La Sociedad Anticancerosa del Estado Trujillo, muestra de Capital Social

 

 

Por: Raúl Díaz Castañeda

La Sociedad Anticancerosa del Estado Trujillo (Sadet) fue el resultado de una expansión de consciencia del doctor Rafael Isidro Briceño, su fundador. Cuando alcanzaba el más alto nivel de su carrera de ginecólogo, tuvo un accidente de tránsito en el que perdió el uso de una de sus muy experimentadas manos, lo que ponía fin a su brillante ejercicio profesional, en el que se había distinguido por los éxitos en el tratamiento quirúrgico del cáncer del cuello uterino. En la convalecencia, súbitamente se dio cuenta que el tropiezo era una llamada desde otros ámbitos, que la situación, a pesar de lo para él trágica, le abría una opción de ir más al fondo de su lucha contra el cáncer uterino, enfrentarlo en sus orígenes, en el medio social donde se producía con mayor incidencia, pesquisarlo tempranamente en el estadio en el que la enfermedad es más vulnerable. Para esto, lo vio en su iluminación, tenía que valerse de una estructura más compleja que la de un quirófano; la formación de un equipo integrado por médicos de choque, trabajadores sociales, educadores y espíritus caritativos. Al recuperarse totalmente (menos la experta mano quirúrgica), se dio a la ardua tarea de organizar ese equipo. Un objetivo, un proyecto (la semilla), una estrategia y un plan de acción.

Lo primero que hizo fue salir a captar voluntades para su propósito. A conversar. A explicar el proyecto (a sembrarlo) y a escuchar las objeciones que al mismo se le hicieran y las orientaciones que le señalaran para acortar caminos, y también, desde luego, oír pesimismos y ver silencios incrédulos. Necesitaba gente con experiencia administrativa, y la consiguió; con conocimientos legales para los documentos constitutivos y el registro como organización sin fines de lucro (ONG), y la consiguió; médicos, paramédicos y técnicos en estadísticas de hospitales dispuestos a ayudarlo, y los consiguió; apoyo de los medios de comunicación para dar a conocer al colectivo lo que el grupo se proponía, y lo consiguió; enlaces con organismos oficiales vinculados a la salud pública, y los consiguió; y colaboradores que aportaran recursos económicos para poder arrancar, y los consiguió. Conversando. Oyendo. Transparente. Permeable. Es obvio que su prestigio le ayudó en esta fase inicial del proyecto, pero no es menos cierto que en esas conversaciones se dieron relaciones humanas por él no imaginadas y  conexiones de sensibilidad social que no habían hallado canales de expresión. El que busca, encuentra, reza un antiguo adagio.

 

Cuando en 1958 se puso en funcionamiento el Hospital Central de Valera (hoy Hospital Pedro Emilio Carrillo), el doctor Briceño era el médico de mayor nivel académico de la región. Recién regresado de un postgrado en la Universidad de Pensilvania. Con renombre nacional por un caso raro: un embarazo extrauterino llevado por él a término con niño y madre vivos, hasta ese momento el noveno con esas mismas características conocido en la literatura médica mundial.  Un embarazo extrauterino es aquel en el que la fertilización se realiza en la cavidad abdominal, fuera de la matriz, con la placenta precaria y peligrosamente adherida a los intestinos. El diagnóstico fue difícil, porque entonces no se contaba con los recursos técnicos que hoy facilitan dilucidar estos casos complejos. Al principio se pensó en un tumor, pero el doctor Briceño, afincado en la clínica, descartó esta posibilidad que podía aclararse con una laparotomía exploradora; esto es, abrir el abdomen y ver. Con increíble intuición, bajo estricta vigilancia  dejó avanzar el caso hasta asegurar el insólito diagnóstico y, como dije, llevarlo a un final exitoso con cesárea: sacó al niño y dejó la placenta por el peligro mortal de una hemorragia cataclísmica; segunda extraordinaria intuición: la placenta involucionó (se secó) lentamente y en una segunda intervención quirúrgica la retiró sin riesgo. Su servicio en aquel hospital fue modelo. Funcionaba bajo normas disciplinarias de obligatorio cumplimiento para todos, empezando por él. Mantenía bajo su control permanente todo lo que allí ocurría, desde el trabajo del personal de aseo hasta el tratamiento de cada uno de los pacientes hospitalizados. Era amable y ponderado pero inflexible; su autoridad era absoluta, de modo que entre él y el personal subalterno, incluyendo los médicos adjuntos, había una raya que no se podía pasar. Ese paradigma, el de sabio factótum, fue el primero que apartó cuando decidió fundar la Clínica de Pesquisa del Cáncer. Aquí la relación fue de amistad integradora entre todos los miembros de la misión, lo que se constituyó en fundamento de las acciones del grupo: todos necesarios, ninguno imprescindible; no se trataba de un ejército sino de un organismo social. Con tres principios: en el fomento y sostenimiento de la salud pública deben involucrarse todos los integrantes de la sociedad; la salud es una responsabilidad individual y familiar; la asistencia médica es un derecho humano que debe ser brindado en un  marco de dignidad.

 

 

Cuando comenzó la pesquisa, el obstáculo a vencer fue la renuencia de las mujeres, más las del sector rural, a realizarse el examen ginecológico periódico estando aparentemente sanas, entre otras razones por la prohibición de los esposos o concubinos. Se recurrió a formar un departamento educativo, con talleres para facilitadores que informaran a la gente de las comunidades (barrios y pueblos) la importancia de la exploración, incluyendo a sobrevivientes de cáncer del útero, maestros y alumnos de escuelas primarias, sacerdotes de la iglesia católica, dirigentes culturales y líderes comunitarios. En los primeros meses el resultado fue lento, pero con tesón y voluntad y esfuerzo mancomunado, y sobre todo con gran satisfacción personal, se logró dar a entender los beneficios que para la familia significaba tener una madre sana, generalmente madre de numerosa prole. Y así, paso a paso, en constante renovación, cada vez fue mayor el número de mujeres adscritas al programa, hasta que ya no fue necesario trabajar para hacerlo valer.  Entonces se pasó al cáncer de mama, de pulmón y de próstata. Muchos voluntarios se involucraron en esto por sensibilidad humanitaria, sin otro beneficio que el muy íntimo de saber que estaban contribuyendo a humanizar el compromiso humano.

Treinta y ocho años después la Clínica de Pesquisa de Cáncer de Valera es una institución consolidada y en avance, referencia nacional de respuesta eficaz y eficiente a problemas sociales complejos que exigen un saber verlos de otra manera,  un cambio de paradigmas para poder avanzar, capacidad de integración de voluntades de distinto carácter pero identificadas con un propósito común humanizado de beneficio colectivo, dentro de un marco de transparencia, respeto y confianza.  El llamado capital social.

 

 

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