Las ocurrencias del padre Francisco Rosario / Por Oswaldo Manrique

Sentido de Historia

 

 

Han señalado algunos escritores, que la anécdota no sólo es el circulante de la historia, sino la puridad de la realidad, y cuando se trata de aquellas cargadas de originalidad, gracia y fino humor, nos descubre el ingenioso y singular talento de su protagonista. Nos hemos propuesto aquí, desempolvar viejos libros y rescatar unas pocas de las traviesas y simpáticas ocurrencias del presbítero trujillano Francisco Antonio Rosario, quien amó y sirvió a la patria de forma ejemplar; se aspira compartirlas con los que tienen la generosidad de leer algo más de este olvidado prócer de la república, y para difundir en breves pinceladas, sus virtudes, sus rasgos y características como hombre y como ciudadano ejemplar. La siguiente, es una pequeña selección de una recopilación más extensa publicada en el portal lapuertaysuhistoria.blogspot.com, y corresponde a la etapa de transformación de cotidianidad y espiritualidad de este maestro de ciudadanía.

Temprano, resuelto y ejemplar servicio a la patria

 

Aun cuando no sea rigurosamente una anécdota, el padre Francisco Antonio Rosario fue uno de los precursores del constitucionalismo y forjador de la Provincia de Trujillo, al igual que prócer de la patria. Como autor de la Proclama de 1811, que dotó de principios y direccionalidad ideológica, filosófica y política a aquel experimento de gobierno y nueva sociedad, agregada a la revisión de la Constitución Provincial, en ella se exhorta a los «fieles trujillanos», a disfrutar de la libertad, enseñándolos que esta, no podía convivir con «un padrastro que oprime y degrada la Patria», este planteamiento de estilizada crudeza, solo es producto del talento de un Sacerdote con convicciones libertarias.

 

El brindis que nutre

 

De la selección de las agradables e interesantes anécdotas que ha registrado la historiografía, cuenta aquella en la que el cura Rosario, después de su cambio de cotidianidad, cuando sus amigos iban a visitarlo, el magistral sacerdote los recibía con la alegría y el buen trato de siempre. Cuando el visitante esperaba el ofrecimiento del café o de alguna bebida exquisita que acostumbraba a brindar el Padre en sus tiempos profanos, este le ponía una mano en el hombro y se lo iba llevando al oratorio y le decía: Vamos a nutrirnos como debe ser ¡Vamos a rezar el Santo Rosario! por supuesto, esto sorprendía al visitante.
 

A los curas también los espantan

 

En 1947, encomendaron a don Mario Briceño Iragorry, elaborar la biografía del padre Rosario, y de esos pasajes que encontró, incorporó varias al Pequeño Anecdotario Trujillano, entre ellas la siguiente:  Se dio vida de lujos y placeres, en lo que el mismo cura llamó sus “tiempos de locuras”. Pero un día de 1827, iba de La Puerta hacia Mendoza y tuvo un percance que le cambió la vida. Era de noche y al llegar a subir a un sitio del sinuoso camino, especie de herradura, conocido como el «Zanjón del Diablo», cerca del caserío «Los Cerrillos» «la fina mula lo echó a tierra, por el susto que el bruto también ocasionó la presencia relampagueante y terrífica del propio Demonio. En el suelo, rendido por el golpe fugaz del Engañador, el padre Rosario, como Saulo, escuchó el reclamo amoroso del Altísimo, que prometióle la salvación del alma a trueco de vida penitente y reglada. Recobrado del asombro, voló la pierna a la mula fiel y siguió espantado el camino hacia Mendoza>> (Briceño, 39 y 40); es decir, «como alma que lleva el Diablo».

A partir de ese hecho, el Cura abandonó los lujos, donó su fortuna, dormía en el suelo, libertó a sus esclavos y hasta sus hermosas espuelas de plata las abandonó, el hombre quedó espantado. Uno de sus biógrafos, el doctor Vicente Dávila, médico e historiador, aclaró que la transformación espiritual y de vida del levita se debió a un estado febril, propio de una grave enfermedad (Dávila, 294); pero, siendo una u otra la causa, lo importante es que se dio cierta madurez, que consolidó en él, sus virtudes humanas de caridad, solidaridad, castidad y obediencia, en fin, esto acentuó su condición de hombre ejemplar y como piadoso pastor de los desamparados.

Un atrevido constructor de obras sólidas

 

El poeta Régulo Burelli Rivas, escribió que Rosario, su paisano, fue <<un hombre de trabajo y de empresa, y por ende un civilizador>> (Burelli, 12). Sin lugar a dudas, fue un hombre emprendedor, de hechos y obras, que favoreció al Valle del Bomboy, y lo demostró cuando siendo un hombre de significativa fortuna económica, construyó un Templo para la comunidad de Mendoza, para lo cual tuvo que hacer un gran movimiento de tierra por ser el terreno muy inclinado y también estrecho. El Padre contrató los obreros y alarifes necesarios quienes rompieron la base del cerro, que era parte del terreno en que se edificaría, pero como le pareció insuficiente para hacer el atrio, se las ingenió con los obreros y procedió a la construcción de un muro alto y rellenarlo de tierra y piedra, para formar un plano al nivel del piso de la Iglesia, no le importó el costo económico. Igualmente asumió los gastos para que el acceso al Templo, debido al declive, se pudiera subir en forma cómoda, por una cuesta disimulada (Castro 38), es la hermosa capilla de Mendoza, denominada Capilla del Padre Rosario, obra religiosa y cultural, que aún se mantiene en pie y en uso.
 

Hasta el rostro lo prestó

 

El dinero para adornar la capilla, sus ornamentos, vasos sagrados, cilicios, la elaboración de los altares e imágenes necesarias, también lo aportó, así como, lo de los cuadros representativos de los patronos del pueblo Nuestra Señora del Rosario y San Antonio Abad, sobre este, hubo la dificultad para pintarlo, pues como no se contaban con modelos, guías y no existían retratos, en estos casos acostumbran los artistas, utilizar como modelo a la persona que decidía o ponía los cobres. El San Antonio de la Capilla de Mendoza, según el padre Castro <<era muy parecido al padre Rosario, de manera que no había necesidad de haberle conocido personalmente o de ver su retrato…para formarse idea de su fisonomía>> (Castro 41). Lo contradictorio y como muy propio de la manera de ser del padre Rosario, es que nunca quiso que se le hiciera retrato ni se le pintara. Es posible que accediera por esa circunstancia y en lo interno y con cierto desgano, dijera:
– ¡Todo sea por honrar a Dios!
 

Uno de los adelantados chispazos libertarios de este sacerdote

 

Rosario era de decisiones dinámicas. A raíz de los sucesos del 9 de octubre de 1810 en la ciudad de Trujillo, a los pocos días, tomó la decisión de apoyar la Junta Revolucionaria de Gobierno, y asimismo, hizo un acto de desprendimiento que sorprendió de manera ejemplar, a los líderes de aquel movimiento, en su mayoría hacendados, terratenientes, curas y letrados. Ese acto dadivoso,  será objeto de reconocimiento, en la sesión del 29 de octubre, cuando aceptan y le dan las gracias por  << la generosa aplicación que hace de su renta por un año para la defensa de la patria, cuyo homenaje tan distinguido y singular, se admitió por esta Superior Junta>> (Dávila, 293). El levita puso en el tapete el nivel de compromiso de los líderes; no esperaba gratificación ni recompensa, lo que demostró el resto de su vida; sin embargo, muchos de los acaudalados y ricos terratenientes fueron renuentes a colaborar económicamente con la causa emancipadora.
 

Sábado y la ronda de los mendrugos

 

Dentro de la ocurrencia de hechos curiosos del Pbro. Rosario, recopilados por el padre Enrique María Castro, no podemos pasar por alto lo siguiente: El ayuno, la flagelación corporal, la penitencia permanente, andar con la enorme cruz a cuesta, no eran suficientes para su depuración de lo profano, tenía que igualar la penuria, y le dio por salir los sábados, <<junto con los pordioseros a suplicar un mendrugo>>. Un día de esos, ocurrió el siguiente fortuito: andando con algunos mendigos, llegó a la casa de una familia adinerada de Mendoza, la dueña al verlo, se llenó de alegría y lo saludó:

Adelante, Padre; siéntese un momento que enseguida vuelvo -díjole. De inmediato regresó la dama y encontró al Padre parado en la mera puerta.

– Pase, padre, y siéntese -le insinuó con halago y alegría la señora.

– Yo no vengo a hacer visita, sino a pedir limosna -díjole mostrándole la escudilla en que solía recibirla.

– Sí, Padre; aquí le traigo la limosna –agregó la dama mientras ofrecía al Padre una onza de oro.

– No, señora. El oro que yo tuve, yo lo distribuí entre los pobres. Para mí solo necesito hoy un pedazo de pan con que saciar las necesidades del día. Esa moneda distribúyala entre los necesitados de Mendoza, a quien buena falta les hace la caridad de los poderosos>> (Castro, 41), así respondió el legendario anacoreta, extendiéndole una sonrisa.

Consulten al doctor Rodillas

 

Como Pastor respetado y venerado, sus feligreses lo buscaban para hablar con él, en aquellos momentos en que tenían problemas, y el Padre al ser interpelado les decía que el único auxilio era acudir al «Doctor Rodillas», porque es a éste a quien debe apelarse en tan importante trance, para obtener las instrucciones necesarias a fin de conseguir la respuesta, el rumbo o la solución que se requería, por eso recomendaba a sus vecinos y pueblo espiritual que con la mayor frecuencia posible y sobre todo en sus necesidades <<consulten siempre al «doctor rodillas» con preferencia a todo otro doctor o persona docta que pudiera darles consejo, porque el «doctor rodillas» les dará esos consejos y las instrucciones que necesitan con más acierto que cualquier otro>> (Castro, 83), se refería a la necesidad de la oración.
 

Su Oratorio en la Puebla Indígena

 

Con el pueblo indígena de La Puerta, que se mantenía casi totalmente puro en ese tiempo, tuvo una especial relación y trato. Antes de donar su fortuna, y en un lote de terreno que allí tenía, se le ocurrió construir un Oratorio. Pero pensó en no repetir lo de los encomenderos, de darle la advocación a un Santo irrelevante para los indígenas, por eso buscó ponerle el nombre de alguno que se relacionara con los sentimientos de ese pueblo, y le puso al Oratorio el nombre de Virgen de Guadalupe de indios, expresión religiosa de la que seguramente Bolívar le conversó, en su primer encuentro con el Cura trujillano, a raíz de su experiencia con la manifestación Mariana más gigantesca que pudo ver en su vida, como fue la que presenció en México, de dicha Virgen. Al entrar en su periodo de pobreza voluntaria, el padre Rosario, pasaba más tiempo en este lugar, donde se sentía con más libertad para sus penitencias y sus rezos, por supuesto, siempre de rodillas, que dejaba de hacer cuando pegaba el rostro al suelo, o flagelaba su cuerpo.

Tras la Partición fraudulenta del Resguardo Indígena de La Puerta, y su violento desalojo, el Oratorio le fue adjudicado a un inmigrante italiano, y fue saqueado, en la búsqueda de las «pepitas de oro» del padre Rosario. La tradición oral de nuestra Parroquia repite, que en el siglo pasado y también en este, aún se escuchan los extraños ruidos, esos que llaman espantos y aparecidos, en dicho sitio y sus alrededores, inclusive, se oye a medianoche el encendido de motores, el arrastre de cadenas, el hachero.

La especialista en asuntos etnológicos Isabel Aretz, quien visitó a La Puerta, los calificó como «Espantos que se oyen y no se ven», y los recoge en su obra Manual de Folklore Venezolano, pág. 188.
 

Enemigo frontal de la “michera”

 

 

La historiografía registra en su repertorio de anécdotas, algunas graciosas reacciones en relación a su guerra contra la “michera”, el padre Rosario era enemigo de los vicios y del aguardiente, los que traficaban con esta bebida, al avistarlo, se escabullían y escondían por miedo a sus regaños, dejando abandonadas a las bestias con la carga, <<Cuando el Padre se acercaba a los animales, los detenía, y hablaba como si estuviera un interlocutor o varios, diciendo: – ¡vean qué maravilla, los animales saben andar solos conduciendo aguardiente ! ¡Cómo se ha de acabar así el vicio de la embriaguez, cuando los mismos brutos transportan por sí solo este licor venenoso de un pueblo a otro sin necesidad del auxilio del hombre>> (Castro, 58).  Después de las ruidosas y simpáticas «jartas», dejaba ir a los animales con sus cargas, pero si conocía a los dueños, destapaba los botellones o los barriles y botaba el aguardiente y gritaba:

Díganle al dueño de este aguardiente, que el padre Rosario lo derramó en el camino para hacerle un bien (Castro, 59), la gente, según este biógrafo, le toleraba estás acciones, persuadidos de su buena intención.
 

Orate, chifle, desquiciado, loco, le gritaban al edificante patriota

 

Al asumir definitivamente el mundo de la penitencia y el sacrificio, realizando largas caminatas descalzo, y cargando la pesada Cruz hasta Escuque, algunos lo miraban con extrañeza, hubo los que le lanzaban piedras, otros hacían burlas, risotadas, y le gritaban ¡Orate! ¡Desquiciado! ¡Deschavetado! ¡Chifle! ¡Loco!  A estos irrespetuosos calificativos, con mucha humildad y vocación de maestro, le replicaba:

– ¡cuando yo estaba loco, me tenían por cuerdo; ahora que estoy cuerdo, me tienen por loco! Así, sobrellevaba con dilatada paciencia y sensatez, la incomprensión de la gente sobre su estado de expiación, y además, les sonreía.
 

Tras la agresión, la sonrisa del Padre

 

Un día estaba el Padre Francisco, tratando de encausar a uno de los feligreses para que saliera de ese mundo de perdición, que lo estimulaban al pecado. Estuvo conversando con él, dándole razones, y el hombre groseramente lo mandaría a comerse una «paila de achicuca», con el mayor irrespeto. Entonces le insistió en su llamado, y el hombre seguía con el irrespeto, el Padre en medio de esa situación, se mantuvo << ¡siempre contento, siempre con una dulce alegría y serenidad que solamente la verdadera humildad da al corazón! Cualidades son estas exclusivas de la sólida virtud>> (Castro, 69), de la virtud, y mucho, de la capacidad o coraza de tolerancia que tenía, sobre todo, para sonreír el irrespeto.
 

Sonriente hasta en su último viaje

 

Su ahijado el Dr. Ricardo La Bastida, al ser informado de la muerte de su padrino, se trasladó a Mendoza, en su mula rápidamente desde “El Cucharito”, donde vivía, al llegar a la casa de la familia Rumbos, lo primero que hizo, fue observar el cuerpo y le besó los pies; también don José Teodoro Rumbos, su vecino y asistente, y el señor Mariano Briceño, Mayordomo de Fabrica de Mendoza, pudieron ver de cerca y comentar, que, <<Su rostro, después de muerto, quedó lleno y sonreído; de manera que no parecía muerto>> (Castro, 107), para este biógrafo, el estado del Padre, aparentaba estar sumergido en un dulce y tranquilo sueño, <<en el que veía imágenes halagüeñas que le hacían sonreír>>; hasta en el último viaje, siempre sonriente.
 

La llegada del vino, un milagro

 

Lo cumbre de esta antología, es uno de los más fulgurantes chispazos del ingenio del Cura Rosario, quien fue un gran conocedor de la geografía trujillana, la que recorrió en finas mulas, y también a pie, se dice que tuvo oportunidad de guiar a Codazzi, por nuestras serranías.

Don Mario Briceño Iragorry, en su obra Los Fundadores de Trujillo, 1929, insertó un comentario que le hiciera el geógrafo e historiador Américo Briceño Valero, a propósito de la explicación sobre la recorrida del pirata Granmont a La Puerta, en 1678, al escoger la vía indígena del páramo que <<era tan corto su desarrollo, que refiere la tradición que a la hora de vísperas de una fiesta solemne en Mendoza, advirtió el sacristán la falta del vino y despachó entonces el padre Rosario un indio que fuera a comprarlo al puerto de Gibraltar y como regresó con el alba, lo atribuyeron a milagro los moradores, ya olvidados de la existencia de aquella vía>> (Briceño, 81); el Cura sonreía satisfecho al recibir el resultado del encargo, igualmente, le causó gracia el singular comentario de sus vecinos.
 

Las patas de camello del padre Rosario

 

Cuándo murió el Padre Rosario y fueron a lavar el cuerpo para vestirlo, con cierta admiración de las personas que estuvieron allí, vieron <<que se le habían formado dos grandes callos en las rodillas, tan enormes que no parecían callos de cuerpo humano, sino de pata de camello, como dos planchas abultadas y convexas adheridas a las rodillas. ¡Tan enormes eran! >> (Castro, 106).  La explicación que dieron los entendidos sobre esta malformación física, fue que la generó su hábito de estar de rodillas orando,  y se le formó una especie de clavos que van penetrando la carne viva hacia adentro, o sea la que queda sobre el callo, causando doble dolencia. Por supuesto, si le hubiesen preguntado a él,  habría respondido sonriendo, que fue de tanto acudir al «Doctor Rodillas».
 

La huida: con curas presos no se hace Independencia

 

Durante varios días de diciembre de 1818, tuvo la preocupación de asistir al Sínodo de la Diócesis de Mérida de Maracaibo, a la que pertenecía y había sido convocada por el Obispo Lasso de la Vega, a realizar en 1819, irían los Vicarios, los Curas,  estos tenían que presentar obligatoriamente el informe de la realidad de su curato, eran tiempos de guerra en ese espacio difícil de  confrontación entre la Colonia española y la República independiente.

Maracaibo era una dependencia realista,  sin embargo, era obligatoria la asistencia, para el Cura de Mendoza y La Puerta, conociéndose su rebeldía, el interés era no perderse de los temas que se iban a discutir y las decisiones que se iban a tomar. Era el parlamento cural. Muchos Sacerdotes comprometidos con la Independencia, enviaron poderes, el padre Rosario según las actas, al parecer asistió, pero aprovechando una oportunidad, se fugó del pleno dejando un apoderado, probablemente el señor José Teodoro Rumbos, que era la persona de su alta confianza y vecino. No se supo cuándo ni cómo salió, tampoco cuál fue la ruta que tomó, o si usó disfraz y menos el medio que utilizó, si fue en embarcación lacustre o en bestia por los páramos; el asunto fue que salió de allí y se salvó del riesgo que lo apresaran (Sinodales Maracaibo, 1817, 1819 y 1821), otros sacerdotes, hicieron lo mismo.

Sirvan estos brevísimos relatos para evocar, a este digno Maestro, por su renovación, con sus virtudes, falencias y contradicciones, por integrarnos en Provincia, un trujillano que amó a su tierra y su gente, personaje humanitario y patriota que simboliza nuestro gentilicio; por todo eso, lo recordamos en la conmemorativa de los 176 años de su fallecimiento, exhortando una vez más, a las autoridades municipales, regionales y nacionales a iniciar el traslado de sus restos mortales al Panteón Nacional.

 

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