LAS LÁMPARAS SOBRE EL CELEMÍN | Por: Francisco González Cruz

 

“No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa”.
Mateo 5,13-16

En estos “lugares en espera” que se han convertido los campos y de ciudades en Venezuela, existen milagros de esperanza. Existen aquí y allá iniciativas que se salvan del desastre a punta de creatividad y esfuerzo: agricultores, comerciantes, industriales y artesanos, profesores y maestros, choferes, académicos y trabajadores de la cultura, amas de casa y paremos de contar, que dan cara a los malos tiempos y con mucho trabajo sobreviven con dignidad.

“Islas de cordura” las llama Margaret Wheatley, una prestigiosa consultora en materia organizacional que, cansada de intentar cambiar grandes estructuras dominadas por la codicia y la desconfianza, optó por dedicarse por promover pequeños cambios en estructuras locales y pequeñas, que puedan mediante ágiles articulaciones, provocar cambios cuánticos.

Eso está pasando en todas partes de nuestro sufrido país, pues muchas personas que deciden rebelarse a la inacción o a la emigración, ponen en marcha iniciativas o dan fuerza a las ya existentes para no dejarlas morir. Son testimonios de la fuerza espiritual que anida en el alma venezolana, templada en todos estos años. Cada quien conoce algunas de estas realidades esperanzadoras.

Todos nos hemos encontrado o somos protagonistas de ese instinto de supervivencia que saca fuerzas de donde son muy escasas, para sostener y mantener una vida digna y servir al bien común. Y todos podemos divulgar esos ejemplos para que sean imitados y animen a más y más personas y organizaciones que se pongan en el camino de la construcción de mejores realidades.

El Ateneo de Valera es un ejemplo. Fundado hace más de 70 años, de pronto se encontró con su excelente sede propia inundada de militares y militantes extremistas y apagada su intensa labor cultural. Desde hace algunos años sobrevive itinerante, con varios de sus ateneístas activos y en crecimiento.

En Escuque, tierra de nubes y poetas, hace unos días se celebró en evento cultural luminoso, con niños, jóvenes y adultos mostrando sus talentos en un homenaje que todos los años les brindan a los héroes civiles que día a día construyen identidad y futuro. La vieja casa del Ateneo, en nada ideales condiciones, se llenó de alegría en una excelente exhibición de versos, danzas y canciones. Todo financiado por sus propios animadores y los modestos empresarios locales. En sus alrededores despiertan los cafetales.

La Academia de Mérida es un portento de disciplina y calidad, en medio de una ciudad en crisis que tiene a su Universidad como víctima de los enemigos del conocimiento. Sus sesiones semanales, su febril actividad en la divulgación de la ciencia, la tecnología y la cultura, su tesón en avivar el fuego de la sabiduría en la docta Ciudad de los Caballeros, dan testimonio de esta fuerza espiritual que no se apaga.

Se pueden, y deben, llenar páginas y páginas de estos milagros de perseverancia que emergen por todas partes. Islas de cordura, de sensatez, de coraje, de realidades que están aquí y ahora, que proclaman que aún en medio de la oscuridad una vida más luminosa es posible. Personas concretas que todos los días se enfrentan a las sombras y hacen brillar cientos de lucecitas.

Estas iniciativas virtuosas muy pronto desencadenarán una sinapsis de conexiones de enormes energías, que iluminará con gran potencia el camino de la libertad, que es el sustento primario de la creatividad humana. Estás islas de realidades con base a grandes esfuerzos de pasión y empeñó, de amor y coraje, se pondrán de manifiesto, como cientos de lámparas en el celemín, iluminando el camino de la Venezuela posible.

 

 

 

 

 

 

 

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