Francisco González Cruz
La pascua de resurrección es la alegría luego del abatimiento, la celebración de la vida sobre la muerte, del triunfo de la esperanza frente al desaliento. “La resurrección, en la concepción cristiana, no es la vuelta a la vida de un cadáver sino la realización exhaustiva de las capacidades del hombre cuerpo-alma. Es la realización de la utopía humana y la afloración del hombre revelado latente en el principio-esperanza”, nos dice Leonardo Boff en “Hablemos de la otra vida”.
La pascua es el festejo del paso de la muerte a la vida de Jesús, luego de su sacrificio por la redención de la humanidad de sus pecados. Es la festividad por la liberación del pecado y sus miserias. También por la expectativa de, una vez liberados, seguir los nuevos caminos del amor, la paz y la justicia.
A esta festividad se llega luego de un largo y complejo proceso de pensamiento y acción, de serena meditación y de duro trabajo, de silencio y de conversaciones, de eventos y palabras. Jesús predicó y actuó para ir despertando la conciencia de la gente sobre de la dignidad de cada hombre y de cada mujer frente al Estado, frente a los ritos religiosos y frente a la sociedad, a la economía y a todo lo demás. Predicó y actuó para, más allá de las autoridades formales religiosas y políticas, se tomara conciencia de la importancia de la bondad frente a toda forma de opresión.
Jesús cargó la cruz de nuestras miserias privadas y públicas y allí murió para perdonarlas y para indicar el camino de la verdad y la vida. Y en la Pascua se muestra luminoso para que todo pueda ser distinto, mejor, para que se desplieguen en toda su magnitud las inmensas potencialidades humanas. Para ello tiene el hombre el libre albedrío y la posibilidad de escoger, a su mejor saber y entender, el camino de la bondad y el camino del mal. También las posibilidades de rectificar, pedir perdón, ser perdonado, y seguir adelante por los caminos del bien o del mal.
Los creyentes en Cristo, que en Venezuela somos inmensa mayoría, profesamos en eso y en la proyección que tiene en nuestra historia de hoy. No en la mera recreación de un evento religioso del pasado, sino en la proyección espiritual que esos hechos tienen en nuestra situación de hoy. Una realidad de pecado que viola sistemáticamente nuestra dignidad como personas humanas, tanto por parte del Estado como de todos los que se solazan en el poder político, económico y social, para mantener unas condiciones que causan mucho sufrimiento a la inmensa mayoría de los venezolanos.
Por eso la lucha de aquí y hoy es una lucha espiritual. Va más allá de un cambio electoral, va a la necesidad de una transformación que ponga en el centro de la vida nacional el respeto a la dignidad de la persona humana, a la vida sobre la muerte, a la justicia frente al crimen, a la honestidad frente a la corrupción, al bien por sobre el mal.
La fe en la resurrección hay que tomarla en su plenitud, en su mensaje trascendente sobre el darse cuenta de las posibilidades del hombre cuando vive en libertad, para su realización y trascendencia. Nuestra fiesta de la pascua florida está próxima, pero hay que entender que este paso, esta pascua, no es un cambio menor, es una transformación profunda para construir la Venezuela posible.
Es posible porque los venezolanos guardamos la virtudes familiares y cívicas que deben manifestarse en esta hora decisiva. Las virtudes que se ven bien reflejadas en un José Gregorio Hernández, que por algo es la persona más conocida y querida en nuestro país.
Por eso la lucha es espiritual, porque representa las fortalezas de los venezolanos, lo mejor del alma nacional. La espiritualidad es el camino para descubrir el sentido profundo de la nacionalidad venezolana, que es la paz, la justicia, el bienestar. Hemos transitado un largo calvario, hemos cometido muchos pecados, los estamos purgando y tenemos el deber de lograr, en cada casa y en cada lugar, los objetivos de la liberación, para merecernos celebrar pronto la fiesta de la pascua de la resurrección.
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