La identidad de las mujeres es el conjunto de
características sociales, corporales y subjetivas
que las caracterizan de manera real y simbólica
de acuerdo con la vida vivida.
Marcela Lagarde
La intencionalidad y referencialidad del discurso narrativo de la novela Los Riberas (1958), responde a una obra viva de carácter social. Una escritura que modela a través del devenir histórico de la familia Ribera, un caudal de espacios, acontecimientos, personalidades y realidades, insertas en el orden económico, político y social perteneciente al contexto geográfico de Mérida de mediados del siglo XIX y la Caracas de las tres primeras décadas del siglo XX.
La extensa obra contiene una variedad de macro unidades semánticas importantes de consideración analítica, por ejemplo, el viaje, físico e interno del personaje protagonista; la recreación y descripción geográfica paisajística de Mérida y Caracas; los vínculos y posiciones políticas; la visión religiosa. Entre otros tantos conceptos fundacionales y generales, es significativo reflejar la posición o identidad cultural de la mujer, desde la visión del hombre en la saga familiar de Los Riberas, figura femenina presente en cada uno de los espacios estructurales de la narración.
Una aproximación a la feminidad, lejos de toda figuración de la arquetípica mujer mitológica y de la deidad, o en la distinción de la mujer vista, por ejemplo, en la novela Doña Bárbara, arquetípica amazona: devoradora y seductora; en Ifigenia, imagen de la mujer educada e intelectual, que cultiva la literatura; en la novela Los Riberas es ilustrativa la mujer en su precisa condición natural, como seres reales fundada en la experiencia de la vida del entorno familiar. Figura femenina “De rasgos sobre los que tradicionalmente se ha construido un estereotipo de la mujer”, en definición del Diccionario de la Real Academia Española; y que la analista junguiana británico-estadounidense Esther Harding, en su enfoque de la mujer “se refiere más a ellas como seres que a la feminidad como concepto”. Es decir “La relación de la mujer con su propio principio femenino es algo que la controla desde lo más profundo de su ser aunque ella permanezca totalmente ignorante de lo que la sujeta (Harding, 1987, p.33).
En la primera parte de la novela denominado Un hombre, representado en el personaje protagonista Alfonso Ribera, auténtico merideño, procedente de “una de las más levantadas estirpes coloniales”, notable hacendado y comerciante, de alta posición y prestigio en la vida social finisecular de la ciudad de Mérida; retrata al arquetipo hombre, ceñido a la concepción social y códigos culturales impuestos por la sociedad patriarcal, con respecto a la condición de la mujer de bajo estrato social, la trabajadora de la hacienda sujeta a los requerimientos del acaudalado.
Esta realidad la encontramos abiertamente en el personaje Anita Méndez, hija de una peona de hacienda, quien fue su mujer por más de 14 años y en quien fecundó tres hijos bastardos. Mujer asumida por el arquetípico Alfonso Ribera como simple objeto de desahogo sexual, en quien ejerce su poder falocéntrico “la satisfacción de las urgencias sexuales”. Mujer “Peona de día y peona de noche. Criatura sin libertad y sin escape (…) Él los había engendrado, pero, en último análisis, eran para él simplemente los hijos de Anita Méndez” (págs.19 y 21).
La percepción de este personaje femenino en estado de sumisión, degradación y negación moral y económica, violenta y aflige la condición humana; indiferencia que en sentido Leviniano “puede ser fuente de opresión y de violencia” (Higuera, 2010, p.102). No solo ante el hecho de ser desestimada la relación dada su condición social, sino también el abandono de los hijos, que a lo sumo según la tradición que “regía el sistema de la esclavitud legal… los hijos naturales pasaban a ser fieles mayordomos” (p.19). Fuera de todo ordenamiento social y protección económica vemos como Luís, el hijo mayor de Anita al cumplir los 12 años, Alfonso Ribera lo lleva de peón a la hacienda paterna bajo la identificación de “ahijado”; estado de negación que mantuvo por toda su vida, incluso ya como hombre independiente, al nuevamente ser desatendido con la inasistencia a la invitación hecha a su boda en condición de padrino.
Hecho narrativo de tendencia historicista que retrata el vejamen y humillación de la mujer de estrato inferior, en desventaja social y en consecuencia, víctima de la esclavitud, de actos de impiedad. Realidad que se antepone a la posición de caballero que Alfonso muestra “hacia la bella y seductora” Elisa Govea, su prometida, “otra clase de mujer…ante ella, fácil fue que se rindiera la voluntad solteril…”, a pesar de no ser muy bien acogida por “la exclusiva sociedad merideña”, ni por el núcleo familiar en Caracas, en especial por su padre don Vicente, quien luego de confesarle a su hijo la aventura que sostuvo con Magdalena, madre de Elisa Govea, lograr disolver el compromiso.
En la segunda estructura narrativa titulada Otro hombre, Alfonso es, ahora, el citadino, el empresario próspero, burgués, gracias al oportunismo e influencia de su padre Dr. Vicente Ribera con el general Juan Vicente Gómez. En ella, se destaca en primera instancia a doña Teresa, figura de señora conservadora, fiel esposa acompañante del Dr. Vicente Ribera, amorosa madre de tres hijos, abnegada benefactora familiar, quien se adecúa a los cambios ilustrativos del señorío de la vieja sociedad de Caracas de principios del siglo XX: lujos, costumbre, modas, comidas; sin desestimar aspectos genuinos de la provincia andina.
Doña Teresa destaca a la mujer íntegra, virtuosa, sujeta al beneficio y directriz de su esposo, alejada de los asuntos laborales de don Vicente hasta el momento de su muerte, cuando le toca asumir la autoridad en el reparto de los bienes heredados de su esposo. Acto ejecutado con armonía y equidad entre sus 5 hijos, y a quienes les expresa, sin ambages, que ella se queda con la hacienda “La Esmeralda” y la casa de Mérida; pues aunque no retorne a ella quiero sentirme dueña del pedazo de tierra que ayudé a cultivar de joven; quiero saberme dueña de la casa donde los tuve a ustedes: quiero sentirme señora de mis lejanos campos. Ustedes son modernos. Yo quiero mucho a Caracas. ¡Cuántos años hace que vivo acá. Pero en Mérida están mis muertos (págs.453-454).
De modo que su herencia se constituye en símbolo de identificación y querencia con su tierra lejana, donde quizás irá “a desandar después de muerta”. Visión de orgullo por lo propio que se antepone a la de su hija Adelaida, quien con cierta ligereza, montada en los aires de la modernidad hace preferencia a los albores de la vida citadina.
Un personaje valioso en la vida cotidiana y crianza de los Riberas es la vieja Estefanía, mujer que simboliza la humildad y fidelidad en el tiempo, circunstancias y espacios de la familia, vista en el emocionante encuentro de Alfonso con la antigua criada, Estefanía, en la gran casa caraqueña de los Riberas, era una suerte de presencia amorosa; callada; modesta de la vieja servidumbre merideña. La fiel Estefanía, en medio del lujo nuevo, era la huella permanente de la tierra lejana y el recuerdo vivo de las estrecheces que venció enantes la familia (p.250).
Vital importancia recoge la presencia de la figura femenina de Soledad Solórzano, elegante, culta, de gran distinción y abolengo; pues los Solórzano pertenecían a “los copitos más encumbrados del mantuanaje caraqueño” (p.359). Esta bella joven después de varios encuentros amistosos con Alfonso se convierte en su novia, en “la amada sin par”; relación de noviazgo bajo el gusto y aprobación de ambas familias y si bien, Soledad no superaba en fortuna a los Riberas si sobresalía en señorío social; por lo que Alfonso “tenía que ponerse a tono con el mundo donde habría de moverse su vida futura” (p.359).
Relación amorosa que pronto se convierte en la fastuosa boda apadrinada por el Benemérito General y reseñada notoriamente. Tras ello, una vida de realización de pareja signada por el amor, el respeto, la compresión y la prudencia que definió el proceder de la “sin par” Soledad, quien supo mantener una sana y feliz convivencia, juntos compartían diversos compromisos, eventos, paseos, viajes. Con sabiduría y tolerancia fue instando a su esposo a cambios significativos de prácticas sociales y familiares, “Alfonso Ribera sintió en su interior cómo sobre su voluntad se había erigido una voluntad nueva. Ya él no era Alfonso Ribera de Mérida. En él estaba naciendo otro hombre” (p.396).
En unión a Soledad experimentó el rol de padre con el feliz nacimiento de su hijo Vicente Alejo Ribera Solórzano, como si fuera el primero, y de igual forma el recibimiento de los siguientes tres hijos. Se volvió hogareño y junto a su esposa e hijos disfrutó de una vida próspera, llena de atenciones y fórmulas sociales.
La tercera parte de la novela intitulada El hombre, revela serias confrontaciones de Alfonso con su hijo Vicente Alejo, ya todo un doctor de medicina, con un “profundo sentido y defensa de lo social”. Además de las discrepancias de orden ideológicas que enfurecía y atemorizaba al padre de que llegara a convertirse en un comunista, en su falsa visión del concepto; se presenta la escena narrativa que pone al descubierto la verdad sobre su pasado en Mérida: la existencia de los hermanos bastardos; desocultamiento que por demás, ahora, lleva en sí la accidental aparición de la nieta Yolanda Méndez (hija del hijo bastardo, Luis Méndez), de quien, le confiesa, se ha enamorado y la hará su esposa. Deshonroso hecho de abandono y desprotección sobre el cual lo insta a reflexionar, a obrar y asumir su deber moral “Soy frente a ti tu propia conciencia desnuda. Te digo lo que tú mismo bebieras haberte dicho hace tiempo” (p.542), acusación que desata la ira de su padre, expulsándolo de la casa y bajo la amenaza de desheredarlo; coraje que finalmente le provoca una conmoción arterial con consecuencia en el habla y movilidad.
Es significativo subrayar la digna compostura de Soledad Solórzano ante el conflicto familiar generado, quien con admirable aceptación y defensa le cuenta a su hijo Vicente Alejo que siempre lo supo, desde antes de casarse a través de los anónimos recibidos de la antigua novia Elisa Govea; realidad que silenció por considerar que “A tu padre le hizo falta ilustración para comprender ciertos problemas. Su fondo, en cambio ha sido siempre de una gran bondad” (p.544).
Después de cierto tiempo, Soledad logra conciliar en Alfonso el perdón de su hijo, además de confesarle que ella siempre conoció todo su pasado, dejándole saber que si se lo ocultó fue para no afligirla. Gracias a esta sensible confesión, Alfonso cede la petición de su esposa y le pide que su hijo junto a su esposa Yolanda (nieta) lo visite. Soledad en ese modelo de buena esposa y buena crianza de sus hijas –en elogio de Alfonso- logra finalmente ampliar la visión de mundo y la reconversión espiritual de su esposo … se sentía deseoso de comunicar a los demás los dones magníficos de la vida prolongada de hacer prácticos los frutos espirituales vendimiados en la útil reflexión lograda en medio del fecundo silencio del dolor… -Tú papa´-dijo Soledad- resolvió ayer destinar cuatro millones de bolívares para una obra consagrada a proteger a los hijos sin padres, y quieres que tú des los pasos para la fundación (p.567).
La novela también entrelaza en esta parte, algunas historias que representan la mirada de la mujer de la nueva generación , por ejemplo, la censura a la ligereza de las actuales mujeres casadas, o la estima y valoración de las muchachas de acuerdo a la posición social de las familias, desmontada por la visión de justicia social del joven Vicente Alejo, quien distingue vehementemente ante su padre el comportamiento de desigualdad e improbidad, a través del ascenso de la joven Yolanda en descenso de la prima Lizz Gefahr:
-Yolanda, una muchacha con “cualidades exquisitas de cultura…muy bien educada por las monjas de Santa Rosa de Lima, tiene lo que no tiene mi prima Lizz Gefahr …- La otra es tu nieta. La otra es tu sangre. A mi prima la aceptas en tu casa porque es de la sociedad, porque la alta sociedad le tolera su liviandad…Ella tiene cabida en los altos cuadros, porque es bien nacida, así sea mal vivida. En cambio, tu nieta está condenada a la oscuridad porque tu engañaste y burlaste a su abuela (p.541).
En definitiva, podría decirse que las principales figuras femeninas de la novela Los Riberas, doña Teresa y la distinguida Soledad, damas de sociedad que destacan por sus capacidades y virtudes, representan roles que responden a arquetipos de orden familiar y fórmulas establecidos por la estratificación social de la época, vinculados al pleno desenvolvimiento de la mujer esposa, madre, hija, en un entorno de comodidades, con goce de ciertos derechos y libertades; subordinadas a la demarcación del beneficio y precepto masculino. A diferencia de Anita Méndez, la mujer marginal de la provincia merideña quien, además de su estado de esclavitud, es víctima del desamparo de una vida familiar, en una distinción cultural histórica que la confina al anonimato o simplemente en un ser innombrada.
Estos personajes en su conjunto representan los arquetipos femeninos propios de la sociedad finisecular del XIX y primeras décadas del XX, donde se privilegia la actividad productiva y el poder público de los hombres frente a la conformación de la mujer como “reina del hogar” y dama de sociedad, continuidad de un modelo de tradición cultural. Visión de desigualdad de la mujer que expresa Juliano en una atinada metáfora: “sus aportes forman la argamasa que mantiene unido al edificio social, pero en ese edificio contabilizan sólo las piedras” (Juliano, 2001:158).
Referencias
Diccionario esencial de la lengua española. Real Academia Española. (2006). Madrid-España: Espasa Calpe.
Harding, Esther. (1987). Los misterios de la mujer. Simbología de la Luna. Barcelona – España: Ediciones Obelisco, S. L. Traducción: Ani Fabré.
Higuera Aguirre, Edison. (2010). Negación del ser para el reconocimiento del otro. Universidad Politécnica salesiana de Ecuador.
Juliano, Dolores (2001). El juego de las astucias. Mujer y construcción de modelos sociales alternativos. Madrid: horas y HORAS.
*UNESR-Valera..