Madrid, 25 jun (EFE).- Jonathan lleva apenas veinte días en España y ya habla como si llevara toda una vida aquí. En este corto periodo de tiempo ya ha trabajado y su jefe se ha negado a pagarle, ya ha compartido «un cuarto pequeño que no tiene nada» y ya ha pedido comida en iglesias: «hay días que solo comemos una vez».
Este venezolano entró a España como muchos otros latinos, como turista, pero se encuentra en situación irregular ya que su intención al venir siempre fue la de quedarse.
Hace unos días se manifestó en Madrid delante del Congreso de los Diputados español por el día del Refugiado, donde un par de centenares de personas reclamaron un mejor acceso a las citas administrativas en Extranjería para gestionar su situación.
Ahora acaba de regresar de la plaza Elíptica de Madrid, en el sur de la ciudad, donde empresarios pasan con sus vehículos a recoger a migrantes para llevárselos a trabajar por jornadas, de manera ilegal, sobre todo para labores de obra y construcción.
No ha tenido suerte, dice a EFE, la policía «andaba rondando» y pocos vehículos se han atrevido a parar ante posibles multas y detenciones: «la vida de un latino es fuerte, porque yo llego solo, no tengo a nadie, nunca había pensado que aquí no le dan trabajo a uno. Estamos en el siglo XXI y nosotros vivimos una esclavitud».
Y lamenta que los migrantes en situación irregular sean «mal pagados y vejados», pues «nos maltratan, nos ponen a trabajar y no nos quieren pagar. ¿Por qué no nos dan la oportunidad, aquí hay compañeros que comemos una vez al día”.
«HAY PATRONES BUENOS Y OTROS REGULARES, TODAVÍA NO ME CONSEGUÍ UNO BUENO»
José tiene una casuística distinta a la de su compatriota, ya que recibió asilo político porque salió de Venezuela por la situación del país y por persecución de la Policía, uno de los elementos necesarios de acreditar para obtener el asilo.
Pese a ello, su situación laboral no dista mucho de la de Jonathan, ya que los solicitantes de asilo deben esperar seis meses desde que presentan la solicitud para poder trabajar de manera legal. A las 05.30 de la mañana acude a Plaza Elíptica a probar suerte.
«Se sobrevive como lo hacemos muchos, un día de trabajo, dos y vas guardando hasta completar el pago de la habitación, para comer si no estás trabajando hay iglesias y organismos que dan un desayuno o un almuerzo, si estas trabajando hay veces que se va uno y pasa todo el día sin comer hasta que al final de la tarde cobra y compras algo», cuenta a EFE.
«Soy carnicero profesional y conductor de camiones, nunca había trabajado en la construcción y hay patrones buenos y otros regulares, todavía no me conseguí uno bueno pero ahí estamos», asegura con ironía.
LAS CITAS EN EXTRANJERÍA, UNO DE LOS GRANDES ESCOLLOS
Alán es hondureño, licenciado en Comercio Internacional, y tuvo que salir de su país por la presión de las pandillas. Intentó dos veces entrar a Estados Unidos y tras sendos intentos fallidos regresó «aún peor» a Honduras y forjó su marcha a España.
«Tuve que venir en silencio, solo mi familia sabía que me iba, vendí todo y me vine», narra a EFE este joven que se ve obligado a ocultar su situación a su familia para evitarles sufrimiento.
Explica que uno de los grandes problemas que encuentra tanto él como el resto de migrantes es la falta de acceso a citas en comisaría y en Extranjería, ya que «uno busca en la web y no encuentra, está cerrado, no hay cómo entrar y solo hay una forma como en todas partes, pagando».
Una situación sobrevenida de la pandemia, que desde el Colegio de Gestores Administrativos de Cataluña (COGAC) asocian con «falta de personal y organización».
Marc Giménez Bachmann, ponente de la Comisión de Extranjería y Nacionalidad del COGAC que lleva 25 años asesorando a migrantes para regularizar su situación, indica a EFE que existen «problemas muy grandes» para conseguir cita con la Policía.
«Hay un drama para los ciudadanos extracomunitarios y para los comunitarios aún más, porque en la Unión Europea hay libertad de circulación, pueden venir aquí y trabajar, pero tienen que solicitar el NIE -número de identidad de extranjero-, para estos absolutamente nunca hay citas, por lo que se vulnera un derecho comunitario», añade.
Según critica, un ciudadano español tarda «diez minutos» en renovar su carnet de identidad, pero uno extranjero «tarda 45 días» en conseguir cualquier tarjeta.
Alán se resigna y comparte que, al fin y al cabo son «personas ilegales intentando hacer lo justo, lo bueno».
«Mi familia no conoce mi situación actual, me preguntan cómo estoy y les digo que muy bien», reconoce, y por eso reclama papeles para todos, «que sea un país libre para todos, no que nos lo regalen, sino que nos ayuden a hacer los procedimientos al menos».
Macarena Soto