Lo evidente

 

“No hay peor ciego que el que no quiere ver” dice un viejo refrán. Sin la menor acritud se lo recuerdo al grupo aferrado al poder. Sin ironía, sinceramente. El estado de ánimo de la mayoría del país no sólo quedó demostrado el miércoles 23 de enero en Caracas y en ciudades y pueblos de toda Venezuela.
Es que está en todas las encuestas, sin excepción. Incluso en esas cifras de las encargadas por ellos mismos. Es que las protestas espontáneas en sectores populares donde antes ni siquiera dejaban entrar a la oposición, por ejemplo, Cotiza en el Norte de Libertador, es la misma de barrios de Petare o de Catia y se conecta con lo que se siente de la Gran Sabana a la Guajira, del Delta a San Antonio del Táchira.
Es que la gente no aguanta la mala situación que empeora cada minuto y ya casi nadie cree los cuentos de la propaganda. Y es que lo de la mala situación, señores, no admite prueba en contrario.
Es que el bolívar no vale nada, y muchas cosas no se consiguen y si se consiguen son carísimas. Que faltan medicamentos. Que no se pueden hacer los tratamientos. Que fallan el agua y la luz eléctrica y eso que la actividad económica está en mínimos históricos. Que a los barrios no llegan las bombonas de gas. Que hay miles de vehículos sin moverse porque no hay repuestos o porque sus dueños no tienen dinero para repararlos. Que si te roban la batería de tu carro tienes que comprar una de chatarra y entregarla, luego de hacer una cola desde antes de amanecer para que te vendan otra.
Que a la gente le da pavor sacar el celular en la calle porque se lo roban. Que asaltan en camionetas y autobuses. Que escasea el transporte para ir al trabajo o a clases. Que millones de venezolanos se han ido a cualquier parte, como sea, con tal de salir de aquí a ver qué oportunidad encuentran por estos mundos de Dios.
Todo eso, cómo no darse cuenta, es resultado de políticas equivocadas sostenidas implacablemente durante casi dos décadas. Sin contar el despilfarro obsceno de recursos y la corrupción desde los negocios cambiarios y Pdvsa, hasta las trácalas con las cajitas del Clap. Veinte años, porque no fue que llegaron ayer tarde al poder y se lo consiguieron en el último estado. Veinte años son cuatro gobiernos de antes.
Que la Constitución está hecha harapos y jirones la bandera de la soberanía. Que el país no les tiene confianza es evidente. Y ahora el mundo tampoco. Descrédito y nada de crédito. ¿Cómo imaginan resolver tamaña crisis?

 

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