Ese derrotero definitivo es el que termina en la restitución de la Constitución. La Asamblea Nacional, convertida en la pieza de la resistencia democrática, ha marcado la agenda que repite la oposición como un mantra: cese de la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres.
Quienes no han seguido con detenimiento la ejecución del proyecto chavista suelen caer en el error de verlo bajo el prisma clásico de la pugna entre izquierda y derecha, entre injerencia y soberanía. Pero no. El caso va más allá porque se trata de una conjunción de intereses para corroer a la democracia occidental desde adentro. Esa Internacional del Populismo con tantos nexos en Moscú no cree en izquierdas o derechas. Lo mismo apoya a Maduro que a Salvini o Le Pen.
El chavismo nunca tuvo ningún sustento ideológico porque el castrismo, su dominante padre, tampoco lo tuvo. Fidel Castro se declaró comunista porque la Unión Soviética pagaba la cuenta. Lo mismo se hubiera declarado nazista o fascista si el desenlace de la Segunda Guerra Mundial hubiera sido otro. Y sí, esos polvos trajeron estos lodos. Lo que le interesaba a Fidel Castro era el poder por el poder, y tras vivir durante décadas de la Unión Soviética consiguió sustituto en la Venezuela chavista.
A través del Foro de Sao Paulo se le quiso dar algún barniz ideológico al movimiento que terminó dominando la región bajo la excusa del «Socialismo del Siglo XXI», pero cualquier análisis serio concluye que solo se trató de un grupo de personas que tomaron el poder para enriquecerse mientras mantenían mareados a los votantes con una ilusión de progreso financiada fortuitamente por un boom en las materias primas, sobre todo del petróleo. De esta asociación para delinquir, el miembro predominante era el chavismo, simplemente porque tenía la chequera del país con las mayores reservas de petróleo del mundo. Los pillos chavistas, sin ninguna responsabilidad ni visión histórica, decidieron aliarse con cuanto bicho se apareciera por el camino con tal de hacer más dinero. Se creyeron eternos. Mejor dicho, creyeron que Cuba era posible en Venezuela.
De esa manera, el chavismo se convirtió en socio del fundamentalismo islámico, permitiendo que grupos como Hezbollah ingresaran al territorio mientras se enviaba a Irán el uranio necesario para las bombas atómicas. Pari passu, se permitió que la guerrilla colombiana utilizara Venezuela como un santuario a cambio de participación en el negocio del narcotráfico. Fue el génesis del Cartel de Los Soles, el grupo de generales que despacha droga hacia Estados Unidos y Europa aprovechando el idóneo posicionamiento geográfico venezolano. De paso, entregaron la explotación del oro a la minería ilegal brasileña, mejor conocidos como garimpeiros.
La guinda del pastel fue la crisis migratoria. A Europa llegaron venezolanos, pero esos son unos pocos que pudieron pagar un pasaje en avión en un país donde el sueldo mínimo no alcanza para ir al cine. Sudamérica se ha visto inundada por ríos de gente a pie, caminando muchísimos días en pro de un sueño: el bienestar.
Con ese panorama, no cabe extrañarse de que Estados Unidos y el Grupo de Lima -el grupo de países americanos que busca una solución a la crisis- consideren el asunto un tema de seguridad nacional que no puede esperar mucho más. La Unión Europea llega tarde y plantea una solución que Washington rechaza de plano: un grupo de contacto que consiga una solución en noventa días. Las duras sanciones económicas a Maduro (que no a Venezuela) son una demostración de que la Casa Blanca ha decidido que hasta aquí llega la aventura chavista.
A la hora de la verdad, con quien negocian los estadounidenses es con el dueño del circo populista, un Vladimir Putin que no tiene la capacidad de quemar dinero en la supervivencia del chavismo. La ayuda china está descartada ya que simplemente le cortaron la línea de crédito a Maduro desde que perdió el parlamento. Ni siquiera los árabes tirarán un cabo, por lo visto tras el recule de Dubai a la hora de comprarle oro al régimen de facto.
La Unión Europea llega tarde y plantea una solución que Washington rechaza de plano: un grupo de contacto que consiga una solución en noventa días
La única razón por la cual Maduro y su banda no han abandonado el palacio presidencial es porque no se les ha garantizado su destino. Si Putin no logra encauzar el salvoconducto del régimen de facto de Caracas, Donald Trump llevaría a la práctica el informe que ya está listo en la sede del Comando Sur del ejército estadounidense. «Es cuestión de horas», como dijo el presidente colombiano, Iván Duque, este viernes. Varadero o Guantánamo, parafraseando al asesor de Seguridad Nacional de Trump, John Bolton.
¿Cómo queda la Unión Europea en todo esto? Llegaron tarde. Se anotaron en la propuesta de Pedro Sánchez de conseguir una salida negociada y Washington los dejó andar por unos meses hasta que se demostró que no llegarían a buen puerto. Ahora, Bruselas debe andarse con cuidado porque Trump tiene un as que ya puso sobre la mesa en la Cumbre de Helsinki: Crimea por Venezuela.
*** Francisco Poleo es un analista especializado en Iberoamérica y Estados Unidos.