<El problema de la democratización es pues llegar a un compromiso entre las fuerzas aliadas para derribar el régimen autoritario,…> A. Przeworski. La democracia como resultado contingente de los conflictos. Ponencia en el Congreso sobre Constitución y Democracia en la Universidad de Oslo, 1983: 6.
Con el título del Tópico pretendo decir que en una condición socio-política dominada por la incertidumbre económica-cultural, el caos y la ética utilitarista hay motivo para darle la razón a Octavio Paz cuando para esos casos produjo la frase <tiempo nublado>. En efecto, fijado el punto reflexivo en Venezuela la realidad nuestra no es lo que desde la ciencia social se ha leído para explicar algunos conflictos y crisis. Al contrario, es cómo la percibe el común de la gente que aquí llamaré masa. Para ésta el asunto parece ser algo transitorio, de falta de dinero, de bloqueo económico, de una derecha que no deja gobernar a los “buenos” del gobierno. Incluso hay letrados repitiendo como loros ese discurso manipulador. De allí que asisten casi hipnotizados a recibir los restos de un festín petrolero dejado por el poder autoritario. Para que esa masa perciba de esa manera la realidad (que no la percibe como tal porque está enmascarada) es necesario que el poder político en ejercicio recurra (como en efecto ha sido) a su arma preferida: La ideología, lugar desde donde se reduce esa realidad a mensajes de propaganda con medias verdades de la economía y la política. Por eso es común a esa masa exigir más policías, más vigilancia, más represión (directa o indirecta), más control del voto (de allí los kioscos delatores exigiendo lealtad por vía de un carnet) y también una conducta que absuelve de responsabilidades al burócrata del aparato gubernamental. Mi preocupación, más allá de asistir al ritual del voto, es desde las ideas y los debates que si los investigamos en estos últimos 20 años nunca estuvieron centrados en averiguar ¿por qué la masa venezolana siempre esperó que le dieran algo para escoger por quién votarían? Tampoco recuerdo debates sobre las élites políticas, económicas, culturales (gerencia de espacios para este fin), militares y religiosas dando contenidos de ciudadanía a esa amorfa masa. Antes y ahora al intelectual se le ubicó como alguien para escribirle discursos al poder y éste le complacía sus gustos diversos. En el mundo de las universidades esa realidad no difería mucho de esa conducta del reacomodo ante el poder autoritario y si bien se invocó la autonomía universitaria, ésta no pasó de ser una excusa para hacer lo que la élite de esas casas querían (en los seguros, con el presupuesto, con las reproducciones del poder). Es así explicable que hoy esta crisis muestre una realidad en fuga, inatrapable, esquiva, difusa y terrorífica por el miedo que expele en los márgenes de la sociedad. ¿Pero es que tú a veces no sigues esa realidad?, me han dicho algunos amigos. Ciertamente que tengo dificultades para simplificar esta crisis a lo necesario de las colas, a la falta de escrúpulos del comerciante y a la maldad de los autoritarios en el poder. Nunca acostumbro refugiarme en el pragmatismo estéril o el oportunismo utilitario, vale decir que no sigo los vientos de la realidad, sino los textos que ella crea, los relatos que al hurgar en la producción de la ciencia no encajan. Ese es mi interés en opinar, es decir que me mueve más la estupidez de la gente no como enfermedad, sino como síntoma. Sobre todo cuando se le otorgan puestos de poder. Un cuerpo enfermo, por ejemplo, se manifiesta con fiebre o cambios en su temperatura pero no es en sí la enfermedad. Pienso lo mismo para las prácticas estúpidas en la política. Entonces pareciera que entre nosotros los manuales de politología, sociología y filosofía no explican con claridad la fuga de esa realidad, pues en mi opinión algo más que eso es necesario para comprender: ¿cómo vendiendo el producto básico (Petróleo) a la máquina capitalista estamos en el umbral de una destrucción social masiva? Saque sus conclusiones.
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