de brillo extraño bajo las plumas blandidas. Otro tiempo, cien jornadas, mil lunas miserables para tenderle trampas a las lapas. Desde la serranía, el humo encantado a lo lejos. Todas las aves metidas a frutos en las ramas. Por allá, más lejos que quien sabe que, por allá. Fue así.”…

Los pueblos surgen de las necesidades sociales del hombre en su afán de mezclarse. Las ancestrales aldeas como Valera, eran lugares de encuentro, donde iban apareciendo nuevos modos de vida: los caminos trillados dejaron de ser privados; hombres y mujeres desconocidos formaron familias, intereses nuevos y dioses extranjeros crearon vecindad. Los marchantes, al detenerse en la aldea, traían un nuevo tinte para la lana, un nuevo esmalte para el plato del alfarero, un nuevo libro acerca del destino humano. Así creció la ciudad de Valera. Pero antes de ser ciudad estuvo el caserío, la aldea y el santuario; antes del santuario, el campamento, la cueva; y antes de todo esto ya existía la tendencia a la vida social que el hombre compartía con muchas otras especies animales.

El relato con el cual crecimos muchos de nosotros, es el de que, la ciudad de Valera es producto del acto mágico de una donación de cien varas de terrenos para erigir un templo. No pretendo cuestionar esta simple versión de los hechos, pero es vital estimular una sincera investigación sobre una verdad contada a medias. En el principio el número de protagonistas del relato parece haberse reducido a dos: doña Mercedes Díaz y el obispo Lazo de La Vega, ocultando del horizonte a los genuinos constructores de esta ciudad y a cuantos intervinieron con sus ideas y acciones en la formación del sitio de Valera.

Sin embargo, como los relatos arrancan del pasado y sobre todo han de proyectarse al futuro, es importante ahondar en el hecho histórico sobre la actuación, legal o no del obispo Lazo de La Vega sobre el terreno donde actualmente está la Iglesia San Juan Bautista y la Plaza Bolívar de Valera  y si era suficiente para la erección de la casa religiosa y si se quiere la plaza, pero no para erigir parroquia el territorio llamado el Sitio de Valera. Sobre esta situación, el investigador Carlos Montiel, publicó un extenso trabajo intitulado Valera, una ilusión de parroquia, que puede ser considerado como punto de partida para reescribir nuestra historia.

Importante resaltar que el prelado Hilario José Rafael Lasso de la Vega y de la Rosa Lombardo, sirvió con lealtad la causa del Rey y a partir de 1821 abrazó con fervor la de la República. Murió en Quito en 1831, donde 73 años después de su fallecimiento al realizar trabajos de modificación artística de su catafalco en 1904, “fue encontrado su cadáver en estado de buena conservación y tanto es así que permitió ser vestido de nuevo, de pontifical y depositado piadosamente en otro ataúd”, como lo describe el obispo Antonio Ramón Silva en su obra “Documentos para la historia de la Diócesis de Mérida”.

La historia de Valera merece ser difundida y sus fidedignos constructores conocidos, porque no existe una sola Valera, como lo expresa el historiador Ramón Urdaneta Bocanegra, sino muchas Valera. La Valera de los Terán, la Valera de los Díaz, la Valera de los Briceño, la Valera nuestra y la Valera de los inmigrantes. 199 años después seguimos celebrando sin estar plenamente seguros de la fecha de formación del pueblo, pues no hay una data natal exacta. Solo conocemos algunos detalles de la formación de la parroquia eclesiástica, pero también existió la parroquia civil como lo indica la legislación indiana.

Cada 15 de febrero refrescamos datos como que el sitio de Valera se inicia en la hacienda Santa Rita al oeste del Zanjón del Tigre y que en 1820 se formalizó la donación de las varas de terreno, pero mantenemos en el olvido información tan importante que refleja que desde 1810, Gabriel Briceño de La Torre, según el cronista Juan de Dios Andrade, es el verdadero fundador de la ciudad, pues según documentos de doña Ana Hernández Bello de Tejera, para aquel año, Gabriel Briceño ya gestionaba la compra de terrenos a las familias Terán y Díaz con la idea de fundar un poblado. Este ejemplar ciudadano era hermano por parte de padre de Antonio Nicolás Briceño, fue diputado del Congreso de Cúcuta en 1821 y un destacado jurista. A este joven soñador se le debe la donación de más de 200 varas de terreno y fue quien fijo junto al presbítero Manuel Fajardo, el sitio de la capilla y pagó los gastos de su construcción, además de donar los ornamentos religiosos, la campana y delinear las calles y la plaza de la naciente aldea que alcanza en 1860 la categoría de villa y en 1871 la condición de ciudad.

Es importante reseñar que la posesión de tierras en pocas manos, impedía en esa época el nacimiento y desarrollo de los pueblo, lo que magnifica el gesto de doña Mercedes Díaz al donar parte de su peculio al sueño de tener un templo y un pueblo. Este hermoso ejemplo vivirá por siempre en nuestras memorias, como debe vivir y ser reconocido públicamente la labor de los primeros prohombres en esta ciudad que se formó sin ritos, ni arboladuras de insignias foráneas, ni blandir de espadas, sino con trabajo y tesón de soñadores como Pedro Fermín, Ramón de La Torre, Domingo de La Peña, Manuel Dambolena, Domingo Hernández Bello, Felipe Carrasquero y Anastasio Maldonado.

La historia de una ciudad es la historia de su cultura, sus héroes, anónimos muchas veces. Los valeranos seguimos en duda al difundir con mucha timidez el accionar de sus extraordinarios constructores. Resaltan con hidalguía la obra de Juan Ignacio Montilla, Manuel María Carrasquero y la Ernesto Spinetti, un inmigrante que llegó para fundar en 1894 el Club de Comercio en Valera. Igual consideración se debe tener con la gesta social del presbítero Miguel Antonio Mejía, Pompeyo Oliva, Unfredo Lanazabal, Rafael Gallegos Celis, Carmen Sánchez de Jelambi, María Álvarez de Lugo, María Dolores Manucci de Araujo, Américo Briceño Valero, José Luís Faure, los médicos Macrobio Delgado, José Antonio Tagliaferro, Pedro Emilio Carrillo, Rafael Isidro Briceño, José Gil Manríquez y Alfonso Delgado por recordar a algunos.

Alguna vez escuche al Dr. Raúl Díaz Castañeda que parafraseaba sobre la Valera que lo cobijo: “Nombres… Muchos nombre… Marcos Valera, de cuyo apelativo quizás venga el de la ciudad. Águeda González, de quien se dice construyó 1801 la primera casa en el valle. José del Carmen Camacho, probablemente el primer médico que se estableció aquí”.

La lista sería interminable, pero quizás para muchos, solo sea eso una larga lista con quienes esta ciudad está en deuda. Como olvidar a Humberto y Ángela Álvarez de Lugo, Pedro García Leal, Esther Rosario Maggi, sin olvidar a Domingo Giacopini, Constantino Murzi, Carmelo Parilli, Héctor Balestrini, Amadeo Mazzei y a Carradini e hijo que montaron la primera importadora en esta ciudad. Es imposible no agregar a la lista de constructores de esta Valera a Panchita Duarte, al Conjunto Renacimiento, a Pedro Jelambi y Temple Lee, al Dr. Arandia y su botica, a Ana Enriqueta Terán, Ramón Vielma, Alicia Jelambi, Adriano González León, Pedro Malavé Coll, a Monseñor José Humberto Contreras, José Domingo Tejeras, el chino Valera Mora, Juan de Dios Andrade, Alberto La Riva Vale, Jacob Senior, Alberto Maldonado, nuestras glorias deportivas Ricardo Salas y Vicente Laguna y la inolvidable Aura Salas Pizani.

Hay otros nombres, pero poco es el tiempo para nombrarlos en esta hora de regocijo, pero la suma de todos ellos es lo que conforma nuestra gran historia local. Ellos son los genuinos constructores de Valera.

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