Libro «Educar para humanizar la humanidad»

Antonio Pérez Esclarín

La covid19 ha puesto de manifiesto muchas de las carencias de nuestra sociedad y, en especial, de la educación. Esta pandemia ha señalado la brecha de desigualdad que existe entre nuestros alumnos y el escaso poder de innovación que posee nuestro sistema educativo. Ante esta realidad, urge que reflexionemos y nos planteemos en serio cómo educar en estos tiempos de modernidad líquida, profundo relativismo ético y postverdad.

No es fácil responder una pregunta tan seria, pero pienso que, en primer lugar, y como nos lo propone el Papa Francisco, cuando nos invita a sumarnos al Pacto Educativo Global, habría que hacer todos los esfuerzos necesarios para garantizar a todos una educación de calidad, que es el medio esencial para el desarrollo personal y social.

Esto exige defender la educación pública como derecho fundamental y combatir la mentalidad que quiere hacer de ella una mercancía. Junto a esto, debemos abandonar de una vez esa educación que enseña a responder preguntas intrascendentes y ajenas a la realidad e inquietudes de los estudiantes, y trabajar por una educación que nos enseñe a  interrogar permanentemente la realidad de cada día para  descubrir los mecanismos de opresión y discriminación,  y promueva el pensamiento crítico y autocrítico.

Educación que nos enseñe no a repetir información, sino a procesarla y analizarla. Educación para resolver problemas, que nos enseñe a desaprender, aprender y reaprender permanentemente; que promueva más que la enseñanza el aprendizaje continuo. Educación que se integre y articule cada vez con mayor firmeza con las familias y las comunidades. Educación que reflexione sobre el uso poco adecuado y la excesiva mitificación de las tecnologías, que tiene el peligro de propiciar y fomentar  una educación bancaria, transmisiva y no una educación que promueve el pensamiento crítico, el  aprendizaje y coaprendizaje permanentes, el diálogo de saberes.

Pero más allá de todo esto, la educación debe retomar con fuerza su esencia humanizadora y orientarse a la formación de los valores humanos esenciales que nos permitan realizarnos como auténticas personas, convivir con los otros diferentes, y defender la vida humana, animal y vegetal donde quiera que esté siendo amenazada, maltratada y destruida. Educación que considere la diversidad como riqueza, fortalezca la cultura democrática,  y combata los comportamientos racistas, discriminatorios    y excluyentes. Educación que enseñe a conectar corazón, cuerpo y cerebro, que  también cultive nuestro mundo interior, mediante el desarrollo de la inteligencia emocional y espiritual. Educación  que nos enseñe a vivir plenamente,  a convivir con los otros diferentes y con la naturaleza, y a vivir para los otros, a gastar la vida en el servicio eficaz a la construcción de un mundo justo y fraternal.

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Fuente:

ANTONIO PÉREZ ESCLARÍN

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