La Valera de los italianos / Por: Alfredo Matheus

Sentido de Historia

 

A comienzos del siglo pasado, los que más construyeron fortuna fueron los comerciantes que compraban mercancía de todo tipo para luego ofrecerlas a los compradores. Muchos se cansaron de trabajar la tierra, acumular gran capital y en un abrir y cerrar de ojos, todo se venía al suelo, era la época de las guerras civiles donde llegaba un general con sus tropas y arrasaba hasta con las gallinas. Muchos optaron por vender sus fincas y mudarse a Valera, donde el comercio florecía y no había el miedo de que llegara la tropa y los dejara solo con la ropa que cargaban encima.

A los italianos,
Ni con el pétalo de una rosa

 

En las guerritas que aquí se escenificaban, los italianos eran respetados, si llegaban a ser víctimas de algún “muérgano General” que buscaba “bajarlos de la mula” con bienes de fortuna, estos se dirigían al cónsul y este conversaba con el Presidente, quien ordenaba dejar a la Colonia de italianos en santa paz.

Aquella Valera de hace 90 años, crecía en forma asombrosa en el campo comercial ante los ojos de “envidia” de otras pueblos que pasaban los 200 y 300 años de haberse convertido en comarcas… El movimiento comercial fue de tal magnitud que las familias ya no soñaban con tener un hijo abogado, sino un señor comerciante, de allí que los ponían a estudiar con todo lo que tuviera que ver con operaciones mercantiles, escritura en chequeras, como llevar libros de contabilidad y el aprendizaje de las cuatro reglas aritméticas.

A Valera comienzan a llegar viajeros que representaban grandes casas comerciales que venían aquí a vender sus productos. Los vendedores de mostrador se multiplicaron de la noche a la mañana. Las familias humildes deseaban que sus hijas se casaran con un contabilista por el buen pago que recibían de los comerciantes. Los desempleados comienzan a construir potentes carretillas para cargar todo tipo de mercancía. Los camioneros tienen que buscar ayudantes porque ellos solitos no podían con tanto trabajo.

El despertar comercial va en su mejor momento, comienzan a abrir sus puertas acogedoras pensiones. A alguien se le prendió “el bombillo” de la viveza criolla y abre las puertas de la Calle Vargas, llamativas casas de burdeles donde elegantes damas argentinas, colombianas, Mejicanas, vendían amores y sexo a los cansados comerciantes de la época.

La Valera de hoy

 

Muy lejos están nuestros gobernantes de vivir el corre-corre de sufrimiento en que sobreviven muchas familias valeranas. Algunas compatriotas tienen que levantarse de madrugada para recoger la bendita agua. A los apagones les tienen “terror” porque no se sabe si la nevera o el televisor “echa el tiro”, y adiós luz que te apagaste. Marchar al supermercado de los chinos y poner cara de malestar porque los precios de la semana pasada no son los mismo de hoy…

Lo peor que puede hacer un gobernante es prolongar su tiempo en el poder, y peor, si este lo está haciendo mal. Aquel que se mantiene gobernando sin pensar un día “dejar el coroto” comienza a manifestar lo peor de sus instintos: sed de perpetuarse en el gobierno por las mieles de adicción que produce el poder. Se cree imprescindible, piensa que es el salvador de la patria, nadie lo puede hacer igual que él.

Solo quien es buena persona, quien es feliz, puede trasmitir felicidad. No podemos dar lo que no tenemos, dicen los abuelos. De allí que gobernante “mala persona” jamás puede ser buen hijo, buen ciudadano, buen padre, buen amigo. Es imposible dar lo que no nos acompaña…

Fuente: El Cauce de un pueblo. Historiador Arturo Cardozo.

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