Yo nací en La Quebrada, fui la primera nieta por parte materna. Mi padre fue Francisco Antonio Médici D’ Alta y mi madre Josefa Bastidas Jugo. En los primeros años me estuve con los abuelos, los padres de mi mamá, de ahí la categoría de “nena” hasta el día de hoy, a los dos años muere mi abuelo Manuel Bastidas.
Para La Quebrada no había carretera, se tenía que venir a bestia o caminando hasta Quebrada de Cuevas, donde sí había carretera, la Trasandina. Toda esa gente del pueblo y de los caseríos sacaban sus productos por medio de recuas de mulas. Había personas que alquilaban bestias, eran grandes caravanas de mulas hasta llegar a Quebrada de Cuevas, cargaban sus productos en el carro de Sixto Rondón y don Carmen Bencomo, quien tenía una caballeriza donde dejaban las mulas, mientras venían a Valera al mercado a hacer su venta y llevar sustento.
El Obispo llegaba en mula. Recuerdo que en varias ocasiones llegó Rafael Caldera; déjeme contar lo siguiente: “Estando niñita, a saberse que venía Caldera, a mí me preparaban dos días antes, me arreglaban el pelo con unos pedacitos de tela, me hacían rollos. El día que llegaba temprano me los soltaban y se me hacían los crespos y en el centro un bucle.
Un buen vestido, aquella niña quedaba hermosísima y en una cesta le echaban pétalos de rosa de castilla y al ir pasando el Dr. Caldera, yo se los lanzaba. Rosas sembradas por doña Chepa Miliani de Pirela, que decía «esos pétalos de castilla solo para el Dr. Caldera y el Santísimo Sacramento”.
Al tiempo nos mudamos para Quebrada de Cuevas. Siempre a mi casa llegaba don Atilio Araujo; creo que para ese tiempo era gobernador del Estado, cuando Pérez Jiménez, él siempre subía hasta Arena Blanca a visitar a su papá el general Juan Bautista Araujo, hijo del León de la Cordillera, era un hombre ya longevo y flaco. Don Atilio sí era un hombre de baja estatura, relleno, buen amigo de mi padre Francisco, entablaban aquellas grandes conversaciones muy amenas, según se podían apreciar y era un tomador de café.
De hecho, déjeme decirle que cuando él llegaba, Olimpia, la señora que trabajaba en la casa, hacía el café, hirviendo lo llevaba hasta donde estaba una vaca y la ordeñaba sobre el café para obtener el café con leche, porque así le gustaba a don Atilio. Todo eso en Quebrada de Cuevas, Arena Blanca donde el General, La Vega y más arriba, no sé hasta dónde eran sembradíos de caña, nosotros teníamos trapiches, todavía existe la chimenea.
Más adelante a mí me internaron en el Colegio Santa Ana de Trujillo, pero la sede quedaba en la Candelaria, donde hoy está la casa de Copei. Éramos cuarentas internas, solo tres teníamos seis años, entre las más pequeñas recuerdo a Frida Bosch, Mery Rosas de Bachaquero y yo. Las de mayor edad arreglaban a las menores, a mí me correspondió Petronila Briceño, hija de Gerónimo Briceño, quedábamos pulcras, las muchachas competían a ver quién quedaba más linda.
Mis representantes allá en Trujillo eran don Nicolás Coll y doña Rosángela Fría de Coll, los sábados me sacaban para su casa, una casa que estaba después del puente La Plazuela, en la hacienda producían panela y sacaban cal. Con mucho cariño siempre recuerdo a la maestra Sor Carmen Araujo, había un padre muy querido, el capellán Vicente Ramón Valera Martínez.
Déjeme decirle que desde el campanario del convento, que todavía está, hay un túnel, dicen que llega hasta la plaza Sucre. En ese tiempo estaba en construcción la nueva sede del Colegio en Carmona y como no había agua, a veces estábamos jugando, estudiando, nos interrumpían diciendo todas a rezar, un Padre Nuestro, un Ave María y Gloria para que aparezca agua en Carmona; con el tiempo se hizo la sede y hoy le pertenece a la ULA – Nurr.
El tercer grado lo hice en el Colegio Madre Rafols, los grados cuarto y quinto como externa. El sexto grado y el primer año lo cursé en el colegio de monjas de los Salesianos, de Barquisimeto, «María Auxiliadora»; de aquí de Trujillo nos encontramos Dalinda Peña, Consuelo Briceño, la Nena Briceño y yo, cuando hacíamos una buena actividad, nos sacaban a pasear para el obelisco, nos subíamos a ver parte de la ciudad ¡Eso era grandioso!
Proseguí avanzando en mis estudios y también hacia otras ciudades, me enviaron a Caracas a estudiar con las hermanas franciscanas Santa Rosa de Lima, había algunas francesas. Estando allá me enfermé, estuve recluida en el centro médico de San Bernardino, incluso me llegaron a desahuciar. Esta situación me hizo regresar de nuevo aquí a Valera, al mejorarme inicié de nuevo los estudios.
En esta oportunidad le manifesté a mi padre Francisco que me gustaría estudiar en una institución pública y me lo concedió, por ello es que soy egresada de la primera promoción de bachilleres de mi eterna casa de estudios del liceo “Rafael Rangel” en Ciencias.
¿Sabes? que había varias modalidades de estudio, los que deseaban estudiar Ciencias hacían un básico de psicología y biología. Los que querían estudiar ingeniería cursaban estudios de física y matemática. Los de derecho y diplomacia hacían filosofía y letras, yo escogí Ciencias.
Finalmente, te cuento esta experiencia. Yo fui la primera mujer que monté a caballo en La Quebrada, porque antes las mujeres caminaban, no debían hacerlo. Pero mi papá me regaló un hermoso caballo que trajeron de Colombia, pues yo me dije, pues si aquí lo tengo pues, voy a montarlo y así fue, ahh tiempos aquellos, memorias de mi infancia…