Definitivamente que la ciudad de Valera ha tenido el “santo de espaldas”, esto a decir de la celebración de los 200 años de su elevación a parroquia eclesiástica, hecho ocurrido el 20 de Febrero de 1820.
Son doscientos años de duro pero vertiginoso trajinar y transitar, período en el cual la urbe local ha sufrido numerosos cambios, no solo en su fisonomía, sino en su desarrollo comercial e industrial, complementado por la transculturización que ha cambiado a una pequeña aldea colonial en una de las ciudades del interior de Venezuela de mayor pujanza y futuro socioeconómico.
Hablar de Valera es hablar de un lugar mágico, encantador, pegajoso y atractivo, que a pesar de no ser catalogado dentro de las grandes ciudades venezolanas, posee un “no sé qué” que enamora a quienes llegan por primera vez a caminar por sus calles, avenidas, urbanizaciones y barriadas, además de compartir con sus habitantes.
El valerano es de hecho optimista, generoso, gentil y atento; sin embargo como contraparte ha tenido mala suerte con la mayoría de sus representantes en el gobierno local, salvo por supuesto con contadísimas excepciones, ya que muy pocos han sido quienes se han preocupado verdaderamente de su integridad como lar de singular importancia para sus habitantes .
Ausencia de defensores
Personajes como la recordada Doña Mercedes Díaz, Don Pedro Pacheco Labastidas, el ilustre Pompeyo Oliva, su también benefactor Domingo Giacopini, Monseñor Miguel Antonio Mejías, Monseñor José Humberto Contreras y hasta el propio padre Andrade, estarían dándose golpes de pecho, pero no de euforia sino de indignación, al observar el grado de abandono en el cual se halla nuestro terruño en los actuales momentos.
Muchos y connotados son los periodistas, cronistas y articulistas quienes han referido en nuestras páginas este fenómeno, ocurrido contra una población donde al contrario del desarrollo se ha involucionado de manera lamentable, habiéndose perdido no solo parte fundamental de su identidad, sino el total interés por parte de quienes manejan los hilos del poder para recuperar su otrora impulso y luminosidad como pueblo pujante y emprendedor.
Sin agua no hay vida
Pero el peor de todos los dramas y calamidades caídos sobre Valera, es sin lugar a dudas la dura, severa y tortuosa sequía, la cual no solo complementa el grado de ineptitud de quienes administran el derecho como pueblo a disfrutar de buenos servicios públicos, sino pone de manifiesto que no hubo ni hay planificación, de cara a prever la expansión territorial de la ciudad y el natural crecimiento demográfico, mientras del fulano Acueducto Metropolitano nada de nada.
Gente dando carreras, niños cargando tobos, ancianitos buscando un chorrito en cualquier parte y las amas de casa con sus hogares tétricos y pestilentes, complementan el clima de caos general que genera este duro problema.
Explicaciones vagas
Entendemos eso de la “época de verano y lluvias intensas” que propician sequía y sedimentación. Esa explicación la dan cada rato; sin embargo no explican porqué razón en tantos años de sufrir esta situación, ya reiterativa, no se ha corregido aquello del necesario poblamiento (arbóreo protector) de nacientes, cuencas y cabeceras de nuestros principales afluentes, la modernización de la red de tubería en las zonas urbanas, la limpieza del lecho del Motatán, especialmente en la zona de bombeo y el almacenamiento más amplio para solventar con cisternas en situaciones como éstas.
El pueblo es quien acarrea las consecuencias de la improvisación, ya que las contingencias se observan solo en los momentos de apremio, siendo necesaria la aplicación de un efectivo programa preventivo permanente.
Mientras los representantes del gobierno dan explicaciones que en la mayoría de los casos resultan siempre vagas, son al final de todo Juan Pueblito” y la pobre “señora” Valera, quienes pagan los platos rotos.
Gabriel Montenegro.
Gráficas Onésimo Caracas.