El dos de septiembre se cumplen 21 años de la muerte del psiquiatra judío Víktor Frankl. Su mensaje a favor de la dignidad y la libertad del hombre resulta muy pertinente para cultivar una actitud resiliente en nuestra atormentada Venezuela.
En el libro “El hombre en busca de sentido”, donde relata su experiencia en los campos de concentración nazi, confiesa que después de una carrera brillante en Viena, pasó a ser tan sólo el número 119.104 y se encontró “con su existencia literalmente desnuda”. La comida diaria era un plato de sopa aguada y un pedazo de pan. El trabajo era durísimo, con temperaturas de hasta veinte grados bajo cero. La tentación era tirarse contra la alambrada electrificada. Frank se prometió no quitarse la vida, sino ponerla al servicio de los demás. Así fue aprendiendo “el arte de vivir” y comprendió que “hasta las cosas más pequeñas pueden originar las mayores alegrías”. Un día tuvo la posibilidad de huir, pero no quiso abandonar a un enfermo. “Una vez tomada la decisión –escribe- encontré una paz interior que nunca había experimentado antes”.
El 27 de abril de 1945, fue liberado por las tropas norteamericanas. Pero todavía le faltaban largos tormentos: poco a poco fue descubriendo que sus padres, su hermano y su esposa habían muerto en los campos de exterminio. Quedaba solo en el mundo, pero con la firme decisión de vivir la vida intensamente y ayudar a vivir a otros.
Frank solía recordar una frase de Nietzsche: “Quien tiene un porqué para vivir, encontrará el cómo”. Quien tiene un ideal por el que luchar, no puede rendirse y su vida se irá llenando de sentido aun en las mayores dificultades y sufrimientos. La plenitud de la vida está en el amor, en vivir para algo, para alguien.
De nosotros depende: rendirnos, lamentarnos o tratar de acomodarnos e incluso aprovecharnos del desastre que vivimos; o trabajar con decisión para salir de él.