Tras el arribo del régimen talibán en Afganistán, la humanidad se enfrenta a una nueva tragedia que pondrá en vilo los derechos humanos; una prueba de fuego para la ONU y todas aquellas organizaciones que velan por el resguardo de la dignidad de las personas.
La llegada abrupta al poder de los talibanes, implica un retroceso en la sociedad afgana, pero sobre todo en cuanto a los derechos de la mujer, en una nación donde poco a poco iba recuperando un espacio dentro de la vida institucional.
El 30 de septiembre de 1996 los talibanes ascendieron al poder, e iniciaron una razzia contra la mujer que comprendía las siguientes prohibiciones, no tenían derecho a la educación, no podían circular por las calles sin una compañía del marido, hijo o cualquier familiar cercano, sin burka, no deben usar tacones alto porque excita al hombre; no le permiten hablar alto por cuánto ningún extraño debe escucharla, no deben utilizar bicicletas o motos para la movilidad, solo deben usar autobuses donde no se mezclen con hombres, no pueden ser fotografiada ni filmadas, no tienen acceso a estadios ni a reuniones públicas; las imágenes de mujeres están prohibidas en periódicos y en la TV, las que deseen estudiar deben hacerlo de manera clandestina. A la mujer solo se les permite leer el Corán.
El apartheid de género es asombroso, las medidas restrictivas contra la mujer son inaceptables cuando ya vamos para la tercera década del siglo XXI, en el que se supone que hemos superado tantas aberraciones dignas de ser recogidas por el famoso libro La rama dorada, del escritor británico James George Frazer.
Sobre la hecatombe que vive la familia afgana, pensamos que es pertinente denunciar públicamente el caso de la poeta Nadia Anjuman, nacida en Herat, (1980), y asesinada en 2005, luego de recibir una paliza de su marido y la familia de éste. Ella se había graduado en la escuela secundaria e ingresado en la universidad. Estudiaba literatura y pensaba especializarse en arte persa, pero su sueño fue abortado por la irracional acción del esposo y su familia que no le perdonaron sus deseos de ser poeta, de formarse, de ser profesional y autónoma, dueña de su destino. Antes de morir, Nadia Anjuman, nos dejó este doloroso texto, «No deseo abrir la boca/? A qué podría cantar? /A mí a quien la vida odia tanto me da cantar que callar /Acaso debo hablar de dulzura?/ cuando es tanta la amargura que siento? /Ay, el festín del opresor me ha tapado la boca/ sin nadie a mi lado en la vida/ A quién dedicaré mi ternura?/ Tanto me de decir, reír, morir, existir/ Yo y mi forrada soledad/ con mi dolor y mi tristeza/ he nacido para nada»