La vida social de nuestra Venezuela comienza, en este año, con una jornada de protesta de los educadores y trabajadores de otras áreas del sector público.
La causa de la legítima protesta laboral es la catástrofe humanitaria que sufrimos, expresada de forma directa en cada trabajador, con un salario miserable.
El pasado lunes 9 de enero el magisterio convocó a sus agremiados, y a otros sectores trabajadores del sector público, a una jornada de protesta. Las calles de toda Venezuela se llenaron de ciudadanos indignados con Maduro y su camarilla.
A la protesta se unieron los trabajadores de las empresas de Guayana. Nunca en la historia de esa región, sus trabajadores habían estado en peor situación.
Han hecho presencia en las calles, acompañando esta legítima exigencia, los pensionados y jubilados. Ya su ingreso es apenas una limosna.
“La revolución bolivariana y socialista” ha logrado el gran sueño de “la igualdad”. Todos somos igualmente pobres. Diría que buena parte de nuestra sociedad está en la miseria. Ni siquiera en los tiempos de la esclavitud un trabajador en estas latitudes había sido sometido a las penurias a las que hoy está sometido el trabajador venezolano. En aquellos tiempos los esclavos tenían las tres comidas diarias. Hoy eso no es posible porque con los salarios que Maduro paga a los trabajadores es imposible tener lo necesario para su alimentación, mucho menos para sus familias.
La vida moderna exige otros requerimientos, además de la alimentación. Ninguno de ellos está cubierto. Por el contrario, los logros de la democracia y la civilidad han desaparecido. La respuesta de Maduro ha sido la evasión y la represión.
Evade su responsabilidad y la de su gobierno ante la miseria existente, como si no estuviesen controlando el poder durante los últimos 23 años. En su discurso, en el Palacio Federal Legislativo del pasado jueves 12 de enero, el actual ocupante de Miraflores, no tuvo el coraje de admitir el fracaso rotundo del modelo que nos ha impuesto. Mucho menos aceptar el saqueo y destrucción que sus huestes le han propiciado a las finanzas públicas y a la economía en general.
Todo su discurso sigue dirigido a imputar a otros la responsabilidad de la catástrofe. Ya son 23 años con la misma letanía. Desde el inicio de la revolución tienen una excusa y un culpable: el imperio, la oligarquía, el paro petrolero, la guerra económica y ahora el bloqueo. Han ido recurriendo en cada momento a una excusa. Por fortuna el país ya no le cree ninguna, absolutamente ninguna, de sus mentiras y excusas. Ya los más fanáticos “revolucionarios” no se comen ese cuento. Mientras la mayoría de ellos sufren, como el resto de los ciudadanos, las consecuencias de la destrucción creada, unos pocos personajes de la cúpula roja exhiben grotescamente su opulencia desdiciendo con sus lujosos autos y sus excentricidades, las mentiras de la propaganda y el discurso.
La protesta ciudadana es un derecho legítimo. Nuestros ciudadanos, a pesar de todo el esfuerzo de la camarilla por destruir el tejido social, han atendido el llamado de sus gremios a ejercerlo. Desde estas páginas debemos reconocer y animar esa lucha. Pero debemos estar alertas porque tenemos al frente del poder a personajes con una profunda carga autoritaria. Su maldad no tiene límites. Ante la incapacidad para ofrecer respuestas efectivas a la grave problemática económica y social, su reacción natural es la represión y la manipulación.
Así han tratado ya a los trabajadores de Guayana. Los grupos armados y los cuerpos de seguridad han cargado contra los líderes obreros. La lista de detenidos es ya importante. Crece, entonces, el número de presos políticos.
Ante ese cuadro de protestas y represión nuestro deber es incrementar la solidaridad con esas luchas, y en paralelo, elevar la conciencia ciudadana y su organización para construir la alternativa de poder que ha de sustituir a la camarilla roja en funciones de gobierno.
He afirmado en mis anteriores escritos, y lo sostengo, que este año 2023 es crucial en la tarea de preparar el cambio aheleado por la inmensa mayoría de los venezolanos. Más allá de las reivindicaciones que la protesta le pueda arrancar a la camarilla del gobierno, no podemos perder de vista que lo fundamental es expulsarla de los escenarios del poder.
La barbarie roja no está en condiciones de devolverles a los venezolanos su calidad de vida. Esa camarilla tiene unos valores incompatibles con la modernidad y la civilidad. Por eso se aferran al poder. Debemos recordar, con ocasión y sin ella, que son herederos de la escuela de la dictadura cubana que encabezó el dictador Fidel Castro. Bien conocemos que esa escuela tiene una concepción monárquica y brutalmente represiva del poder.
De modo que la única forma de recuperar el salario, el respeto a los derechos humanos y la calidad de vida de nuestros ciudadanos pasa por el cambio político, no solo de las personas que detentan hoy el poder, sino además, del modelo de estado y de economía que nos han impuesto.
Esa es la razón de la lucha que estoy promoviendo y liderando en todo el país. Esta nueva ola de protesta ciudadana nos revela qué hay conciencia de la tragedia y espacio suficiente para ese cambio. Seamos consecuentes con esas luchas. Defendamos sus propósitos y respetemos la entrega y el sacrificio de sus protagonistas.
Quienes estamos en el campo estrictamente político debemos ser los primeros en asumir ese compromiso y actuar en consecuencia. No pueden, quienes se asumen dirigentes, continuar con el conflicto de egos, disputas subalternas y rencores acumulados. El debate público no puede ser para ventilar sus desencuentros.
Nuestro compromiso es impulsar el cambio y fortalecer la esperanza.
Asumamos plenamente las ideas e iniciativas lanzadas, también la semana pasada, por la conferencia episcopal venezolana.
En su documento de comienzos de este año, nuestros obispos envían un mensaje es muy claro: “Invitan a todos los creyentes y personas de buena voluntad a vivir un “protagonismo consciente de ciudadanía responsable”, a no dejarse robar la esperanza. Es fundamental que pasemos de la lamentación a la acción liberadora.”
No nos dejamos robar la esperanza por la camarilla roja, ni por sus agentes mercenarios, ni por los personajes que solo piensan en sus egos e intereses personales.
La concertación ciudadana que le estamos presentando al país está precisamente en la dirección de construir juntos, como nación, una nueva esperanza y una nueva sociedad de justicia, bienestar y libertad.
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