Evaristo tenía una tiendita en la calle 11 con avenida 4, cerca del cerro la Concepción de Valera, era el típico bodeguero de barrio, como todos anotaba en un cuaderno Caribe, con lápiz mongol, los fiados que toda la comunidad le hacía; corría así, que sé yo los años 70 u 80, y la vieja Oviol, mi mamá, me enviaba por unos encargos; “Evaristo, dice mi mamá que me venda medio de manteca Los Tres Cochinitos, medio de Kerosen, medio de Leche, ah que lo anote en el cuadernito del olvido; oye Evaristo ya tiene las arepitas de trigo; -respondiéndome el bodeguero, “claro, cuántas quieres; -deme 3, le contesté, y se lo anota a mi mamá también.
Debo confesar que mi mamá hacía también arepas de trigo, pero las de Evaristo tenían una suavidad, una textura, en pocas palabras un sabor celestial, dígame usted, cuando la vieja Oviol las rellenaba con queso y mantequilla Torondoy, ummmmm un “bocatto di Cardinale”, todos los sábados era un ritual, yo disfrutaba de aquellas ricas arepas de trigo, mi mamá cuando le daban el sobre de pago en el hospital, lo primero que hacía era cancelar sus deudas, y se acercaba donde Evaristo a honrar el mono de la quincena, y aprovechaba y conversaba con Evaristo; “hay Evaristo este muchacho pendejo enamorado de esas arepas de trigo, yo se las preparo, y este guaro me dice; “no mamá, nada como las arepas de trigo de Evaristo…”.
Un sábado muy temprano me acerco a la bodega y pido mis arepitas, y Evaristo me dice; “No Mauro, olvídese de las arepas…”, yo le respondo, como así Evaristo; y me contesta con no disimulado enojo; “es que la muchacha que hacía las arepas se fue de Valera”; yo incrédulo le riposto, pero cómo, no era usted quien hacía las arepas; y Evaristo con lacerante afirmación me dijo; “bueno es que nunca me preguntaste si era yo el que hacía las arepas, no muchacho, era una china de por aquí del cerro”; yo cabizbajo regresé a la casa y mi mamá viendo mi tristeza me preguntó ¿y las arepas?; yo le dije, no mamá, no hay más arepas, yo creía que eran de Evaristo y me salió que eran de una muchacha que se fue, y no creo que vuelva en mi vida a comer las arepitas de trigo tan divinas.
Los años rodaron como molino que estruja la vida, me marché a Caracas por mucho tiempo, y en cierto momento Valera me llamó en retorno, conocí a mi esposa y a su familia, un día su hermana, llamada María, una gorda jodedora, pero de un corazón inmensamente solidario, me dijo; “venga para que coma Mauro”, y me sirvió una arepa de trigo, al probarla sentí que mi niñez regresaba, mi memoria gustativa se activó, y deleité aquella otrora exquisitez, mientras degustaba mi novia me decía, las arepas de María son famosas, tú nunca las llegaste a comer, las vendía un señor de la Avenida 4; por Dios, las arepas de trigo de Evaristo, aquella gorda simpática y echadora de bromas, que luego se convirtió en mi cuñada, durante años me complació con sus maravillosas manos, juro que intenté aprender de María el secreto de aquella maravillosa masa, pero no fue posible, son habilidades indescifrables; un sobrino mío, militar él, creo el único incorruptible que conozco, competía conmigo, la María le hacía una ruma que se llevaba a Caracas.
Pero mi sobrino tenía que esperar cada cierto tiempo para comérselas, yo en cambio fastidiaba a María a cada rato; este mes murió mi Suegra, y al día siguiente de su novenario, el destino nos robó también a María, se fue con mi suegra; de seguro que algún Arcángel envidioso descubrió que la gorda María hacía las mejores arepas de trigo, las que ya no probaré jamás en este Valle llamado tierra.