¿LA UNIVERSIDAD ES UNIVERSIDAD? | Por Raúl A. Casanova-Ostos

 

La universidad de este siglo XXI es diferente a la de hace 10, 20 o 30 años. Sin embargo, su función sigue siendo la misma de siempre: generar conocimiento para transformar. La sociedad del presente milenio espera que las casas de altos estudios formen a los profesionales con las habilidades y competencias necesarias para un desempeño eficiente en el mundo actual y por venir.

En Venezuela es imprescindible profundizar en estos temas, máxime cuando se ha señalado recientemente que la cantidad de estudiantes que acceden a las universidades está disminuyendo drásticamente y que en Latinoamérica legaría a la cifra de 25 millones de personas, según datos del MPPEU y del IESALC. Esta perspectiva debe ejercer una presión sobre el gobierno, sobre la educación superior pública y privada en términos de nuevas carreras, nuevos y mejores presupuestos, de cambios en los sistemas académicos, de actualidad en los contenidos de aprendizaje y de cambio de actitud y aptitud del estudiantado y en su personal académico futuro y actual.

Pero el proceso de formación, en sí mismo, está lleno de numerosas contradicciones e incertidumbres. La solución no es una tarea fácil de enfrentar. Aún la universidad nuestra mantiene viejos métodos de enseñanza, y los contenidos de aprendizajes no se actualizan tan rápido como el universo empresarial lo exige, las nuevas tecnologías de la comunicación, la producción material y la prestación de servicios. Adicionalmente, no todo el sistema académico suele estar en función de la formación académica, más bien responden a otras variables no direccionadas a la capacitación y transformación del ser humano. Es los actuales momentos la educación superior es docencializada y responde a la masificación por presión política sin acompañamiento de fundamentales elementos, como la seguridad social del personal trabajador, ni recursos ni becas para actualización y funcionamiento acordes con la realidad económica actual. Se trata de un problema real a resolver desde un enfoque sistémico que ayude a comprender la adaptabilidad de la universidad a nuestros días y definir con claridad cuáles son las competencias generales y específicas que ha de caracterizar al profesional formado por los sistemas universitarios y fundamentalmente, cual es el rumbo que deben tomar las universidades.

La comunidad universitaria tiene que ser una comunidad del conocimiento. A ella acuden todos, estudiantes y profesores, a su transformación. Pero ese proceso de cambio es más mental que físico, es más del alma que de la piel. Lo más significativo de la vida universitaria radica en los aprendizajes diversos que todos experimentamos. Saber capitalizar esos conocimientos resume una competencia clave para tener una visión de la vida y del mundo que nos lleve a una mejor existencia, a un vivir pleno basado en la entrega y el disfrute del servicio a sus semejantes y a la naturaleza de la cual somos parte.

Ya lo había afirmado Peter Drucker (2002) al sentenciar que las instituciones de educación superior “…no proveen bienes o servicios ni controlan actividades de la sociedad…”. Su producto no es un par de zapatos, ni una fabrica de salchichas, ni una reglamentación autonómica, sino un ser humano cambiado. Debemos entender que las universidades son agentes del cambio humano. Su producto es un egresado transformado en un adulto que se respeta a sí mismo y respeta a los demás, una vida humana enteramente cambiada e íntegra con capacidades para desarrollar, cambiar, emprender y mejorar nuestra sociedad.

 

*Raúl A. Casanova-Ostos

Profesor universitario UNET

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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