Los 125 años de Mario Briceño Iragorry / Por Jesús Matheus Linares

Sentido de Historia

 

 

Mario Briceño Iragorry es el referente intelectual más importante de los trujillanos en el siglo XX.

La carrera intelectual de Mario Briceño Iragorry se inicia en Maracaibo, siendo un niño de 10 años de edad cuando crea junto a un grupo de amigos la revista Venus, una pequeña hoja con intenciones artísticas. Luego cuando regresa a Trujillo aparece Ariel, hoja periodística publicada por él y sus amigos José Félix Fonseca y Saúl Moreno, entre otros, en 1914; es allí donde su actividad intelectual se formaliza y no la abandonaría hasta su muerte.

En Trujillo comenzará su amistad con el doctor Julio Helvecio Sánchez. Al viejo doctor lo acostumbraba visitar en el hotel Cruz Verde, allí probó por vez primera el joven las duras reflexiones de Nietzsche:

“Joven, me di a los humos de la incredulidad y de la negación. Fui ateo. Eso estaba bien con la psicología de la hora. Y claro, a los diez y siete años fui nietzscheano. Me cabe el triste honor de haber sido el primero que habló de Nietzsche en nuestro pobre Trujillo. Y como mi fiebre se las traía, logré transmitirla a aquel viejo admirable que se llamó Julio Helvecio Sánchez, con García, González, Carnevali y [Numa] Quevedo, uno de los más altos representantes de nuestro regional talento. Y el doctor Sánchez llegó a soñar en la muerte libre. Entonces escandalicé a la feligresía trujillana. Don José Miguel Pimentel y don Miguel Manuel Parra comentaban horrorizados mi caso. Solo el padre Carrillo, con su profundo juicio, se atrevió a desafiar, bondadoso y comprensivo, mis humos de demoledor». «Yo sé que usted volverá sobre la fe de sus padres y, aun más, que prestará buena ayuda a nuestra Iglesia”. «Aquello era la profecía de mi fracaso como líder de la impiedad. Escribí entonces un artículo tan violento que ningún tipógrafo quiso ampararlo en nuestra destartalada Imprenta Oficial, menos José Rafael Almarza, en quien influía el místico espíritu de su bondadosa hermana Tula” (Briceño-Iragorry. 1999:310).

Mario Briceño Iragorry se destacó como político y escritor venezolano de la primera mitad del siglo XX. Vino al mundo en la ciudad de Trujillo el 15 de septiembre de 1897. Hace 125 años. Se trasladó a Caracas en 1912 para ingresar a la Academia Militar, donde conoció al futuro presidente Isaías Medina Angarita. En 1914, tras renunciar a la vida militar, regresa a Trujillo donde ejercerá el periodismo en las páginas de Ariel. En 1918 se mudó a Mérida para cursar sus estudios de Derecho, en la ilustre Universidad de Los Andes, en la que se graduó en 1920; la ciudad lo acogió como Director de Política y encargado de la Secretaría del Estado Mérida, además conoció a quien sería su esposa, Josefina Picón Gabaldón.

Luego en 1921 trabajará en la Dirección de Política Internacional del Ministerio de Relaciones Exteriores, junto a Lisandro Alvarado y el poeta José Antonio Ramos Sucre. Se desempeñó además como docente y director del Liceo Andrés Bello. En 1927 de vuelta a Trujillo ejerció como Presidente interino del Estado. En 1932 fue incorporado como Individuo de Número a la Academia Nacional de la Historia y de la Lengua; sus obras Casa León y su tiempo y El regente Heredia o la Piedad heroica, le valieron el Premio Municipal de Literatura y el Premio Nacional de Literatura, en 1946 y 1948, respectivamente.

Este destacado trujillano fue uno de los más importantes ensayistas del siglo XX venezolano. Hijo de Jesús Briceño Valero y María Iragorry. La primaria la cursó en su pueblo natal y el bachillerato en el Colegio Federal de Varones de Valera. Dos años después se trasladó a Mérida para estudiar Derecho en la Universidad de Los Andes, institución en la que tuvo como compañeros, entre otros, a Diego Carbonell, Mariano Picón Salas y Caracciolo Parra León.

En 1922, viajó a Nueva Orleans, donde ejerció el cargo de cónsul de Venezuela (1923-1925). A su regreso a Caracas, recibió el doctorado en Ciencias Políticas en la Universidad Central de Venezuela (1925). En este último año publicó Ventanas en la noche e inició investigaciones de etnografía, lingüística y arqueología. En 1926, publicó Lecturas venezolanas. En 1927, retornó a Trujillo donde fue nombrado Secretario General del Estado, ejerciendo interinamente la presidencia del mismo. En ese mismo año, fue director de la Escuela de Ciencias Políticas de la Universidad Central de Venezuela.

Su carrera política le llevó a ser Secretario de la Cámara de Diputados, Cónsul de Venezuela en Nueva Orleans, Presidente del estado Carabobo, Ministro Plenipotenciario en Centroamérica, Director del Archivo General de la Nación, Presidente del estado Bolívar, Presidente del Congreso de los Estados Unidos de Venezuela y Embajador de Colombia.

A raíz del golpe de Estado que derrocó al gobierno de Isaías Medina Angarita el 18 de octubre de 1945, fue detenido y llevado preso al Cuartel de la Planicie. A los pocos días fue liberado. En 1946, recibió el Premio Municipal de Literatura por su obra Casa León y su tiempo, el Premio Nacional de Literatura por su libro El regente Heredia o la piedra heroica. En 1949 fue designado como embajador de Venezuela en Colombia. Durante este período publicó una serie de libros que lo convirtieron en uno de los más importantes exponentes de la ensayística contemporánea de Venezuela. Algunos de esos títulos son: Alegría de la tierra, Vida y papeles de Urdaneta el joven, El caballo de Ledesma, Los Riberas.

Para 1952, participa en las elecciones parlamentarias por el partido Unión Republicana Democrática (URD), y al no reconocer el “fraude electoral” de Marcos Pérez Jiménez, se refugió en la Embajada de Brasil y se marcha al exilio, a Costa Rica y España, hasta el derrocamiento de Pérez Jiménez, cuando regresó a Venezuela; no obstante, no alcanzó a ver el proceso de instauración de la democracia en el país dado su muerte ocurrida el 6 de junio de 1958. Los restos de Mario Briceño Iragorry fueron elevados al Panteón Nacional el 6 de marzo de 1991.

Nos dejó un importante legado más vigente que nunca hoy día, y nos recuerda “Que nos hemos acostumbrado a tener una historia preferentemente bélica, repleta de la “liturgia de la efemérides” y, como consecuencia de ello, nuestros escritores de historia se han referido muy pocas veces en sus obras a los valores de la historia civil, a los hechos constructivos de los tiempos de paz” Mensaje sin destino.

jmateusli@gmail.com

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