Por: Antonio Pérez Esclarín
Resucitó: triunfó el amor. A pesar de los graves problemas que sufrimos, estos días de Pascua son días de júbilo y esperanza. Por ello, también, de compromiso. Celebramos el triunfo de la vida sobre la muerte, del amor sobre la crueldad, el odio y la violencia. Para los seguidores de Jesús, la cruz no es la última palabra: Es sólo paso, puerta a una Vida Renovada. El Padre resucitó a Jesús y quedaron derrotados la muerte y sus heraldos.
Aceptar la resurrección significa creer que la forma de vida de Jesús es el modo de vencer radicalmente la muerte y salvar la vida. Con frecuencia, afirmamos que creemos en Jesús resucitado, pero seguimos manteniendo los valores y formas de vida de los que lo crucificaron. Si nuestras vidas se guían por la ambición, por las ansias de poder o de tener, por el rencor y el odio, estamos con los que crucificaron a Jesús y hoy siguen llenando de cruces al mundo y a Venezuela. La cruz y la resurrección son el no definitivo de Dios a la violencia, al mesianismo populista, a la manipulación, al engaño.
El Dios que resucitó a Jesús tiene pasión por una vida más plena, justa y dichosa para todos, y nos invita a construir su proyecto de justicia y amor. Eso es el Reino. El Reino de Dios está en la disposición de servir. Cuando se lucha contra el sufrimiento, cuando se alivia el dolor, cuando se trabaja por bajar de la cruz a los crucificados por la miseria, la injusticia y el odio, allí está actuando el Reino de Dios. Si hoy reina la violencia, la opresión, la miseria, la injusticia, y la mentira; Jesús nos invita a construir el Reino de la paz, la fraternidad, la verdad, el servicio, la vida. El Reino de Dios es el anti-reino de los poderosos y de los que dominan con la fuerza. Como Jesús lo entendió con meridiana claridad “los jefes de las naciones las gobiernan como dueños y los grandes hacen sentir su poder. No debe ser así entre ustedes. Al contrario, el que quiera ser grande que se haga su servidor, el que quiera ser el primero que se haga su esclavo. Porque así sucede con el Hijo del Hombre, que no ha venido a ser servido sino a servir, y a dar la vida por todos” (Mateo 20,20 y ss).
Celebrar la Resurrección, el triunfo de la vida sobre la muerte, de la paz sobre la violencia, del perdón sobre la venganza, debe ser ocasión para renovar nuestra decisión de seguir con mayor radicalidad a Jesús y trabajar con alegría y esperanza por la resurrección de una Venezuela en la que todos podamos vivir con dignidad, nos respetemos como ciudadanos y hermanos y vayan quedando atrás como recuerdos dolorosos de un pasado superado, la violencia, los presos políticos, las persecuciones por pensar distinto, la corrupción, las amenazas, los sueldos miserables, la pobre salud y educación, la inseguridad, la falta de agua, de luz y medicinas.
El Reino de Dios comienza a estar ya entre nosotros, lo vamos construyendo, cuando servimos a los necesitados, cuando nos esforzamos por combatir la injusticia y la violencia, cuando cultivamos la misericordia y el perdón. Para Jesús, servir a Dios y su proyecto es servir al prójimo necesitado: no hay otra manera de servir a Dios que sirviendo al prójimo. Dios se oculta y se revela en toda persona que sufre alguna necesidad.
Celebrar la Resurrección nos debe impulsar a desterrar la resignación y el miedo para renacer a una nueva vida de servicio y entrega; a trabajar con mayor compromiso por Venezuela, desterrando toda tentación de recurrir a la violencia y la venganza.
@pesclarin