Ernesto Rodríguez (ernestorodri49@gmail.com)
Todos desearíamos que la historia fuera un progreso ininterrumpido hacia situaciones cada vez mejores para la humanidad. Pero lamentablemente la historia evidencia que todo progreso se ha alcanzado con muchos sacrificios y sufrimiento.
Quizá uno de los autores que mejor lo ha expresado ha sido el filósofo alemán G.W.F. Hegel (1770-1831), que planteó una concepción filosófica idealista sobre la historia, en la cual, lo que denomina ‘Espíritu’ (la humanidad), se abre paso a través de sacrificios humanos para alcanzar sus metas de libertad. En su importante obra: ‘Lecturas sobre la Filosofía de la Historia’, impartidas por primera vez en 1822, Hegel plantea que la historia puede ser vista como un ‘matadero’ o ‘altar’ (Schlachtbank) en el cual se hacen sacrificios. Citemos sus palabras en la ‘Introducción’ de dicha obra: “Pero aun considerando la Historia como un matadero en el cual son sacrificados la felicidad de los pueblos, la sabiduría de los Estados, y la virtud de los individuos, nuestros pensamientos inevitablemente nos inducen a preguntar: ¿A quién, o a qué fin último son hechos estos monstruosos sacrificios?”. Más adelante en la misma ‘Introducción’ Hegel dice: “La Historia del Mundo no es el teatro de la felicidad”. Hegel responde su propia pregunta diciendo que el fin último de la Historia es el logro de autoconciencia en los humanos, que simultáneamente es el logro de libertad.
La Revolución Francesa (1789-1799) y sus protagonistas fue una experiencia sumamente compleja, que representó un importante avance histórico en el sentido de que en Francia el despotismo del feudalismo fue superado para dar lugar al sistema burgués capitalista que se impuso en todo el mundo. Hubo fuertes convulsiones, pero esa lucha de la burguesía para superar el feudalismo dejó un importante legado de derechos humanos. En efecto, en 1948 cuando la naciente ‘Organización de las Naciones Unidas’ proclamó una ‘Declaración Universal de los Derechos Humanos’, tanto el preámbulo como 14 de sus 30 artículos, fueron tomados en lo esencial, y a veces textualmente, de la ‘Declaración de los Derechos del Hombre y los Ciudadanos’ aprobada por la Asamblea Nacional de Francia en 1789 (1).
No obstante, la Revolución Francesa fue un proceso muy contradictorio, en el cual aspectos muy buenos se combinaron con excesos, crueldad e injusticias. En efecto, la historia la hacen las personas, y de manera contradictoria se manifestó la grandeza y bajeza de muchas figuras que tuvieron un papel protagónico. El gran escritor inglés Charles Dickens (1812-1870) en su novela: ‘Historia de dos ciudades’ (1859), que transcurre en la Francia revolucionaria, inicia así su obra: “Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos; la era de la sabiduría y la era de la locura, era el período de la fe y el período de la incredulidad, la era de la Luz y la era de las Tinieblas, la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación, teníamos todo delante de nosotros, no teníamos nada delante de nosotros, caminábamos en línea recta al cielo y caminábamos directamente al infierno” (inicio Cap. I). Podríamos interpretar que Dickens captó con gran agudeza lo contradictoria que fue esa revolución.
En la Revolución Francesa hubo una etapa poco cruenta desde 1789 hasta el verano de 1792. Pero desde estas fechas hasta el verano de 1794 hubo una ‘segunda etapa’ más radical. En efecto, el 21 de agosto de 1792 se comenzó a utilizar la guillotina. Esta ‘segunda etapa’ se explica por varios motivos. Los sectores populares no veían un mejoramiento en sus condiciones de vida y presionaban para lograr reformas más radicales. Además había la amenaza muy real de la invasión de los ejércitos de países europeos que se oponían a la Revolución y querían restaurar la monarquía en Francia. Si esos ejércitos hubieran logrado derrotar a los revolucionarios franceses e invadir Francia, la carnicería hubiera sido espantosa. Después de derrocar al Rey en agosto de 1792, fue elegida una ‘Convención’, que en la primavera de 1793 delegó sus funciones ejecutivas en un grupo de 9 hombres (luego 12), conocido como el ‘Comité de Seguridad Pública’ que implementó el llamado ‘Reino del Terror’, que duró desde el verano de 1793 hasta el verano de 1794.
El gran escritor estadounidense Mark Twain (1835-1910) es muy conocido por sus famosas obras: ‘Las Aventuras de Tom Sawyer’ (1876) y ‘Las Aventuras de Huckleberry Finn’ (1885). Pero también publicó una obra menos conocida titulada: ‘Un Yanki de Connecticut en la Corte del Rey Arturo’ (1889), que es de ficción, en la cual el protagonista se remonta al pasado. En el Capítulo XIII, titulado: ‘Hombres Libres’, hace referencia a la Revolución Francesa y dice: “Existieron dos ‘Reinados del Terror’, si queremos recordarlos y pensar en ello. Uno produjo muertes y asesinatos en el calor de la pasión, el otro a sangre fría y sin corazón; uno duró unos meses, el otro había durado mil años; el primero trajo la muerte a 10.000 personas, el otro causó la muerte de 100 millones; pero nuestros estremecimientos vienen causados todos, por los ‘horrores’ del Terror menor, del Terror momentáneo, por decirlo así; mientras ¿Qué es la rápida muerte bajo la cuchilla en comparación con la muerte lenta y prolongada por hambre, frío, insultos, crueldades y abatimiento? ¿Qué es la muerte instantánea producida por el rayo en comparación con la muerte a fuego lento en un poste de suplicio? En el cementerio de una ciudad podrían contenerse los ataúdes que llenó ese Terror breve, ante el que tan diligentemente se nos ha enseñado a temblar y a horrorizarnos; Sin embargo, Francia entera sería apenas capaz de albergar los ataúdes llenados por el otro Terror, más antiguo y real – ese Terror indeciblemente amargo y terrible que a ninguno de nosotros se ha enseñado a apreciar en su amplitud ni en la profundidad de lástima que merece” (Cap. XIII).
Eso que dice Mark Twain indudablemente es verdad. En los textos de historia se habla del ‘Reino del Terror’ en la Revolución Francesa, pero no se habla del terror cotidiano de represión y hambrunas que los franceses del pueblo vivieron durante siglos durante la monarquía. El reconocido historiador estadounidense Edward McNall Burns (1897-1972), también dice algo parecido: “Las 20.000 víctimas del ‘Reino del Terror’ difícilmente pueden compararse por ejemplo con los centenares de miles de personas masacradas durante la Guerra Civil norteamericana. Napoleón Bonaparte, a quien muchas personas idolatran como un héroe, fue responsable de al menos un número de muertes 20 veces mayor que el número de personas condenadas y ejecutadas por el Comité de Seguridad Pública” (2).
Muchos grandes poetas y filósofos se entusiasmaron con la Revolución Francesa porque pensaban que se iniciaba una época de racionalidad y justicia social. Por ejemplo, el gran poeta inglés William Wordsworth (1771-1850) en su poema autobiográfico: ‘Preludio’ (1850) dice: “Una bendición, aquel amanecer, era estar vivo / ¡Ser joven era el cielo mismo!” (Libro XI). Asimismo, el poeta inglés Samuel Taylor Coleridge (1772-1834) en su ‘Oda a Francia’ (1798, reeditada varias veces) expresa su entusiasmo por dicha revolución. El gran poeta alemán J.W. Goethe (1749-1832) fue testigo de la batalla de Valmy, en el noreste de Francia, en fecha 20 de septiembre de 1792, durante la cual hubo pocos heridos y muertos, pero el ejército prusiano invasor no pudo derrotar a los revolucionarios franceses. El general Brunswick decidió retirarse, por lo cual París y la Revolución estaban salvados. Goethe exclamó entusiasmado: “Desde ahora surge una nueva época de la historia universal” (3). El filósofo alemán I. Kant (1724-1804) veía con optimismo la Revolución Francesa por la posibilidad de instaurar la racionalidad en las vidas humanas. El filósofo Hegel y otros jóvenes, en la primavera de 1791 fueron a un prado en las afueras de Tubingen para plantar un ‘árbol de la libertad’, cantando la ‘Marsellesa’ y recitando la ‘Oda a la Alegría’ del filósofo alemán esteticista J.C.F. Schiller (1759-1805). La Marsellesa fue una canción de guerra que adoptaron los revolucionarios franceses y resonó en Las Tullerías el 10 de agosto de 1792 cuando derrocaron al Rey, y luego decretada himno nacional. Pero luego Hegel se decepcionó por las brutales ejecuciones con la guillotina, y en una carta al filósofo alemán F.W.J. Schelling (1775-1854) en la Navidad de 1794, expresó su rechazo a tales excesos del terror (4).
Uno de los casos más irónicos y tristes fue el del el autor francés conocido como el Marqués de Condorcet (1743-1794). En su obra póstuma: ‘Bosquejo de un cuadro histórico de los progresos del espíritu humano’ (1795) dice: “Tal es el objetivo del trabajo que he realizado: Cuyo resultado se demostrará, por razonamiento de los hechos, que no hay límites fijados para el mejoramiento de las facultades humanas: Que la perfectibilidad del hombre es absolutamente indefinida: Que el progreso de esta perfectibilidad (…) no tiene otro límite que la duración del globo en el cual nos ha puesto la naturaleza” (Introducción).
Como miembro elegido en la ‘Convención’, apoyó con entusiasmo la Revolución Francesa, pero se alineaba con los llamados girondinos, y apoyó la propuesta de que la ejecución del Rey fuera sometida a una consulta popular. Cayó en desgracia igual que los girondinos y fue detenido y condenado a muerte en la guillotina acusado de ‘conspirador’ y ‘Enemigo de la República’. Hasta el último momento conservó su convicción de que la mente humana puede progresar indefinidamente, y de hecho, esa mencionada obra la escribió pocos días antes de suicidarse envenenándose en su celda.
En fin, la historia se ha desarrollado con sufrimiento y como dijo Hegel “La historia no ha sido el teatro de la felicidad”. En la Segunda Parte veremos el caso de Maximilien Robespierre (1758-1794), uno de los principales líderes de la Revolución Francesa… ¡Era tan obsesionado con implantar la ‘virtud’ que paradójicamente se convirtió en ‘anti-virtuoso’!!!. (NOTAS: (1) Pags. 16-17 en William Doyle (2001) ‘The French Revolution. A Very Short Introduction’. Oxford Univ. Press. (2) Pag. 748 en Edward McNall Burns and Philip Lee Ralph (1974, fifth ed.) ‘World Civilizations. Volume 2’. W.W. Norton & Co. (3) Pag. 1.001 en Jean Tulard, Jean-Francois Fayard y Alfred Fierro (1989) ‘Historia y Diccionario de la Revolución Francesa’. Ediciones Cátedra. (4) Pags. 17-18 en Lloyd Spencer and Andrzej Krauze (1996) ‘Introducing Hegel’. Icon Books…CONTINÚA