Por: Antonio Vale
Siempre he dicho que la Valera que yo venero no es la real. No la puedo ubicar en el presente, pero tampoco le pertenece a los cronistas o a los historiadores.
Su naturaleza está envuelta en sueños que ya me son imposibles de disipar, en recuerdos contaminados por una memoria que tiene demasiadas mezclas y demasiados giros, sumada ella, la ciudad, a muchas lecturas de otras ciudades antiguas y milenarias que no he recorrido jamás pero que según lo sentencia el poeta siempre será la misma que te espera.
No es Valera para el viejo que soy hoy la de los cronistas o los historiadores, ya lo dije, pero se debe a que cuantas veces escribí sobre ella lo hice alterando sus calles por el deseo de verla en mejores condiciones o porque una estética del relato me lo imponía.
Conozco cada calle de Valera y al mismo tiempo me perdería en sus más conocidos lugares. Esa es la trampa que la memoria me ha puesto por haber creado una réplica de la ciudad en mis relatos ficticios.
Hoy no sé a cuál de las dos celebro ni por cuál de las dos me inquieto: si por la que inventé en mí escritura o por la que Adriano González León reclamó en su momento: el mismo barro, la misma mugre y el mismo sol.