Luis Vicente León
¿Cuál es la acción posterior a abstenerse? ¿Se moverá la gente desde su sofá a la calle para defender un derecho que no ejerció?
Creo que la oposición cayó en la trampa del dilema falso: participar o no participar, sin resolver el dilema real ¿qué logra la unidad? Ahora se quedó pegado en ese debate estéril, agudizando su división y complicando el triunfo de cualquiera de las dos estrategias. Sin unidad, motivación, hoja de ruta y capacidad de acción, votar o no votar lleva al mismo resultado: la derrota.
Hay muchas razones para justificar una estrategia abstencionista. La elección no cumple casi ninguna condición democrática; la población no podrá seleccionar entre los líderes que desea sino entre los que el gobierno permite; varios de los partidos políticos están proscritos; el árbitro es sesgado; la fecha de la elección es una manipulación para favorecer a la fuerza dominante; la comunidad internacional desconoce el evento si no se respetan las condiciones competitivas. La pregunta de los pro abstención a quienes quieren votar es demoledora: ¿Por qué participar si el resultado está cantado y va a validar al abusador?
El problema de los abstencionistas, en cambio, es que no son capaces de explicar qué hacer el día siguiente. No queda claro cómo se convertirá la ilegitimidad del líder en un cambio gobierno. Cómo se mueve de la abstención pasiva a la lucha activa por los derechos democráticos.
La respuesta alternativa viene de los promotores del voto. Proponen ir a una elección aunque sea sesgada y no competitiva no porque la validen ni crean en quien la organizan. No se chupan el dedo pensando que les van a dejar ganar. Es obvio que van contra corriente, que esperan que abusen del poder y los roben, pero van porque quieren protestar activándose, no desactivándose. Les interesa que la gente se mueva, vote, se muestre y luego el adversario se vea obligado a hacer cosas que hagan que la mayoría esté dispuesta a defenderse y es ahí donde se crea el “momentum” en el que pueden conducir a un pueblo a defender sus derechos, eso que se hace más fácil cuando se están violando derechos que cuando no tuvieron que hacerlo porque no fueron ejercidos. El plebiscito de Pérez Jiménez y la elección de Toledo en Perú son un ejemplo de esto. La pregunta de los pro voto a los abstencionistas es: ¿Cuál es la acción posterior a abstenerse? ¿Se moverá la gente desde su sofá a la calle para defender un derecho que no ejerció?
Pero el problema de este grupo pro voto no es menos grave que el del pro abstención: ¿y quién es el líder capaz de hacer que la gente, frustrada y desanimada, participe masivamente en una elección de este tipo para crear el “momentum”? Y si no los logran mover y terminan con una votación raquítica, ¿qué van a hacer para evitar la legitimización del adversario? ¿Qué van a hacer con la comunidad internacional cuando validen indirectamente una elección que nadie reconoce?
Confieso que ambas propuestas tienen argumentos sólidos (aquí viene la avalancha lineal pensante que es incapaz de entender que dos propuestas alternativas pueden tener elementos lógicos las dos. Su mundo es blanco o negro. Y si es gris lo llaman blanco o negro aunque sea mentira, no vayan a parecer “indefinidos”), pero las dos adolecen del mismo mal: ninguna es capaz de mover la fibra de la mayoría. De explicar cómo termina su historia. De ofrecer una vía clara y creíble de participación social. La verdad es que no habrá éxito en una votación si no están dispuestos a defender el voto y los derechos cuando se los violen. Y no sirve abstenerse pasivamente si luego no están dispuestos a actuar y no tienes quien organice esa acción. Ninguna de los dos propuestas explica cómo lo hará y eso las hace débiles de origen. Ojalá ellos sepan algo que yo no logro ver, porque lo que veo divididos es el barranco.
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