La realidad de la inflación | Por: David Uzcátegui

 

 

David Uzcátegui

 

En el día a día de los venezolanos, el verdadero enemigo está en los bolsillos: la devaluación del bolívar y una inflación que, según las proyecciones del Fondo Monetario Internacional, será la más alta del planeta en 2025.

La moneda venezolana perdió más del 70% de su valor frente al dólar en apenas un año. Esta caída ha dejado en evidencia la fragilidad de una economía dolarizada, donde los precios se fijan en divisas, aunque los ingresos de gran parte de la población se mantengan en bolívares.

En la práctica, el país se mueve entre dos realidades cambiarias: un dólar oficial y un paralelo que marca la pauta real de casi todas las transacciones. Al desconocer ese mercado negro, millones de familias quedan entregadas a que allí se defina cuánto vale su salario.

El impacto humano de esta crisis es devastador. Refleja la paradoja de un país en el que se anuncian crecimientos económicos, pero la población ve cómo su capacidad de compra se erosiona sin pausa.

Durante 2024 se celebró haber mantenido un tipo de cambio relativamente estable que moderó la inflación. Sin embargo, este año esa estabilidad se evaporó. El Fondo Monetario Internacional proyecta que Venezuela cerrará 2025 con un alza de precios de 254%.

El Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (Pnud) es aún más pesimista: habla de una inflación cercana al 275% y advierte que el deterioro del bolívar seguirá siendo el principal detonante de pobreza.

Las sanciones de Estados Unidos, reforzadas bajo la presidencia de Donald Trump, han complicado el panorama. Para operar en Venezuela, las petroleras extranjeras necesitan licencias de Washington, lo que limita la entrada de capitales.

Además, Venezuela enfrenta dificultades para mantener andando y hacer crecer su industria petrolera y atraer inversiones. Aun así, el crudo sigue siendo el sostén de la economía: la OPEP reportó que el país produjo 936.000 barriles diarios en agosto, el nivel más alto desde 2019.

Ese repunte petrolero explica el crecimiento de 6,6% del PIB durante el primer semestre, de acuerdo con el Pnud, con avances en áreas como farmacéutica, telecomunicaciones y finanzas. Pero el informe advierte que este dinamismo convive con una inflación que en la primera mitad del año superó el 216% anualizado. La emisión monetaria para financiar al sector público, combinada con sanciones y caída relativa de ingresos, alimenta el círculo vicioso de devaluación y precios desbordados.

La brecha cambiaria se ha convertido también en un obstáculo para las empresas privadas. Según Conindustria, solo es superada por la presión tributaria. Los comercios muestran precios al tipo de cambio oficial, pero calculan sus costos con la tasa paralela, trasladando la diferencia a los consumidores. Con una oferta limitada de divisas en bancos, los ciudadanos terminan en el mercado negro, empujando aún más la depreciación del bolívar.

Los economistas advierten que el venezolano común busca refugiarse en dólares porque sabe que sus bolívares son como billetes del juego de Monopolio: mañana no tendrán valor. Esa pérdida de confianza en la moneda nacional es uno de los síntomas más graves de la crisis: erosiona la cultura financiera, limita el crédito y empuja al país hacia una dolarización caótica y desigual, donde quienes tienen acceso a divisas sobreviven y el resto se hunde.

La paradoja es evidente: Venezuela experimenta una ligera recuperación productiva, pero su población se empobrece cada vez más. La bonanza petrolera, aunque tímida, no compensa la pérdida de poder adquisitivo ni resuelve los desequilibrios estructurales. En este escenario, el crecimiento económico se convierte en un espejismo, incapaz de mejorar la calidad de vida de millones de ciudadanos que siguen midiendo sus días entre el precio del dólar paralelo y la angustia de llevar comida a la mesa.

El verdadero reto para Venezuela no es solo aumentar la producción petrolera ni atraer inversiones, sino reconstruir la confianza en su moneda y en su sistema económico. La pregunta es cuánto tiempo podrá el pueblo soportar esta distancia entre la ilusión de un espejismo y la realidad que lo asfixia.

Es urgente restablecer la confianza en el bolívar con una política monetaria estricta que limite la emisión sin respaldo y que unifique el tipo de cambio, evitando la brecha que alimenta la inflación.

El país necesita diversificar su economía más allá del petróleo, incentivando la producción agrícola e industrial con reglas claras, crédito accesible y reducción de la carga tributaria sobre las empresas. Finalmente, reforzar los programas sociales podría aliviar de inmediato la presión sobre los sectores más vulnerables, mientras se implementan reformas estructurales que garanticen estabilidad a largo plazo.

 

 

 

 

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