LA VIVIENDA Y EL LUGAR | Por: Francisco González Cruz

 

La demanda de viviendas en el mundo se ha disparado y con ello sus precios. Registra la prensa internacional que según un estudio realizado por la consultora británica Knight Frank en el mercado inmobiliario de 56 países, durante el primer trimestre de este año se registró un incremento promedio de 7,3%, comparado con el mismo período del año anterior.

Es de hacer notar que también se registra un incremento de la venta de viviendas en centros poblados pequeños o ciudades medianas, así como en los sectores urbanos que gozan de cierta vida comunitaria.

Como una tendencia previa a la pandemia, pero acelerada por esta, se registra un enorme crecimiento del uso de las distintas alternativas de trabajo a distancia, desde la casa, por lo que consecuencialmente pierde el mercado de oficinas y muchos negocios pasan a los intercambios electrónicos y a las compras a domicilio.

Esta nueva realidad de trabajar desde la casa también exige que las viviendas deben adaptarse a los nuevos usos, no sólo al teletrabajo, sino a la educación a distancia, las compras digitales, recreación y muchas otras actividades que exigen nuevos espacios, diversos equipamientos y distintas rutinas.

Como la gente tampoco puede vivir eternamente encerrada, buscará en los alrededores alternativas gratas para compartir. Y allí ganan los lugares que ofrezcan espacios para degustar el ocio, conversar, tomar y comer. También para llevar a casa los productos frescos elaborados por los vecinos. Allí ganan protagonismo los lugares con identidad, con densa vida comunitaria, con elevada dosis de capital social. Y con ello las actividades vecinales, la solidaridad social y el sano compartir.

La vivienda y el lugar cobran mucha importancia en las tendencias recientes, que se reflejan en estas predilecciones financieras. Esta especie de competencia por el espacio humano pierden los grandes centros comerciales y los largos traslados de personas y mercancías; ganan las viviendas y los lugares de buena convivencia, también la producción y comercialización de bienes y servicios de cercanía.

También crece la desigualdad. Los que no tienen acceso a las competencias digitales, ni posibilidades de adquirir más y mejores equipos, ni mejorar su vivienda, ni trasladarse a mejores lugares serán los perdedores, y es la mayoría. Se esperan grandes despidos. Las viviendas de los pobres seguirán siendo casuchas y tugurios, y sus lugares espacios sin servicios y llenos de basura. Entre tanto los monopolios que dominan las tecnologías de la información serán los grandes ganadores, incrementando sus fortunas, y con ello concentrando mayor poder.

La importancia de la vivienda y el lugar en estas nuevas realidades es indiscutible, y la posibilidad del acceso al disfrute de esos espacios para la convivencia debe ser universal, pero para ello deben experimentarse enormes transformaciones, no sólo en el orden tecnológico y sus amplias posibilidades, sino en el orden político, que quiere decir en los sistemas de poder y en los sistemas productivos. La codicia no puede ser el motor que alimente a la economía, sino la satisfacción de las necesidades humanas, entre ellas, por supuesto, el trabajo digno y decente. Y el respeto al orden natural.

Las tendencias que impone la sociedad informatizada o digital tienen altas probabilidades de cumplirse, mientras las transformaciones profundas de la sociedad, las sustantivas, tienen el calificativo de “incertidumbre radical”. A menos que el cambio climático ponga cada cosa en su lugar.

 

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