Es bueno recordar que en la Valera antañona todas las personas para andar en las calles usaban sombrero. Y se me vienen a la memoria muchos personajes de ese tiempo, como un joven larense que trabajó en la construcción de la carretera Valera-Motatán, Armando Armao, eran los tiempos de Gómez y con el devenir este personaje se convirtió en Armando de Armas. En alguna ocasión me comentó los días duros en Valera.
Y para no hacernos los locos, quiero destacar un alma de Dios que conocí en Valera. Primero definamos que un loco, es alguien que ha perdido la razón, de poco juicio, disparatado e imprudente. Sin embargo, según quienes han viajado al país del encanto en que ellos habitan y andan, nos cuentan que es el estado de mayor felicidad para el alma humana. Nada se necesita porque todo se tiene. Y se tiene de verdad o en el mundo accesible y pintoresco de sus fantasías. Pero mucha atención, algunos buenos analistas de la vida diaria, entre ellos el novelista irlandés Samuel Beckett todos nacemos locos. Algunos continúan así siempre. En resumidas cuentas, según el autor mencionado, la locura es un asunto (virtud, enfermedad, característica) que pasa con el tiempo… pero no les pasa a todos.
En nuestra Valera entre sus personajes, habitaba uno que muchos llamaban «loca», simplemente porque vivía su realidad, se llamaba Alicia Añez Cols, venida de tierras de la serranía quebradeña, nacida por 1913, hija de Clara Cols Moreno, natural de la Mesa de los Moreno (mesa de Escakú), hermana de Tomás y Porcia Cols Moreno, esposa de uno de los caudillos trujillanos, el general Federico Araujo e hija de Esteban Añez Vásquez.
Era la segunda de una prole de nueve hijos: Enma, Alicia, Manuel (casado con Rafaela Briceño Briceño), Ismelda, Rubén, Carmen, Consuelo, Alberto y Amparo, de quienes sobreviven Consuelo y Amparo Añez Cols.
Murió hace 20 años en el ancianato de Betijoque, que regentan las monjas, donde estaba recluida y su tiempo lo pasaba deleitando a los viejitos con hermosas melodías que entonaba con la voz privilegiada que tenía, les alegraba la estancia. Cuenta su sobrina Beatriz Febres que cuando murió los viejitos estaban tristes, se les marchaba la alegría.
Dicen que su trastorno comenzó por un amor no correspondido, siendo una hermosa adolescente, -así me lo refirió su ahijado, el recordado y buen amigo, el pintor Adhemar González-, una vez que conversamos en La Quebrada. Alicia en su andariego camino que la llevaba hasta Durí, pueblo andino en la cordillera cercano por Jajó, donde por 1800 en una piedra apareció una imagen de la Virgen del Rosario, y que el dueño del terreno mandó a borrar y a medida que la borraban se hacía notar más, saliendo de la piedra una fuente de agua no quedando otro remedio que aceptar la imagen, a la que se le construyó un nicho y posteriormente la capilla y más tarde la iglesia, recordamos que todos los 26 de Enero, hay una peregrinación que llega hasta allí y sacan a la Virgen.
Alicia, era pintoresca, colorida, alegre, su obsesión era Durí y su Virgen, a todo aquel que le colaboraba para los pobres del pueblo les hacía escribir su nombre en un «papelito» para llevarlo ante la Virgen y pedirle sanidad; recogía ropa, zapatos, enseres, cuanto podía para llevarles, cuentan que en una oportunidad llegó hasta Jajó y subiendo montaña arriba llegó una mujer manejando un vehículo la montó, la llevó y luego nadie supo quién era, ella decía sonriente “fue la Virgen que me socorrió”. En otra oportunidad, un campesino quiso abusar de ella, montándola en su camión, ella se lanzó del mismo y cayó en una ladera, donde permaneció quieta hasta que el tipo se fue y se salvó del abuso, decía que la Virgen la protegía, impartía catecismo a los niños, vivía en Durí, dormía en cualquier sitio y cualquiera le daba una arepa rellena o un pan, era querida por el pueblo, cuando la inseguridad comenzaba a aparecer en la comarca, volvió con la familia y tiempo después la llevaron a Durí y dicen que al saber que Alicia estaba allí, todos los habitantes que le conocían bajaron de los cerros y salieron del pueblo para saludar a quien por muchos años fue la guardiana de la Virgen y quien les adoctrinaba en el camino del creador.
Su piel era como de bebé, no tenía celulitis, se bañaba con agua fría, dicen que de tanto caminar por Valera y de Jajó hasta Durí, se mantenía saludable, en los últimos años de su vida tenía momentos de lucidez y relataba sus vivencias en su Durí de ensueños. «Un cuerdo entre locos, ellos se tienen por cuerdos y a él le tienen por loco».
Alicia Añez fue la mujer más extrovertida y sin par de la Valera de los ´70. Todo un ícono de naturalidad irreverente. Siempre recordándonos a la Virgen de Durí, su eterna protectora. El amigo Álvaro Sánchez siempre la recordaba y hasta un programa de TV le hizo. “Alicia, qué bella, cómo no recordarla, siempre que me veía por esas calles o venía a casa, me invitaba a Durí a la peregrinación de su querida y venerada Virgen.”
Claudia Contessi De Biasi recuerda cuando era niña, «me encantaba hablar con ella, en casa de tía Gloria, le admiro por su personalidad única e irreverente. Tengo años fuera de Valera pero siempre le recuerdo con cariño”. Para Margot Barroeta, “Mi hermana le regalaba labial y lápiz de ojo, muy coqueta”. Así era Alicia, la querida “Loca Alicia”.
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