Como anillo al dedo viene un artículo escrito en otras latitudes, que pone en su justo medio el papel de la(s) religión(es) en este mundo en el que hay regímenes políticos que se quieren convertir en la última palabra de lo humano y lo divino. El mejor ejemplo lo tenemos en nuestro patio. Me limito a transcribir casi al pie de la letra algunas de las ideas centrales de dicho ensayo.
Los retos de la humanidad son muy grandes. Se necesita el concurso de todos para afrontarlos. Las religiones no pueden ser olvidadas. Aportan su sabiduría como patrimonio común de la humanidad, en especial en el ámbito prepolítico de los valores y las actitudes, los estilos de vida. Las religiones hacen una importante aportación al colectivo social. Constituyen las entrañas trascendentes de cada cultura. Nos hablan de la profundidad de la existencia humana y han representado a lo largo de la historia un papel fundamental; aún hoy, en todo el mundo, son muchas personas las que encuentran en ella su sentido del vivir. Tienen su importancia en la creación de valores éticos.
El poder se ha vuelto diversificado y se ha vuelto difuso: las estructuras democráticas tradicionales no resultan idóneas para controlar a los poderes económicos y mediáticos. El debilitamiento de la política conduce a las instituciones a refugiarse en la legalidad y tienden a una utilización sesgada de las tecnologías para mantener su hegemonía, en una deriva cada vez más autoritaria. Las necesidades y demandas reales de la población pasan a un segundo plano, lo que deslegitima el propio sistema democrático y abre las puertas a populismos de diverso tipo.
La religión proporciona al grupo unas pautas mentales, unos valores, unas actitudes y unos comportamientos determinados: Su trascendencia pública, no solo interior o de conciencia, es clara. Si las religiones no pueden resolver por sí mismas los problemas económicos, políticos y sociales, sí pueden conseguir lo que solo con planteamientos económicos, políticos y sociales no se puede lograr: un cambio de mentalidad, una transformación del corazón humano mediante la conversión a una nueva actitud vital que pueda concretar en nuevos estilos de vida.
Las religiones contribuyen de forma eficaz a construir una cultura cívica y democrática puesto que favorecen el “tener cuidado” de las necesidades de aquellos con los que compartimos en el día a día el espacio público, cosa que tiene mucho que ver con el bien común, realidad muy olvidada. La democracia no es solo un conjunto de procedimientos legales para resolver conflictos de intereses: ha de ser vivida; son precisos determinados valores que, profundamente compartidos, generen un consenso activo a favor del sentido social de la convivencia.
En un mundo tan lleno de violencia urge dar pasos hacia una cultura de la no-violencia activa, capaz de transformar las estructuras generadoras de violencia y que es a menudo el instrumento más idóneo para transformar la realidad. La comprensión poliédrica de la vida espiritual que nos dinamiza es muy importante para descubrir que el otro no es una amenaza, sino una oportunidad para crecer.
Vivimos una revolución deshumanizante, que para colmos, intenta convertirse en una religión que conduce a la mayor de las pobrezas: privarnos de la libertad y del vivir como hermanos, distintos, diversos, pero hermanos.
5.- 31-1-18 (3441)