Las convenciones (De lo justo y lo injusto)

 <Al que no quiere aprender, mejor es no enseñarle: pues, cuanto menos sepan los demás, más sabremos nosotros> Andrés Ortiz. Oses. Apotegmas y Sentencias, en Así no habló Zaratustra.

Nombrar convención es referirse a pactos entre humanos o naciones y se vincula la acción con normas y acuerdos donde la “cosa” como le gusta a los filósofos es lo central en lo acordado. La reflexión es obvia: ¿Cuándo ese acuerdo refleja lo conveniente para un todo social? ¿Hasta dónde llega un derivado de lo convenido como algo cercano a la ética utilitaria? ¿Importa que los convocados tengan cierta experticia en la argumentación de valores y teorías implicadas para resolver conflictos cuando muchas veces ni siquiera han podido resolver los propios? No tengo respuestas universales al respecto y apenas me atrevo a defender la necesidad de apelar a los trabajos de J. Habermas quien en este siglo colocó en el centro de esos problemas su excelente obra Teoría de la Acción Comunicativa. Con esto quiero decir que cuando en una convención se discuten acuerdos que tienen consecuencias para toda la sociedad, una profunda limitación es la de los políticos decidiendo sobre algo cuyos riesgos no atinan a medir porque hace buen rato dejaron de investigar y de leer. El efecto es mucho más fuerte sobre toda la sociedad cuando el vacío ético-moral y de valores implicados en esas negociaciones sobre la crisis venezolana está ausente. Pongamos por caso lo justo y lo injusto. Justo e injusto pueden abordar como términos un juicio de valor fuera del marco jurídico, sobre todo cuando los temas y sujetos vienen del mundo de vida de la política o de distintas miradas de lo moral. La tradición del debate implicado en esas palabras sin embargo es bien puntual: Justo es un fin del derecho, es respeto, es ley, es equidad. Mientras que injusto juega más por el lado de lo mítico-religioso donde los dioses no siempre son justos. Su estrategia es ubicar lo malo, lo criminal, lo ilegal, lo prohibido, lo falso y lo inadecuado. Como se percibe en lo expresado, son presuposiciones e intuiciones que se oponen en su sentido. Por ello al distinguir bien los sentidos de esas palabras distinguiríamos el impacto de los riesgos que tienen nuestras acciones, tanto en lo individual como en lo colectivo. Dicho de otra manera: Toca el sentido ético-estético de lo convenido si en ello se afecta a toda la sociedad. Es por eso que la responsabilidad del político y del gobernante no solamente está obligada al escrutinio público, sino personal. En consecuencia los adjetivos bueno o malo no nos permiten evaluar impactos, mientras que justo/injusto sí. Que la herencia teórica de Platón, Sócrates, Hobbes, Kant, Rousseau, Bergson, entre otros, aún en este siglo sea motivo de reflexión en centros del conocimiento de naciones con alta calidad de vida ya nos dice algo de las consecuencias de nuestros políticos y su desgano por aprender analizando con argumentos serios sus errores. Aquí está a mi juicio buena parte de nuestra tragedia. Basta con contarle el número de términos no comunes en sus aburridos discursos a esos pequeños seres predicando grandezas que no tienen y ya tenemos material para hacer la cartografía de nuestra abismal crisis. Sáquelos usted de los rituales del voto, exíjales unos 4 conceptos de democracia y tolerancia y observará la inmensa necesidad de someterlos a un propedéutico semanal al respecto. Mucho más grave si se les estudia su comportamiento dentro de una elemental noción de ciudadanía. Pídales que expliquen seriamente por qué en todo acto de votación deben estar miembros del aparato represivo de Estado. Siga sin asombrarse las conductas del funcionariado con rol electoral y ubique sus signos autoritarios y ya tendrá material de sobra en cuanto a confirmar lo aquí dicho. Saque sus conclusiones.

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@CamyZatopec

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