Valera, la urbe de doña Mercedes Díaz y Juan Ignacio Montilla, la traigo al recuerdo estos primeros días de septiembre, en este siglo XXI de Venezuela, para evocar aquella ciudad de las siete colinas, “la Roma de América” que ha sido nuestro querido terruño, donde vimos el sol por primera vez.
Recuerdo el letrero luego al pasar el puente de la Bajada de Río, cuando uno venía de Carvajal, que rezaba: «Bienvenidos a Valera, ciudad dinámica y progresista”. Nos encontrábamos con la “pared de la muerte» -como bautizó esa gloria del ciclismo neogranadino Martín Emilio “Cochise”, a la subida que existe para llegar a la ciudad, que nos envolvía en la magia del rico olor a café que se producía en la torrefactora del Café Serra. Era un sello de marca de Valera, entrando se huele a café, café del bueno.
Y eso de dinámica y progresista, se lo debemos a uno de los mejores burgomaestres que haya conocido Venezuela y particularmente Valera, don Jacob Senior, el hombre que impulsó la gerencia municipal acorde con los tiempos que vivía la república.
Correteábamos por el Mercado Municipal, en la avenida Bolívar, con calle 12, en esa estructura que dejó la administración de Juan Vicente Gómez e inaugurada por Eleazar López Contreras y que fue el epicentro comercial durante muchas décadas de nuestro estado. Recuerdo a Pedro Albarrán, el señor Parada, con su puesto de hierbas y otros menjurjes, el señor que se colocaba a la entrada de la subida para el segundo piso del mercado y a todo gañote exclamaba: “¡Meta la mano mi niño!” y por un medio (0,25 céntimos) y haz una locha (0,12 céntimos) nos vendía la confitería artesanal, caramelos y chupetas cubiertas con papel de celofán.
En la entrada del mercado, quién no saboreaba un rico pastelito de harina de trigo con su crineja característica y su sabroso relleno de arroz con carne, por una locha y si quería mayor exquisitez, estaban los pasteles que costaban un “real”, en forma de rueda, y con huevo, elaborados entre otras damas del arte culinario, por Rosa Mogollón. Los mondongos donde Catalina o los pastelitos de Rosa Sayago, en la avenida seis. Para la tertulia intelectual y el ají betijoqueño estaba el centro de la sabiduría bohemia, llamado el Tequendama y para los más exquisitos en el mundo de la política y la actualidad, el Conticinio, era el remanso de la vida.
De esa Valera, de entonces, recuerdo la Panadería La Vencedora, con don Juan de Dios Ramírez y Mery Singer, mis mentores, junto al Café de Luis, y con la majestuosidad de una bella dama, venida de lejanas tierras libanesas, doña Ingini Aguaida, Tienda Aguaida, comercio dedicado a la venta de ropa. Pablito González con su autobús “El Huerfanito”, que hacía dos viajes diarios en la ruta Valera-Timotes-Valera. Adolfo Estrada y su comercial, con todo para el campo; José Vargas con su bodega, los hermanos Carrizo, Hermes y Noé, con su comercial, don Federico Matheus, don Diego Hidalgo con su abasto La Democracia. También estaban Ramón Pineda, Teófilo Navas, Chico Ramón Aguilar, Víctor Ruiz, Américo Figueredo, Pradelio Bracho Padrón, Sixto Pineda y don Gregorio Suárez, entre otros que recuerde.
Los que más recuerdo eran “Mis ojitos”, el eterno vendedor de flores en el mercado, que junto a “Chiquito mío”, que administraba el billar y venta de cerveza, local que competía con el ABC y el caletero Cleto, que siempre la Policía Municipal se lo llevaba jumo “por sospecha”, eran parte de ese «down town» valerano.
Don Publio González con su ferretería en la esquina del Mercado, Bernardino con su quincallería. Y un local, que siempre me causó curiosidad por la diversidad de objetos que allí se vendían, desde aceite de tártago o manteca de culebra, era el abasto “Revolución 18 de Octubre”, era la pulpería más surtida de Valera, atendida por Pedro Urquiola. Y desde luego había dos farmacias importantes: la farmacia San Pedro, con el Dr. Alvarez y Emiliano y la farmacia José Gregorio Hernández.
Entre las personalidades que recuerdo en esa época estaban el padre Juan de Dios Andrade, el padre Juárez, el Dr. Jacob Senior, Pedro Malavé Cols, don Pepe Muchacho, Luis Mazzarri, Luis Gonzaga Matheus, Carlos Julio Balza, Guillermo Montilla, Rafael Angel Lujano, Ramón Azuaje, Cornelio Viloria, Raúl Baquero Rivero, Carlos Rumbos, Aura Salas Pisani, Ana Ramona Cabrita, Chepita Paredes, Amado Guerrero, Alberto Maldonado Labastidas, Pedro Pablo Rendón, -que nos dio una clase magistral de ética, cuando se celebraba el “Día de Valera”, asistí a un acto al Concejo Municipal presidido por Hortencio Hernández, y rechazó la condecoración, era muy probo-, don Teódulo Espinoza, el contable más respetado de la ciudad.
Sé que me dirán, “eran otros tiempos”, pero qué tiempos. Ojalá que la nueva generación de valeranos siga este ejemplo y en verdad retomemos la idea de ser una ciudad “dinámica y progresista”. Nunca podemos desconocer nuestra historia local, más cuando tenemos una ciudad que ha crecido gracias a la participación de todos sus habitantes, que en forma anónima con su trabajo cotidiano, la han hecho una urbe importante, dinámica y progresista. Con sus aciertos y desaciertos, pero somos una ciudad, donde se trabajaba con esmero, sin ningún ánimo partidista, ni ideológico, ni usurero, donde la palabra era más honorable que un documento, la justicia era implacable con aquellos que violaban la paz de la gran comarca de Mercedes Díaz de Terán, y los yerbateros sanaban mejor que cualquier ambulatorio o CDI; teníamos médicos que emulaban a mano Goyo, visitando a sus pacientes a sus casas. Una Valera de amor y pasión.
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