Llegamos primero, cuando el cielo aun vestía de naranja. Más tarde me di cuenta que no era el único que miraba con embeleso las maravillosas pinturas que adornaban el auditorio y las genialidades hechas con hierro forjado que forraban sus columnas.
Con 20 minutos de retraso empezó el evento que estaba pautado para las 6:30 pm. Cuando ya todo estaba listo y el auditorio repleto, la Rumana Gabriela Popescu, dio las palabras de apertura, dando gracias al creador y aprovechó el momento para enunciar a las musas griegas, con privilegio especial a Terpsícore (la musa de la poesía coral).
Luego nombró e hizo pasar uno a uno a los integrantes de la coral de la UGA y protagonistas de la noche, que se vistieron de gala; las mujeres con vestidos de noche negro, los hombres con paltós oscuros y con corbatas, preparados para una noche especial.
Sin tiempo para más la experimentada directora dio inicio al movimiento de sus manos, para dirigir perfectamente de aquella Cantata, esa poesía escrita por el Dr. Raúl Díaz Castañeda titulada “Canto a Valera”, una pieza magistralmente combinada con música para entretener y llenar de la historia de uno de los más importantes acontecimientos de la ciudad: la construcción de Iglesia San Juan Bautista.
Los presentes dejaron sus teléfonos de lado; algunos sin parpadear y otros cerraron los ojos, dejándose llevar por el fondo musical de los dos guitarristas, las pausas uniformes que daban paso a la lectura del actor, de las sopranos, de los bajos… por todo.
Cuando las voces se hicieron más tenues en el “Salve ciudad iluminada” y los puños de Popescu se cerraron por fin, el público le retribuyó con una ovación que estremeció el auditorio y no quedó nadie sentado, la obra es una manifestación de amor a Valera, hecha “como fervor de caballero a Dulcinea”.
Luego el Dr. Castañeda, autor de la poesía, manifestó que no creía que su obra fuese para tanta música, exclamó el disfrute de ella como un paso lento. Para pagar de alguna manera, entregó su más reciente libro “Valera dos siglos” a Popescu con una dedicatoria especial.
Antes de que el evento acabara, se tenía que escuchar una canción más, para irse iluminados a casa. Luisana Hernández y la coral dieron voz a “La Virgen de los Ángeles” de Verdi, un broche excepcional que con cada tonada se dejaba disfrutar con un goce insoluble. Tanto se estremeció el auditorio, por segunda vez, que los aplausos hicieron vibrar el lugar.
En la salida del auditorio escuché a muchos de los presentes, conmovidos por la noche llena de arte y talento de la que acababan de presenciar, yo también, pues me fui conmovido e iluminado por la música y por la imponente luna llena que también parecía estar perpleja.