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La Quebrada Grande / Por Francisco José González Cruz

Sentido de Historia

por Francisco González Cruz
09/02/2025
Reading Time: 5 mins read
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La Quebrada Grande es un pueblito que nació hace quinientos años en una encrucijada entre los caminos que cruzaban de sur a norte la Cordillera de Trujillo con los que subían desde el Lago de Maracaibo con los valles del Burate y el Boconó.

El sitio es una pequeña explanada que baja de sur a norte y que fue primorosamente construida por las crecientes de su río el Mitifafé, que desciende raudo desde el páramo de El Salvaje. A la distancia se ve como un abigarrado conjunto de casas con la iglesia en el medio y las imponentes montañas alrededor, entre las cuales la más alta, sexi y elegante es la Teta de Niquitao.

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Las dos calles primerizas le dieron la identidad definitiva. Ambas parten desde La Capilla y bajan hasta a La Pueblita. Una a la derecha es la Bolívar y la otra a la izquierda la Sucre. Tres estrechas callecitas las unen para formar cuatro manzanas. Al centro está la plaza Bolívar y alrededor de esta, la iglesia de San Roque mirando al norte, al otro lado mirando al sur está la Alcaldía, al costado este unas antiguas casonas y la salida para la Cruz Verde, al poniente la policía y otras edificaciones públicas. Y algunos negocios.

De la calle de la Iglesia y hacia el oeste parte la calle Comercio o La Travesía que llega hasta el Cementerio, pasando por el “degüello”, para luego convertirse en el camino hacia Miquinoco, Tundá y otras comarcas. Y eso era todo, hasta que por los lados del pie de la plaza hicieron la Avenida Milton y se pobló la hacienda de Ramón Barrios. Y ahora recientemente el pueblo se extiende por la vía hacia los Dos Caminos, tomando desordenadamente lo que fueran haciendas de café. Casas feas y costosas. Nada de la expansión del pueblo respetó la tradición, ni el buen gusto.

Porque las casas tradicionales del pueblo son (casi eran) de gruesos tapiales, techos de tejas de El Tendal, pisos de ladrillo, zaguanes de canto rodado, corredores alrededor del patio y el solar atrás, para criar los animales. En el patio compartían las matas de ornamento con las medicinales y las aromáticas: rosas, begonias, hortensias, calas, ajenjo, manzanilla, ruda, malojillo, romero, orégano y cebolla de rama, cilantro y perejil. Y la mata de limón que no podía faltar. Con frecuencia en el solar: chirimoyas, limonzones, limas, cambures y naranjos. La salas y la habitación principal daban a la calle por unos grandes ventanales que por dentro tenía un poyo a cada lado, unas persianas y dos postigos. Las puertas altísimas. Eran casas preciosas.

Las montañas que entornan al pueblito son: al suroeste la Avispa que es un ramal que baja de El Salvaje, al sureste la Loma de los Indios que baja del páramo del Tostao. Luego al norte el altivo “Cerro del Oro” y más allá el alto de Timbís, Los Cuartelitos y la Loma del Medio que bajan de la Teta de Niquitao y Chorro Blanco. Hacia el poniente el Alto de Esdovás y Los Árboles. Todos son soberbios relieves de la Cordillera de Trujillo.

Entre estas gigantescas murallas corren los ríos entrañables: el Miquinoco, el Miquimbox o Mitifafé, las quebradas de Ceniza y Estapape y la quebrada de Timbís, que al pie del pueblo se unen para formar La Quebrada Grande que más abajo se integra al Motatán. De estas maravillas salen las aducciones que riegan las vegas y los cerros para que la gente produzca hortalizas, flores, frutales y tengan agua pura para su consumo doméstico. Arriba los bosques nublados cuidan esas aguas, aunque en Miquinoco y otros lugares han abusado, esas selvas sagradas han sido profanadas y esa gente y sus sementeras sufren el castigo de la sed.

Sigue siendo La Quebrada Grande un cruce de caminos. De los que bajan de los páramos, los que relacionan a los pueblos de la vertiente occidental de la Cordillera de Trujillo: La Mesa de Esnujaque, Jajó, Montero, Santiago, San Lázaro y Trujillo. El que sube de Valera y la Zona Baja. Otros caminos más íntimos relacionan las comarcas: de Estapape y Chorro Blanco; de El Potrerito y San Rafael; de Loma del Medio y Cabimbú; de Tubú; de Esdovás; de Tundá, Caquites y Curubuy; de El Algodón, Miquimbox y el Cordoncillar; de La Avispa, del Alto de los Indios.

Nada más importante en el pueblo que el templo parroquial. En él palpita todo la población y su calendario anual está articulado a lo que suceda en esa iglesia. Consagrado a San Roque de Montpellier, resume toda la religiosidad de este pueblo católico que respeta los domingos y fiestas de guardar. Construida por el Padre José de los Ángeles Cano a principios del siglo pasado, es hermosa. De enormes tapiales, altar mayor de calicanto, coro en la entrada y tres naves, la de la derecha de la Virgen de Coromoto, la de la izquierda consagrada al Santísimo y la central al Patrono San Roque. A mitad de la nave izquierda está la “Puerta del Perdón” que sale a la avenida. Siempre impecable y adornada. La fachada, de un estilo indefinido, es sobra y elegante. En el piso de la entrada hay una enorme laja que tiene gravada la fecha de 1717.

La vida en La Quebrada Grande está marcada por la actividad rural. El cultivo del café era el principal oficio de su gente, junto a la caña de azúcar para hacer panela. Los páramos eran el reino del trigo, la avena, los garbanzos, la papa y la zanahoria. Frecuentes eran los molinos para producir harina. Desde hace tiempo todo retrocedió ante el avance de las hortalizas, pues el Programa Valles Altos sembró de sistemas de riego por aspersión todos los paisajes. La prosperidad se instaló en los campos y en el pueblo, mejoraron las casas, aparecieron los galpones, se llenaron de camiones las carreteras y las pulperías se surtieron de mercancías e insumos para las nuevas siembras. Pero con ello vinieron los pesticidas y las moscas.

Este carácter rural, campesino, es el de su gente. Trabajadora, conservadora, reservada. Tiene una religiosidad formal, de ir a misa, participar en las cofradías, organizar procesiones, levantar capillas, celebrar todas las fiestas de los santos. En la sala de cada casa hay un altar, con un Crucifijo, San Roque, San Isidro, el Santo Niño de Atocha, la Virgen del Carmen, José Gregorio Hernández y otros, todo adornado con papeles de colores, flores de plástico y la luz del hogar encendida.

A pesar de ello hay mucho consumo de alcohol, abundan las ventas de aguardiente, son frecuentes los pleitos a cuchillo, el maltrato a los hijos y a las esposas. También mucha basura y mala educación que aumenta con el tiempo. Todas estas cosas se pueden mejorar con la influencia que tiene la iglesia católica y las fortalezas familiares que aún perviven.

Al fin, La Quebrada Grande es mi tierra, con sus ángeles y demonios, con sus lugares. Pero en donde y por encima de todo se imponen su geografía entrañable, en aquella niñez que nos forjó nuestra manera de ser y los desafíos del ahora.

 

 

Tags: CulturahistoriaSentido de HistoriaTrujilloValera
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