Francisco González Cruz
Las sincronicidades son casualidades significativas, o conexiones que se dan y cumplen un propósito no propiamente previsible, o un entrelazamiento cuántico remoto en tiempo y espacio, que según Joseph Jaworski se manifiesta en las personas, en organizaciones o en lugares, cuando estas están abiertas a profundas transformaciones, o dejan fluir sus energías en aras de una espiritualidad profunda. Son eventos que suceden, abren surcos, muestran horizontes y luego la voluntad moldea, bajo una inspiración cargada de energía positiva.
“Sincronicidad. El camino interior hacia el liderazgo” es un libro fundamental para conocer más sobre el liderazgo transformador, escrito por Joseph Jaworski, fundador e integrante de diversas organizaciones dedicadas a formar y asesorar personas y organizaciones en estos temas.
La sincronicidad encuentra en José Gregorio Hernández un corazón generoso dispuesto a hacer el bien, y una mente abierta a las nuevas ideas, a las innovaciones, a la curiosidad y a la empatía, todo lo necesario para impulsar toda una serie de iniciativas y acciones que lo llevan a ser hoy la persona más conocida y más admirada del país. Todo un fenómeno de devoción colectiva de dimensiones colosales.
Como se propone en las iniciativas y libros de Jaworski, el verdadero liderazgo consiste en la decisión de servir a la vida, más allá de las jerarquías formales de poder entre «líderes» y «liderados”, sino en las acciones cotidianas, en el ejemplo de las palabras, las conversaciones y el actuar día a día en coherencia con esos objetivos adoptados a conciencia. El liderazgo transformador existe cuando por encima de las circunstancias, las personas se atreven a “darse cuenta” y se activan para generar nuevas realidades.
De esta forma, las trasformaciones pueden darse en cualquier persona, época y lugar, solo se requiere estar atentos y dispuestos a ponerse en marcha. Y qué mejor oportunidad que el hoy y aquí, cuando se nos presenta la canonización de José Gregorio Hernández, un hombre de hoy, de aquí y que nos impele a ser protagonistas de ese camino de transformación.
El corazón abierto de José Gregorio se forjó en el regazo de su madre, en el ejemplo de su padre, en el calor de un hogar amoroso y una comunidad, Isnotú, modesta y solidaria. La mente brillante con las mismas personas y en los mismos lugares, pues eran cultas, espirituales, amorosas. Y también en una escuelita que tenía buenos maestros, que enseñaban conocimientos y modelaban conductas.
Que Benigno Hernández Manzaneda, un boconés honesto y trabajador, criado en la cultura del café, se fuera para los llanos de Barinas a buscar fortuna, y se encontrara con ese tesoro que era Josefa Antonia Cisneros Mancilla, fue una sincronicidad. Luego que la sangrienta Guerra Federal los regresara a Boconó y buscaran en ese pequeño pueblo que era Isnotú, donde no tenían parientes ni amigos, el lugar para conformar su ejemplar hogar, es otra. Y que allí conformaran una manera de vivir virtuosa, ejemplo de lo que es hoy la economía humana es combinación de sincronicidad y voluntad. Y que estuviera allí como maestro un marinero zuliano, Pedro Celestino Sánchez, que buscaba una paz útil, y viera en aquel muchachito el potencial que había que impulsar. También que en la posada llegaran los dueños del colegio Villegas, mejor de Caracas: Guillermo Tell Villegas y Pepita Perozo Carrillo.
Hogar y lugar en una sincronicidad que lo formó en lo divino y en lo humano, para que, con su serena y firme voluntad, desplegara las virtudes que hoy lo convierten en la persona más conocida y más querida de Venezuela, y que la Iglesia Católica le reconoce su cualidad de Santo.
Está también una cadena de sucesos que continúa en el colegio caraqueño y en las amistades que cultiva, en la Universidad Central de Venezuela, en su decisión de regresar a Isnotú y reencontrase con los suyos, y las circunstancias que lo obligan volver a la capital y las que se reúnen para la transformación del hospital Vargas y la selección que sobre él recae para ir a especializarse en el Instituto Pasteur de París, el mejor del mundo en investigación y formación en enfermedades infecciosas. Y en esas instituciones ser el mejor estudiante, el mejor compañero, la mejor persona.
Y siempre, desde niño, una persona piadosa, que expresaba su religiosidad, además de en el cumplimiento de sus obligaciones con la Iglesia, en el servicio a los demás, en la calle, en sus casas, en los hospitales, en las aulas, en el laboratorio. También en sus conversaciones y encuentros musicales, en la Academia de Medicina. En sus escritos científicos, literarios y en su obra de filosofía. Era una persona íntegra e integral. Toda armonía entre pensamiento y acción. Religiosidad y espiritualidad que se formó a los más altos niveles para hacer el bien.
Hoy vivimos los frutos de todas esas sincronicidades, muchas de las cuales las vivimos nosotros, de distintas formas, lugares y circunstancias, pero si las sabemos mirar con corazones y mentes abiertos, nos daremos cuenta que esta es la oportunidad de lanzarnos a la audaz terea de imitar a San José Gregorio Hernández y, paso a paso, día a día, ir construyendo nuevas realidades.
Con nuestras palabras y conversaciones, con la escucha y el entendimiento, con cada acción cotidiana en la vía del respeto a la dignidad de la persona humana y la procura del bien común, haremos la tarea con nos indica nuestro Santo, el Santo de todos.