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La presencia de la mujer y su identidad cultural en Los Riberas de Mario Briceño Iragorry | Por: Alexis del C. Rojas P.

por Redacción Web
15/09/2025
Reading Time: 13 mins read
Mario Briceño Iragorry (Cuadro retrato IUTEMBI)

Mario Briceño Iragorry (Cuadro retrato IUTEMBI)

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Alexis del C. Rojas P.

 

 

La identidad de las mujeres es el conjunto de   

características sociales, corporales y subjetivas

que las caracterizan de manera real y simbólica

de acuerdo con la vida vivida.

 

Marcela Lagarde

 

La escritura de Mario Briceño Iragorry, reconocida fundamentalmente por  el  género ensayístico y epistolar, bajo la firmeza  característica del historiador, ocasiona en 1958 el  discurso propio de la narratividad con la novela Los Riberas. Una obra que configura ciertas referencialidades históricas e identidades de la vida nacional desde la condición humana y social de sus personajes ficcionales; que bien podría catalogarse dentro de  la llamada novela intrahistórica; pues la narración actualiza los hechos del  pasado desde la cotidianidad y voces  de los personajes que conforma la familia Ribera; es decir desde “la perspectiva  de los subalternos sociales (…) ajena a los márgenes del poder”, de acuerdo a la tesis de Rivas Luz Marina (2004, p.87).

La novela modela el comportamiento, actitudes y estados emotivos  de identidades,  a través del devenir histórico de los Ribera, en  un caudal  de espacios, acontecimientos, personalidades y realidades insertas en el orden económico, político y social, perteneciente al contexto geográfico de Mérida de mediados del siglo XIX y la Caracas de las tres primeras décadas del siglo XX. Una obra que pareciera  no comportar otro interés que el de hacer discurrir los acontecimientos reales o imaginarios en espacios y tiempos definidos.

La extensa obra contiene una variedad de macro unidades semánticas importantes de consideración analítica, por ejemplo,  el viaje  físico e interno del personaje protagonista; la recreada descripción geográfica -paisajística de Mérida y Caracas; los vínculos  políticos y  posiciones ideológicas de algunos personajes, o, el mundo de “las concesiones petroleras”. Entre otros temas fundacionales es significativo mostrar la posición o identidad cultural que ocupa  la mujer en la saga familiar de Los Riberas, figura femenina de recurrente presencia y progresiva importancia en la  historia de cada uno de los espacios estructurales de la narración, referida más delante de forma secuencial.

El tratamiento de la  presencia femenina  en la novela  de Briceño Iragorry, dista mucho de  la antigua figuración  arquetípica de la  mujer mitológica y de la deidad, o de la mujer moderna vista, por ejemplo, en Ifigenia (1924), imagen de la mujer innovadora, educada e intelectual que cultiva la literatura; en  la novela Doña Bárbara (1929), arquetípica amazona, mujer representativa de poder y ambición en el contexto de la barbarie; o en una de la  más recientes novelas, como  La favorita del señor (2001) de Ana Teresa Torres, representación de la mujer dominada y esclavizada sexualmente por los rigores del machismo, pero también la lucha por la  búsqueda del placer y la libertad sexual. Una visión de confrontación de  culturas, en donde “una mujer árabe secuestrada por los cristianos en la España medieval –señala Rivas en su estudio de la obra- contrasta  perpleja sus valores culturales frente a los que se  le son impuestos”. (p.16).

 

Los Riberas, por su parte, es ilustrativa la tradicional posición  de la mujer de la cultura occidental, concebida en la belleza y comprensión de su naturaleza humana, procreadora y benefactora de la vida y amor familiar e insustituible en la sociedad. No olvidemos, en la historia personal de Mario Briceño Iragorry, la indisoluble vinculación con las mujeres de su núcleo familiar; en su infancia, la abuela materna y  la madre, seres cuya esencia prodigan nobleza, amor, enseñanza moral y espiritual, espíritu creador; en la  vida adulta, su esposa, elogiada como “la musa fiel”, la extraordinaria compañera que le brindó, dice su hija Beatriz, en Retazos femeninos (2003), “soporte, sosiego, estímulo, inspiración  y fortaleza para asumir los inmensos retos de la vida” . Sentimiento de  respeto y admiración hacia la mujer marcado, además, por el principio mariano que ciñe su vida: nació en Nuestra Señora de la Paz de Trujillo el  15 de septiembre, precisamente el  día en el cual se celebra a Nuestra Señora de los Dolores, y fue bautizado  en la Iglesia Nuestra Señora de la Paz:

… para mi esta iglesia –dice Mario Briceño Iragorry en su obra  Mi infancia y mi  pueblo- tiene un valor que no la iguala el de Nuestra Señora de París o el propio de la catedral de San Pedro en Roma. Porque a esta iglesia…fui llevado de la mano para recibir en su bautisterio el óleo cristiano…habían ido mis padres a recibir la bendición para sus nupcias. Y habían ido también mis abuelos por más de tres siglos (p.27).

 

Invaluables  valores de fe, intrínsecos  en la configuración de su “tierra de María Santísima”.

La visión de Mario Briceño- Iragorry  con relación al papel de la mujer consigo misma y  la sociedad, proyecta a la mujer que en el enfoque de  la analista junguiana, británico-estadounidense, Esther Harding “se refiere más a ellas como seres que a la feminidad como concepto”. Es decir “La relación de la mujer con su propio principio femenino es algo que la controla desde lo más profundo de su ser aunque ella permanezca totalmente ignorante de lo que la sujeta” (Harding, 1987, p.33).

No obstante, esta visión de la mujer difiere inicialmente en la primera parte de la novela denominado Un hombre, representado en el personaje protagonista Alfonso Ribera, auténtico merideño, procedente de “una de las más levantadas estirpes coloniales”,  notable hacendado y comerciante, de alta posición y prestigio en la vida social finisecular de la ciudad de Mérida; que retrata al arquetipo hombre, ceñido a la  concepción social y  códigos culturales impuestos por la sociedad patriarcal, con respecto a la condición de la mujer de bajo estrato social, la trabajadora  de la hacienda sujeta a los requerimientos del acaudalado.

Realidad narrativa que encontramos en el personaje Anita Méndez, hija de una  peona de hacienda, quien fue  su mujer por más de 14 años  y  en quien tuvo tres hijos ilegítimos. Mujer asumida por el arquetípico Alfonso Ribera como simple objeto, en quien ejerce su poder falocéntrico: “la satisfacción de las urgencias sexuales”. Mujer “Peona de día  y peona de noche. Criatura sin libertad y sin escape (…) Él los había engendrado, pero, en último análisis, eran para él simplemente los hijos de Anita Méndez” (págs.19 y 21).

La percepción de este personaje femenino en estado de sumisión, degradación y negación moral y económica, violenta y aflige la condición humana; indiferencia que en sentido Leviniano “puede ser fuente de opresión y de violencia” (Higuera, 2010, p.102). No solo ante  el hecho de ser desestimada la relación dada su condición social, sino también el abandono de los hijos, que a lo sumo según la tradición  que “regía el sistema de la esclavitud legal… los hijos naturales pasaban a ser fieles mayordomos” (p.19). Fuera de todo ordenamiento social y protección económica vemos como  Luís, el hijo mayor de Anita  al cumplir los 12 años, Alfonso Ribera lo lleva de peón a la hacienda paterna bajo la identificación de “ahijado”; estado de negación que mantuvo por  toda su vida, incluso ya como hombre independiente, al nuevamente ser desatendido con la inasistencia a la invitación hecha a su boda en condición de padrino.

Hecho narrativo de tendencia historicista que retrata el vejamen y humillación de la mujer de estrato inferior, en desventaja social y en consecuencia víctima de la esclavitud, de actos de impiedad. Realidad que se antepone a la posición de caballero que Alfonso  muestra “hacia la bella  y seductora” Elisa Govea, su prometida, “otra clase de mujer…ante ella, fácil fue que se rindiera la voluntad solteril…”, a pesar de no ser muy bien acogida por “la exclusiva sociedad merideña”, ni por el núcleo familiar en Caracas, en especial por su padre don Vicente, quien luego de confesarle a su hijo la aventura que sostuvo con Magdalena, madre de Elisa Govea, lograr disolver el compromiso.

En la segunda estructura narrativa titulada Otro hombre, Alfonso es, ahora,  el citadino, el empresario próspero, burgués, gracias a la  influencia de su padre Dr. Vicente  Ribera con el general Juan Vicente Gómez. Aquí se  destaca en primera instancia a doña Teresa, figura de señora conservadora, fiel esposa, acompañante del Dr. Vicente Ribera, amorosa madre de tres hijos, abnegada benefactora familiar, quien se adecúa a los cambios ilustrativos del señorío de la vieja sociedad de Caracas de principios del siglo XX: lujos, costumbre, modas, comidas;  sin desestimar aspectos genuinos de la  provincia andina.

Doña Teresa destaca a la mujer íntegra, virtuosa, la compañera de su esposo, sin notoria presencia en los asuntos laborales de don Vicente hasta el momento de su muerte, cuando le toca  asumir la autoridad en el reparto de los bienes heredados. Acto ejecutado con armonía y equidad entre sus 5 hijos, y a quienes les expresa, sin ambages, que ella se queda con la hacienda “La Esmeralda” y la casa de Mérida; pues aunque no retorne a ella

quiero sentirme dueña del pedazo de tierra que ayudé a cultivar de joven; quiero saberme dueña de la casa donde los tuve a ustedes: quiero sentirme señora de mis lejanos campos. Ustedes son modernos. Yo quiero mucho a Caracas. ¡Cuántos años hace que vivo acá. Pero en Mérida están mis muertos (págs.453-454).

 

De modo que la  herencia se constituye en enseñanza de valores humanos   y valores patrios,  símbolo de  identificación y querencia con su tierra lejana, donde quizás irá “a desandar después de muerta”. Visión de orgullo por lo propio que se antepone a la de su hija Adelaida, quien busca disfrutar los aires de la modernidad  y su preferencia por los albores de la  vida citadina.

Otro personaje valioso en la vida cotidiana y crianza de los Riberas es la vieja Estefanía, mujer que simboliza la humildad y fidelidad en el tiempo, circunstancias y espacios de la familia, vista en el emocionante encuentro de Alfonso con la antigua criada,

Estefanía, en la gran casa caraqueña de los Riberas, era una suerte de presencia amorosa; callada; modesta de la vieja servidumbre merideña.  La fiel Estefanía, en medio del lujo nuevo, era la huella permanente de la tierra lejana y el recuerdo vivo de las estrecheces que venció enantes la familia (p.250).

 

La posición de la mujer, que ocupa doña Teresa, se dimensiona en la presencia de la figura femenina de Soledad Solórzano, elegante, culta, de gran distinción y abolengo; pues los Solórzano pertenecían a “los copitos más encumbrados del mantuanaje caraqueño” (p.359). Esta bella joven después de varios encuentros amistosos  con Alfonso se convierte en su novia, en  “la amada sin par”; relación de  noviazgo bajo el gusto y aprobación de ambas familias y si bien, Soledad no superaba en fortuna a los Riberas si sobresalía en señorío social; por lo que Alfonso “tenía que ponerse a tono con el mundo donde habría de moverse su vida futura” (p.359).

Relación amorosa que pronto se convierte en la fastuosa boda apadrinada por el Benemérito General y  reseñada notoriamente. Tras ello, una vida de realización de pareja signada por el amor, el respeto, la compresión y la prudencia que definió el proceder de la “sin par” Soledad, quien supo mantener una sabia, sana y feliz convivencia, juntos compartían diversos compromisos, eventos, paseos, viajes. Esta representación de Soledad, bien pudiera marcar una analogía con la esposa de don Mario, doña Pepita, a quien se refería  como la “dueña y señora de mi vida”,

En unión a Soledad experimentó cambios significativos de prácticas sociales y familiares, “sintió en su interior cómo sobre su voluntad se había erigido una voluntad nueva. Ya él no era Alfonso Ribera de Mérida. En él estaba naciendo otro hombre” (p.396). Experimentó el rol de padre con el feliz nacimiento de su hijo Vicente Alejo Ribera Solórzano, como si fuera el primero, y de igual forma el recibimiento de los siguientes tres hijos. Se volvió hogareño y junto a su esposa  e hijos disfrutó de una vida próspera, llena de atenciones y fórmulas sociales.

La tercera  parte  de la novela intitulada El hombre, revela serias confrontaciones de Alfonso con su hijo Vicente Alejo, ya todo un doctor de medicina, con un “profundo sentido  y defensa de lo social”. Además de las discrepancias  de orden ideológicas que enfurecía y atemorizaba al padre de que llegara a convertirse en un comunista, en su falsa visión del concepto; se presenta la escena narrativa que pone al descubierto la verdad sobre el pasado de Alfonso en Mérida: la existencia de los hijos bastardos; desocultamiento originado por la accidental aparición de Yolanda Méndez (hija del hijo bastardo, Luís Méndez), de quien  su hijo legítimo Vicente Alejo queda prendado, desde el mismo momento que la atiende de su accidente automovilístico, y desea hacerla su esposa.

La presencia de este personaje femenino trae consigo el pasado, como el mito de Sísifo, se produce un retorno, pero con la salvedad de ser una representación donde Yolanda Méndez, la nieta de Alfonso, ya en otra posición social, reivindica el pasado de su padre Luís,  y por ende, la condición humana de su desprotegida abuela, Anita Méndez.

El deshonroso hecho de abandono y desprotección  que desestabiliza el presente de Alfonso, provoca serias confrontaciones con su hijo Vicente Alejo, quien con vehemencia lo insta a reflexionar, a obrar y asumir su deber moral “Soy frente a ti tu propia conciencia desnuda. Te digo lo que tú mismo bebieras haberte dicho hace tiempo” (p.542). Esta acusación  desata la  ira de su padre,  la ruptura de la  vinculación  entre ellos, confrontación que finalmente desencadena en Alfonso, el padecimiento de  una  conmoción arterial con consecuencia en el habla y movilidad.

La novela también entrelaza en esta parte, algunas historias que representan la mirada de la mujer de la nueva generación, por ejemplo, la censura a  la ligereza de las actuales mujeres casadas,  o la estima y valoración  de las muchachas solo en función de la posición social de las familias. Esta realidad es  desmontada por la visión de justicia social del joven Vicente Alejo, quien distingue vehementemente ante su padre el comportamiento de desigualdad e improbidad,  visto en el incompatible paralelismo del ascenso de la joven Yolanda, y  el descenso de  la prima Lizz Gefahr:

-Yolanda, una muchacha con “cualidades exquisitas de cultura…muy bien educada por las monjas de Santa Rosa de Lima, tiene  lo que no tiene mi prima Lizz Gefahr…- La otra es tu nieta. La otra es tu sangre. A mi prima la aceptas en tu casa porque es de la sociedad, porque la alta sociedad le tolera su liviandad…Ella tiene cabida en los altos cuadros, porque es bien nacida, así sea mal vivida. En cambio,  tu nieta está condenada a la oscuridad porque tu engañaste y burlaste a su abuela  (p.541).

 

Es significativo subrayar la condescendiente y sabia  actitud de Soledad Solórzano  sobre el pasado de su esposo, el cual fue de su conocimiento desde antes de casarse, a través de los anónimos recibidos de la antigua novia Elisa Govea; realidad que silenció, le confiesa a su hijo Vicente Alejo,  por considerar que era un hombre que “le hizo falta ilustración para comprender ciertos problemas”; pero en el fondo “ha sido siempre de una gran bondad” (p.544),  y que ella  desde el amor y comprensión supo educar con paciencia y dulzura.

La figura de Soledad modela un talante de mujer comprensiva y muy sabia, de buena esposa y buena crianza de sus hijas –en elogio del propio Alfonso- que logró progresivamente  cambios significativos en el mundo personal y familiar de Alfonso, visto en la reconciliación de la relación con su hijo y el consentimiento del matrimonio con Yolanda, además de la reconversión espiritual de su esposo

… se sentía deseoso de comunicar a los demás los dones magníficos de la vida prolongada  de hacer prácticos los frutos espirituales vendimiados en la útil reflexión lograda en medio del fecundo silencio del dolor… -Tú papa´-dijo Soledad- resolvió ayer destinar cuatro millones de bolívares para una obra consagrada a proteger a los hijos sin padres, y quieres que tú des los pasos para la fundación (p.567).

 

En definitiva, podría decirse que las principales figuras femeninas de la novela Los Riberas, doña Teresa  y la distinguida Soledad, damas de sociedad que destacan por sus capacidades y virtudes, representan roles que responden a arquetipos de orden familiar  y fórmulas establecidos por la estratificación social de la época,  vinculados al pleno desenvolvimiento de la mujer esposa, madre, hija, en un entorno de comodidades, con goce de ciertos derechos y libertades; subordinadas a la demarcación de las acciones económicas, políticas y sociales del hombre. A diferencia de Anita Méndez de la provincia merideña, en una visión de la mujer  de inferior condición, subyugada y socialmente excluida; distinción que constituye una parte  representativa  de la realidad cultural de los pueblos.

Estos personajes en su conjunto representan la  persistencia de un modelo  de  tradición cultural femenino,  propio de la sociedad finisecular del XIX y primeras décadas del XX, donde la mujer destaca en su papel de complementariedad de  la vida del hombre y ancla preservadora de  la estructura familiar. Visión conservadora de Mario Briceño Iragorry marcada por la significación de las mujeres de su vida familiar; perceptible en la trascendente admiración  por la belleza e integridad que comporta su naturaleza humana, tratada  en su obra, con mención  particular  en  el ensayo “Acerca del voto de la mujer” (1989, Vol. VII), en donde expresa: “Que la mujer  sea siempre lo que es usted. Belleza y comprensión. Fuerza y candor. Talento abierto a todos los vientos y torre cerrada desde donde su espíritu atisba, con la más fina y amplia mirada, la marcha del mundo”. Perspectiva  que  para los nuevos tiempos implica  una  desigualdad de la mujer, metafóricamente expresada   por Juliano: “sus aportes forman la argamasa que mantiene unido al edificio social, pero en ese edificio contabilizan sólo las piedras” (Juliano, 2001:158).

 

 

Referencias Bibliográficas

 

Briceño Iragorry, Mario. Los Riberas. Obras Completas. Caracas: Ediciones del Congreso de la República, 1991. Vol.12.

————- Mi Infancia y Mi Pueblo. Trujillo-Venezuela: Comisión Regional-Trujillo, Año Centenario del Natalicio de MBI, 1997.

————- “Acerca del voto de la mujer”, en Obras Completas. Caracas: Ediciones del Congreso de la República, 1990. Vol. 7.

Briceño Picón, Beatriz.  (2003). Retazos femeninos. Caracas: Fundación Mario Briceño-Iragorry.

Harding, Esther. (1987). Los misterios de la mujer. Simbología de la Luna. Barcelona – España: Ediciones Obelisco, S. L. Traducción: Ani Fabré.

Higuera Aguirre, Edison. (2010). Negación del ser para el reconocimiento del otro. Universidad Politécnica salesiana de Ecuador.

uliano, Dolores (2001). El juego de las astucias. Mujer y construcción de modelos sociales alternativos. Madrid: horas y HORAS.

Rivas, Luz Marina. (2004).  La novela intrahistórica.  Tres miradas femeninas de la historia venezolana. Mérida-Venezuela: el otro@ el mismo.

———– (2004). “Miradas cruzadas: La favorita del Inca en diálogo con la favorita del señor”, en: Mujeres: Escritura, Imaginario y Sociedad en América Latina. Gregory Zambrano (Compilador). Mérida-Venezuela: Venezolana c.a.

 

 

 

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