Todos los habitantes de esta nación estamos convencidos de que Venezuela es una tierra de riquezas naturales inigualables y potencialidades indiscutibles. Sin embargo, la realidad nos abofetea, porque estamos atascados en una crisis que se prolonga en el tiempo, y que mantiene a la inmensa mayoría de sus habitantes muy lejos de los más elementales beneficios que debería dar la bendición de haber nacido en esta tierra de gracia que ha caído en una situación tan difícil.
Y es que el discurso bonito de todo lo que podríamos llegar a ser, se queda en palabras vacías cuando se enfrenta a los hechos. Una serie de obstáculos socavan nuestra posibilidad de progreso económico y social, dejando a nuestro desarrollo en un punto de estancamiento preocupante.
La realidad es demoledora. Podríamos ser mucho, es cierto. Tenemos todas las capacidades y características para serlo, es verdad. Pero no lo somos.
Como muestra, vamos a tomar un botón: la crisis de disponibilidad de combustible.
La escasez del suministro de gasolina está muy lejos de ser una coyuntura. Se ha convertido en un flagelo cotidiano, que se ha prolongado por años y que trasciende más allá de las largas filas en las estaciones de servicio.
Esta carencia paraliza la distribución de materias primas y productos terminados, estrangula el flujo de alimentos y complica el transporte de los trabajadores a sus empleos. Esta situación, lejos de ser un mero inconveniente logístico, se erige como una de las piedras angulares que impiden el avance económico del país.
El potencial turístico de Venezuela, que podría ser exitosamente anclado en sus bendiciones naturales, se ve constreñido por la imposibilidad de garantizar una infraestructura adecuada para recibir y movilizar a visitantes nacionales e internacionales. Porque para concretar esta meta, se necesita un suministro abundante y confiable de combustible.
La escasez de este bien de consumo medular en la vida diaria hace que en cascada fallen otros servicios básicos, cuyas deficiencias no solo desaniman al turismo, sino que también frustran cualquier intento por convertir este sector en una fuente significativa de ingresos y empleo para el país.
Sin embargo, la crisis no se detiene en las bombas de gasolina. Todos sabemos que la lista es muy larga y puede llegar a ser extenuante. Sin embargo, apuntaremos hoy otra que es un torpedo en la línea de flotación de cualquier país: el ausentismo escolar.
La educación, pilar fundamental de cualquier sociedad que busca prosperar, sufre estragos que amenazan el futuro como ningún otro de los problemas que hoy enfrentamos.
Muchas escuelas ven limitadas sus actividades a escasos días a la semana, producto de la escasez de personal docente, el deterioro de las instalaciones educativas y la constante interrupción de servicios básicos como el agua y la luz. Esta realidad erosiona las bases de la formación de nuevas generaciones, condenándolas a un futuro incierto y altamente limitado en oportunidades.
Enfrentar estos obstáculos demanda, primero que nada, honestidad en el reconocimiento de que existen y de que, en el hecho de no superarlos se nos puede ir de las manos el futuro por muchos años más.
Transformar nuestra realidad para poder mirar hacia adelante con optimismo, demanda no solo medidas inmediatas, sino una visión a largo plazo que apunte a soluciones estructurales blindadas contra la repetición de los mismos errores.
La superación de la crisis en el suministro de combustible requiere una reestructuración profunda del sistema energético nacional, así como inversiones estratégicas en infraestructura y exploración de recursos alternativos.
Sí, allí está la que una vez fuera nuestra orgullosa industria petrolera, como un gigante dormido, dispuesto a despertar cuando sea llamado.
La reactivación del turismo exige una apuesta firme por la inversión en infraestructuras viales, hoteleras y de servicios básicos para los huéspedes, además de políticas que promuevan y publiciten la seguridad y confianza para los visitantes.
La revitalización del sistema educativo demanda una urgente y abundante inversión sostenida en infraestructura, la capacitación, contratación y retención de personal docente calificado, así como la implementación de estrategias innovadoras para garantizar la continuidad educativa, incluso en tiempos de crisis.
Venezuela posee la materia prima más valiosa: su talento gente y su naturaleza privilegiada. Es imperativo que los esfuerzos de liderazgo, la colaboración internacional y el compromiso de la sociedad se unan para despejar el camino hacia un desarrollo económico sostenible y equitativo.
Superar estas piedras en el camino, no solo es un desafío, sino una urgente necesidad para alcanzar el potencial latente de este país resiliente y lleno de posibilidades.
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