Lapo y Carvajal | Por: Luis Huz Ojeda

Ramón –Lapo- Rivas Aguilar identidad y pertenencia por Carvajal y su gente.

 

Ramón –Lapo- Rivas Aguilar nació en los campos petroleros, en Lagunillas estado Zulia fruto de la unión matrimonial entre Libia Aguilar y Andrés Rivas quienes en ese mismo sitio procrearon otros dos hijos: Freddy -Mono- y Dixon -Chupa-. Su arribo a Carvajal sucede cuando tenía cuatro años de edad, aquí vivió su infancia, su juventud, cumplió la educación primaria, primero y segundo año de bachillerato en el colegio Cecilio Acosta, finalizando su educación media en el liceo Rafael Rangel de Valera, sus estudios superiores los realiza en la Universidad de Los Andes de Mérida obteniendo el título de licenciado en Historia, ejerce por más de tres décadas la docencia e investigación en la misma facultad donde se formó.

Ha publicado en distintos medios impresos del país, cantidad de textos de historia local y microhistoria que versan sobre Carvajal y su gente, hoy nos brinda este hermoso y mágico canto en prosa, un homenaje a sus hijos y pobladores en el cumplimiento de los 351 años de la fundación de Carvajal.

 

La Sabana de los Dioses

Ramón –Lapo- Rivas Aguilar

“Hace millones de años, el universo se fragmentó en mil pedazos. Una fuerza poderosa provocó en un segundo una explosión que dio origen al sistema solar.

Emergió misteriosamente la Cordillera de Los Andes y como por arte de magia, a lo lejos, en el horizonte aparecieron las primeras imágenes geomorfológicas de la sabana de los dioses.

Creció la flora y la fauna en un pequeño bosque que deleitó la fragancia natural de sus hierbas y las bellas melodías de sus aves.

Las aguas de sus ríos y quebradas que le bordean, embriagaron ese lugar maravilloso ajeno al espíritu del hombre por miles de milenios.

Fue una sabana que le perteneció a sus pájaros y le cantaba a sus dioses.

Su mirada inocente se alargaba para percibir el coqueteo mágico de los colores mestizos del arco iris.

Regocijó con el chispeante fulgor del relámpago del Catatumbo.

Por las tardes veía con tristeza desaparecer en el ocaso el astro imperial.

Los truenos atemorizaban a las tímidas aves que se acurrucaban en las hojas de los arbustos.

Un día escuchó la voz del hombre y olfateó sus primeras huellas.

El hombre por vez primera asomó por aquellos senderos aún virgen que acariciaban con ternura los pasos de la luna.

Una sabana quieta y sabia, se estremeció con la fuerza del mortal.

Él, asustadizo y temeroso, se internó en el bosque y lo modificó con sus manos y con su espíritu.

Era el indio que con su conuco y choza vivía los días del paraíso, cultivaba, pescaba y cazaba por los alrededores de sus ríos.

Sus dioses se ocultaban entre los árboles del bosque.

El sol y la luna, fueron sus fuentes lumínicas de aquel mundo natural.

Tarde, en la noche, aparecía entre la hierba salvaje la belleza de una mariposa que de su interior brotaba una luz radiante e iluminaba el rostro de los primeros hombres.

Eran los aborígenes que vivían una eternidad en esa sabana de los dioses y se arropaban en el nidal de nubes y sentían la ráfaga briosa de la laguna de la Samurera.

De repente en su sueño vieron a un hombre con una espada y una cruz: el imperio comenzó el acoso contra el salvaje en la sabana de los dioses.

Erigió una Iglesia e impuso al hombre natural las oraciones del magno imperio.

Las razas se entrecruzaron con la delicia del gemido divino y así nació el mestizaje.

Los abuelos, provenientes de la Europa moderna, continuaron con la conquista y la colonización de la sabana de los dioses.

Vivieron la era agraria y descubrieron el fruto de la civilización del oro negro: el automóvil. Sus hijos y nietos estrenaron la era urbana e industrial en la Venezuela del estiércol del diablo.

Hoy en tantos siglos,  la sabana de los dioses con sus limitaciones, contradicciones y paradojas devela en sus hogares el fin de la edad contemporánea y la expansión de la era planetaria y cósmica.

Atrás quedó el canto del hombre salvaje y de sus aves y siente en su vida cotidiana una época que representa la imagen digital y virtual.

Ayer, Cristóbal Colón recorrió el nuevo mundo y la sabana de los dioses no escapó al influjo de ese largo periplo que enalteció y glorificó el símbolo histórico del Cristóbal Colón.

Por estos días, el efímero se desplaza misteriosamente hacia la conquista del universo.

La sabana de los dioses, Santa Rosa de Carvajal, acompaña en sus sueños al hombre que se arriesga a tan significativa odisea sideral. Cada uno en sus hogares y en las calles, escuelas, liceos y universidad tendrán el privilegio de mirar en un segundo los primeros sonidos del inicio del universo hace quince mil millones de años.

De aquel mundo natural, que apareció hace millones de años; la sabana de los dioses, con memoria histórica, hoy, habitada por nuevas generaciones emprende con su mirada la empresa de contemplar las maravillas del cosmos”.

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