Laudelino Mejía, cultivó su arte de pueblo para el pueblo

En vida recibió todos los reconocimientos posible, pero el más significativo para él, era el cariño que le brindada su gente.

 

El músico es un componente de la música como producto de la mente humana, es el nutriente  del alma, receptáculo donde se alojan los más hermosos y sensibles ideales del infinito universo; y por lo tanto, debe poseer estas sencillas pero fascinantes condiciones: armonía, composición y buen gusto; ser agradable al oído, provocar isócrono acompañamiento, suscitar bellos sentimientos, y en cuerpo y alma alcanzar el anhelado nirvana filosofal, esta introducción se le acredita  la ONU con la cual define al músico. Pues bien la hemos tomado ya que en esas palabras dibujamos y se agrupa al más grande de los íconos musicales parido por esta tierra de grandeza como lo es Trujillo, hablamos del maestro Laudelino Mejías, el creador de Conticinio de quien hoy se celebra su natalicio.

Genial en sus creaciones, sencillo en sus costumbres, modesto y decoroso en su manera de vivir

Laudelino Mejía, es un Ilustre trujillano, músico compositor, de su historial podemos decir que cultivó como dueño absoluto una vida pletórica y sumamente interesante que con el tiempo se fue plegando de laureles, eso gracias a su altísimotalento, a su arte, a su música, a su don de gente, a sus conocimientos de las artes y sobre todo al esfuerzo que desde muy niño le impregno a su vida.

Naciera un día como hoy, 29 de agosto de 1893, producto de la unión del músico don Aparicio Lugo y doña Juana Paula Mejías.

Es de la mano de su progenitor que comienza a cultiva sus cosecha musical. El clarinete fue su instrumento de presentación, ya había aprendido de su padre lo relacionado ala composición y el solfeo. Con esa base logra complementar su estudios y formación musical con los hermanos Vásquez quienes comandaban una banda de 13 músicos, de ahí pasó a integrar la escuela Filarmónica, dirigida por su fundador, el sacerdote español Esteban Razquin y con el maestro italiano Marcos Bianchi, (1908). Desde ese momento su vida cambió por completo y de apoco se fue apoderando de la miradas y admiración de todos, su gran talento habla por él, y acompañó durante toda su existencia bien conocida por todos.

Un 30 de noviembre de 1963 fallece en la ciudad de Caracas a la edad de 70 años el icono más grande de la música trujillana. Pero aunque han trascurrido casi 55 años de esedía luctuosa, Laudelino Mejía sigue vivo en Trujillo, su presencia se ha mantenido vigente, ese pueblo que el adoró y aplaudió su éxito nunca lo ha olvidado, han sabido mantenerlo presente con sus recuerdos constante ya que Don Laudelino es un hombre asociado al arte trujillano, su legando es una expresión viva y latente de la cultura regional a la cual siempre le dedicó su trabajo, su creatividad y su amor que se plasmó en el vals más hermoso de Venezuela, Conticinio.

En 1967 vista al redacción del Diario Occidente de Valera, es atendido por su amigo, Luis González, para desmentir acusaciones en su contra por el supuesto plagio de Conticinio la cual le hacía una señora de apellido Carmona, quien lo señalaba su prueba

Alma del pueblo, con inspiración en el silencio

Conticinio fue la obra maestra de Laudelino Mejía entre las más de  300 composiciones que dejó. Según el concepto de Conticinio que registra el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, provine del latín conticinium, que se refiere a: Hora de la noche, en que todo está en silencio.

Conticinio, aunque parezca irreal es un término muy poco utilizado según refleja el escritor, Israel Quijada, estudioso de laobra y vida de Laudelino Mejía. “Conticinio una palabra que muy poco se oye en los labios del ciudadano común y su significado está asociado precisamente al silencio. Dicen que el Conticinio es un momento de la noche, cuando la madrugada se aproxima, en que todo parece aquietarse y sumergirse en el silencio absoluto. No es una hora específica, sino un momento en que la noche se hace profunda, que todo calla. Suena a silencio, a tranquilidad. Describe un momento especial, cuando todo parece dormido, cuando todo espera, cuando uno está consigo mismo”.

Sin duda alguna que el vals Conticinio, envuelve en si una magina llena de encantos y muchos misterios, los cuales se volvieron atractivos y lleno de ensueños que con solo palabras no se percibe, hay que escucharle,sentirle, disfrutarle y así entender su profundo significado.

Conticinio es para nosotros los trujillanos un vocablo de virtudes, del hablar cotidiano de la gente en donde se refleja laadmiración por este virtuoso dela música que a los 28 años en 1991 en la ciudad de Valera le dio vida a su gran obra y con la letra de otro grande como lo fue el poeta Egistio Delgado lo inmortalizaron.

 

 

Testimoniales para un ser de grandes sentimientos

Este aparte vamos a reflejar cinco testimoniales bien calificados de quienes han conocido muy de cerca la vida de este trujillano que supo reflejar el amor, la nostalgia y los más puros sentimientos a través de su arte, la música.

 

Apegado a su comarca

La acuciosa periodista, Reyna Cegarra dice que el maestro Laudelino Mejía: “Nació para ser hijo de Euterpe, y reconoció su vocación artística siendo fiel espectador de los músicos de retreta, evento musical tradicional del Trujillo ancestral. Destacado clarinetista con alto grado de asimilación y superación, virtudes que le valieron para recibir ofertas de becas para seguir estudios en el exterior, las que rechazó, optando por quedarse en su comarca, la que amó profundamente.  En 1.921 se trasladó a la ciudad de Valera como Director de la Banda Lamas, es el año en que compone dos de sus valses más famosos, «Mirando al Lago» (inspirado en el Lago de Maracaibo) y su inmortal «Conticinio» inspirado en la nostalgia producida por estar lejos de su terruño natal. Es la obra que lo internacionaliza y calificada como el segundo himno de los trujillanos”.

 

Músico que veía notas en el cielo

“Glosario a Laudelino”, es el título del libro del Profesor Alí Medina Machado en el cual dice: “Es la identificación sentimental de los trujillanos, producto de la inmovilidad de los sueños. Músico que veía notas en el cielo. No queda otra alternativa que solicitarle silencio a su propio corazón. Se enferma el alma cuando se abandona el terruño. Canto al heroísmo. La semilla dulce que se siembra en el cuerpo”. Son construcciones literarias aristocráticas con similitud a algunos pasajes del Cantar de los cantares de Salomón, o de Rayuela de Cortázar, un sentido de pertenencia de Mi infancia y mi pueblo de Briceño Iragorry”.

Un cantor poeta de su tierra

En 1964 en un acto en el Ateneo de Valera, el poeta Raúl Díaz Castañeda, presentó Palabras en Elegía para Laudelino, de ese texto hemos extraído algunos fragmentos.

“Aparicio Lugo, el padre, había sido también hombre de lucha que, en contra de lo que se haya escrito y pueda decirse, no sólo le dio al primogénito, como acatando leyes de mayorazgo, toda su sensibilidad musical, sino la largueza del comportamiento y la amplitud del alma. Quien se había elevado a bachiller y músico desde una bedelía gris en el viejo Colegio Federal que dirigía don Tomás Carrillo, no podía comportarse de otra manera. Tan así es que cuando la muerte lo sorprende, todos los hijos convivían bajo el mismo techo: el que nació de su primera aventura amorosa y los legítimos, que vinieron después. El biógrafo tiene que olvidarse de su época y «meterse dentro del pellejo de sus personajes» si quiere comprenderlos. Cuando Laudelino nació el 29 de agosto de 1.893, del vientre humilde de Juana Paula Mejías, por ilegítimo estaba condenado a un futuro tenebroso. Era el hijo de una aventura de juventud, que en aquellos años era obligado bautismo de hombría. No obstante el padre le tiende la mano protectora, gesto que si hoy tiene legal obligación entonces era solamente magnánimo desprendimiento, porque los hijos se engendraban para pulirse la masculinidad, con una irresponsabilidad animal que por falta de patrones nadie medía, y se contaban con una euforia viril terrible, con la misma vanidad que se contaban las carcas en la cacha del revólver por los enemigos’ muertos. Por oso la rivalidad que ha querido pintarse entre el padre y el hijo carece de verosimilitud. Aquel pasaje de la «Norma» de Bellini, que el padre con las manos enfermas ejecuta mal y; el hijo cree poder tocar mejor, no fue irrespetuoso; desafío, sino subitáneo anhelo juvenil de: querer hacer las cosas”.

“Cuando Laudelino abre los ojos a la música el vals vivía quizás sus horas más brillantes. En sus comienzos es una danza con atrevido enlace de parejas, que los burgueses oponen con brío revolucionario al aristocrático minué. Rebelde desafío a los cánones impuestos por una sociedad en decadencia que, como todos los fenómenos incubados con el calor del anhelo popular, rompe prontamente sus prístinas ligaduras y embarga el sentimiento de los grandes compositores. Su temperamento profundamente romántico se adaptaba singularmente a este género melódico. Ha sido el mejor compositor venezolano de valses, no precisamente por la complejidad de sus creaciones, sino porque logra darle a lo sencillo un toque de infinita pureza, con el sortilegio de la nutrida musicalidad de su estilo. Lo que Laudelino hizo fue poner en los oídos de las gentes de su tierra la exclamación que les entibia la sangre, cuando contemplan los pincelazos en el aquí y el allá de su naturaleza. Lo que hizo fue templar las cuerdas de su exquisita sensibilidad, para traducir a un fascinante idioma de vibraciones el colorido de las cosas visibles y la misteriosa intimidad de las abstractas. Creaciones tan llenas de armonía, tan suavemente entretejidas las variaciones, que la alegría o la tristeza que podamos sentir al escucharlas, no emana de su particular esencia sino del propio estado emocional.Laudelino fue un compositor congénito, un aedo, un cantor poeta de su tierra”.

 

Hombre de su pueblo y sensitivo como pocos

El historiador y crónica, Don Luis González resalta de Laudelino Mejía ese amor y apego a su tierra de que la que sentía un profundo amor. Lo califica como un hombre de pueblo y sensitivo como muy pocos. En su Libro, “La Música Trujillana: Historia, Caminos y Pisones”, Don Luis escribió lo siguiente: Laudelino Mejías fue un hombre enamorado de su tierra. Las pocas veces que ha salido de Trujillo, lo ha hecho obligado por circunstancias imperiosas, realizando con ello un gran esfuerzo. Desde niño se acostumbró al paisaje de la montaña, no por un sentido meramente contemplativo, ni por romántica manía de soñador que se entretiene viendo las nubes, los cerros, los pájaros, los árboles, sino por una fuerte inclinación temperamental hacia él, deseoso de sentirlo, de vivirlo, de penetrarlo con su música. Entre esotérico y panteísta, ha buscado siempre sus mejores fuentes de inspiración en la naturaleza. Genial en sus creaciones, sencillo en sus costumbres, modesto y decoroso en su manera de vivir, hombre de su pueblo y de su tiempo. Sensitivo como pocos, ha sido un fiel intérprete de las cosas de la montaña. Al igual que Manuel Cabré respecto al Ávila, empeñado en captar con su pincel las bellezas que rodea el valle de Caracas, el Maestro Mejía es el artista que se ha propuesto traducir en notas musicales el paisaje de la montaña andina. Sus composiciones reflejan el clima, los ríos, las cumbres, las nieblas que pasan. Se siente Tan ligado a su medio, que casi se confunde con los elementos que lo integran. De allí el gran aliento telúrico que se desprende de su obra”.

“Una prueba muy elocuente de este arraigo suyo a la tierra, es su célebre valse Conticinio, que se convirtió  en una especie de segundó himno regional para los trujillanos, sobre todo cuando estamos fuera de Trujillo. Ese valse fue escrito en Valera, en 1923, en momentos en que el Maestro «Mejías pasaba una corta temporada, de regreso de Maracaibo ansioso de reintegrarse a su vieja ciudad nativa, de donde se había visto obligado a salir hostilizado por la incomprensión de los gobernantes regionales, que se negaban a prestarle la debida protección a la música. Y una noche se quedó ensimismado, evocando desde Valera la majestuosa serenidad de las noches de luna de la Quebrada de los Cedros, que desde su niñez le habían servido de «refugio para sus disquisiciones artísticas; creyó escuchar en medio de esta evocación, como otras veces, las sencillas notas musicales que se desprenden de las aguas como un himno permanente de la montaña; le pareció sentirse rodeado una vez más por la acogedora quietud de aquel paisaje familiar, testigo de sus sueños; se vio tentado así de «cerca por el sortilegio de una extraña inspiración; tomó lápiz y papel, entre dormido y despierto, y con asombrosa facilidad, como si estuviera copiando algo que ya se sabía de memoria, trazó a grandes rasgos la melodía de «Conticinio». Este nombre significa la hora más silenciosa del anoche, y traduce con toda propiedad el motivo de la inspiración de ese valse «Conticinio» es un mensaje de la tierra, recogido en la quietud de una madrugada luminosa de la montaña por las manos del Maestro Mejías”.

 

Elvins Humberto González

Elvins2020@hotmail.com

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