Llegooo el chatarrero / Por Alfredo Matheus

Sentido de Historia

 

 

Me gocé en mi infancia y adolescencia los gritos de unas señoras italianas, muy guapas ellas, iban de casa en casa con unos enormes bultos sobre sus cabezas llamando a la clientela con aquello de: “Sí hay el corti” barato, “sí hay el “corti barato”… Mi mamá Josefa como excelente costurera, dejaba de hacer los oficios domésticos para ir a aquel ameno encuentro con estas damas venidas de la vieja Europa.

Con una paciencia única enseñaban a la clientela “el último grito en telas” que vendían en 40 y 50 bolívares para pagar en cómodas cuotas de 5 Bs., cada fin de semana… Me llamaba la atención de estas elegantes y robustas comerciantes la habilidad para cargar aquellas grandes maletas sobre sus cabezas y no venirse las telas al suelo… «Sí hay el corti barato”, retumba hoy en mis oídos, de una Venezuela de tanta prosperidad económica que le abría los brazos a los italianos para que en esta tierra reconstruyeran sus vidas después de los estragos de la II Guerra Mundial.

 

Música mañanera en calles de Valera…

 

El pregón del amolador… parecía un actor de cine, porte de artista y una creatividad grandiosa para tocar la sinfonía de ilusiones a la que le sacaba bellas melodías que llegaban al corazón de quien las escuchaba. Era una música única que deleitaba a la ciudad en aquella Valera de 1960… A una bicicleta le había incorporado una piedra de amolar, al darle a los pedales; daba vueltas y vueltas y uno gozaba con la fiesta de estrellitas que de allí salían… Cuchillos, tijeras, machetes, quedaban como nuevos.

Fueron muchas las damas que se enamoraban del “amolador” escuchando sus aventuras de cómo había dejado familia y su amada Italia para emigrar a Venezuela en busca de nuevos caminos de esperanza y bienestar… Recordamos con ardiente pasión; “llegooo el amolador” y la inolvidable música de sinfonía que nos levantaba de la cama.

 

El mercado ambulante…

 

El pregón del vendedor de frutas: “Sí hay las naranjas más dulces que el azúcar”. Un señor corpulento de aspecto campesino, le acompañaba un enorme carro de madera donde tenía un mini mercado ambulante; allí había de todo como en el mercado municipal… «Si hay el sabroso aguacate, el delicioso melón, la lechosa zapote, las sabrosas mandarinas, el mango que es un bocado; venga doñita que ya nos vamos”…

Los pregoneros de esa Valera bonita “volaban” por esas calles para vender a los clientes y lectores la gran noticia del día: “Ultima hora, se cayó el puente sobre el Lago de Maracaibo”. La información la llevaban a los extremos para motivar a los ciudadanos a comprar el diario Panorama, Ultimas Noticias, o El Tiempo… Algunos se pasaban de maraca con el pregón: “Urgente, policía celoso mató a su mujer y luego se suicidó”.

El pregón es la forma más antigua de publicidad que conoció la humanidad…Recuerdo al famoso Casanova, en su camioneta Wolsvagen, recorría la ciudad con dos enormes cornetas tipo campana que se escuchaban a tres cuadras a la redonda. En 1965, anunciando la actuación por primera vez en el Ateneo de Valera del gran Simón Díaz. La gran noche musical con el mejor tenor del mundo, Alfredo Sadel… De paso bombardeaba las calles con hojas volantes que enojaba a los sacrificados trabajadores del aseo urbano que al verlo pasar, le gritaban: «Carajo, Casanova, vaya a echar basura a su casa”… Casanova no se molestaba, siempre respondía con la misma frase: “Señores, yo también como” y jajajaja” …

Al que se le ponía la piel de gallina del “arrecharon” que agarraba, era a Monseñor Cardozo, estaba de lo más tranquilo oficiando la misa de la 5 de la tarde en la iglesia San José, cuando hacía su aparición el publicista casanova: “Doñita, aquí están las ofertas del día en abastos “La mano abierta”; tenemos el cartón de huevos por solo 5 bolívares, “vuele”, porque se acaban los huevos”.

 

Y llegooo el chatarrero…

 

Anunciando a todo pulmón: “Compró baterías viejas, aluminio, cartón, y algo más”…Luego apareció el señor Cupertino, en su camioncito 350, informando a las familias: “traiga su colchón viejo, eso vale oro”, «pagamos al brinco”. “No bote su colchón viejo, aquí se lo compramos “yaaa” … Los arregla sillas no se quedaron atrás… «Saque su silla de mimbre, en un abrir y cerrar de ojos se la dejamos como nueva”. “Si no la quiere arreglar; se la compramos”.

Cómo olvidar a Pedro, el lechero que recorría nuestro vecindario con su eslogan: “Aquí está la mejor leche de vaca; sin agua,” … Luego aparecían los vendedores de la lotería de animalitos: “Doñita, sí soñó con el mono, el burro, o el perro, aquí le tenemos el número ganador”. Con una tira de 10 Bs., el jugador ganaba 100 bolívares, se podía comprar alimentos para todo un mes.

En la plaza Bolívar se escuchaba el pregón de los limpiabotas: «Venga, le dejamos los zapatos como nuevos, a 10 bolívares la pulida” … El señor Jorge, con su cesta de dulcería criolla se hizo más que popular en la entrada de las escuelas: “Meta la mano mi niño, meta la mano mi niño; y salió premiado mi niño, pero hay que pagar” …

“El Haitiano”, un señor ya entrado en años y uno noventa de estatura, su voz retumbaba por esas calles: “El tostonero, uy que ricos tostones”. En el momento en que observaba a una agraciada mujer, se inspiraba y exclamaba: “Ayayay, pero que buen tostón, Dios mío” … En horas de la noche nuestras calles valeranas se estremecían de regocijo con la música del carro del vendedor de helados Efe. No sé quien realizó esa grabación, pero al escucharla, aquello impactaba en nuestro ser, la muchachada salía de sus casas para comprar su respectivo helado y decirle al vendedor; por favor, no se vaya todavía para seguir escuchando la música” del “tilín, tilan, tilín tilín”.

Después de las 5 de la tarde, frente al Cinelandia (Av. 11 con calle 10), las vendedoras formaban fiesta con sus gritos: “Sí hay las sabrosas hallacas de caraotas, llévelas, 8 hallaquitas por solo un bolívar” … Un día cualquiera se escuchaba el pregón de los niños: “Sí hay los huevos criollos” … De todos vendedores callejeros que traspasó fronteras valeranas, fue “Alirio, pata e´ croché”, mi vecino en la calle 14. Fue el primer vendedor de perros calientes. Todavía se escucha en nuestros oídos su grito vagabundo: «Lleeeegaaaroooon los peeerroooossss”.

 

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