Por: Francisco González Cruz
La pandemia es global, pero se padece localmente. Nació localmente, pero contagia globalmente. Un lugar específico del planeta acunó las circunstancias que le dieron nacimiento a un virus, que primero afectó a algunas personas de esa ciudad y luego se fue extendiendo rápidamente por los alrededores hasta alcanzar en poco tiempo a todo el planeta. El pánico se extendió localmente y globalmente, y las reacciones también han sido globales y locales. La Organización Mundial de la Salud, organismo creado para actuar en casos como estos, recomienda medidas globales, pero cada nación, provincia, municipio, barrio, condominio y hasta cada hogar y ser humano reaccionó de distinta manera. Hoy tenemos resultados globales y locales, y toda una enorme multiplicidad de experiencias que ofrecen desde excelentes resultados tempranos hasta desastres bien advertidos. “Bendito sea el señor que puso la variedad entre sus criaturas” dice una oración hebrea.
En medio de la cuarentena muchos intelectuales piensan, escriben y los medios de comunicación dan a conocer las de los más famosos o conocidos. Y son muy variadas las opiniones, como debe ser en un largo listado que abarca filósofos, literatos, artistas, políticos, escritores, líderes religiosos y muchos otros expertos, pero analizando un buen número de ellos se notan algunas líneas de coincidencia. Por ejemplo, la sorpresa de la pandemia, aunque voces autorizadas de organizaciones y personas lo venían advirtiendo, ¡todos les provocó desconcierto!. Otra es la falta de previsión en la mayoría de las naciones y organizaciones, que nunca tomaron en serio una cosa como esta. Otra coincidencia, esta vez no muy sólida, es que el mundo no será igual luego de esta crisis y guardan la esperanza de verdaderos cambios en el modelo de desarrollo. Hay confianza en que la ciencia y la tecnología llegará a dar con el remedio a este virus, pero no dudan que la ciencia sin ética repetirá, agravada, esta experiencia.
En referencia a qué debe ser global y que local como consecuencia de la pandemia y la cuarentena, existen diversidad de opiniones, desde la creación de una Constitución Planetaria hasta eliminar las naciones y potenciar las provincias y municipios; desde consolidar los sistemas globales de ciencia y los métodos de previsión, hasta localizar los esfuerzos científicos pero articulados mundialmente. Hay quien piensa que casi todo está dicho en los Objetivos del Desarrollo Sostenible y la Agenda 2030, junto con los compromisos sobre el clima.
Cada día aparecen alternativas que lucen muy sensatas o de sentido común. Una que luce muy atractiva para los que creemos en el desarrollo local es que cada lugar de la tierra, cada localidad, asegure a sus habitantes un nivel de bienestar básico, creado por la misma gente (con apoyo global si lo requieren). Esto se traduce en salud, educación, energía renovable (el sol alumbra para todos), servicios, espacios públicos de calidad, un alto nivel de capital social (confianza, relaciones sociales, instituciones saludables) y gobierno local democrático. También abastecimiento seguro de sus alimentos y otros bienes esenciales con base preferiblemente a la propia producción local. Agregaría elementos fundamentales para la convivencia, como la identidad. También cobran importancia los sistemas locales de ahorro y crédito, abandonando los sistemas financieros especulativos tan vinculados a la globalización de la codicia. Los sistemas de información globales como Internet tendrán que ser aprovechados mejor por las propias comunidades locales, generando información propia y articulándose con redes globales de comunidades y compartiendo experiencias y fracasos.
Los gobiernos municipales y provinciales tienen el desafío de atender no solo los asuntos “propios de la vida local”, sino hacerlo con mucha calidad, insertos en la cultura local y pendientes de las competencias y servicios emergentes. Y ser gobiernos abiertos, participativos, promotores del desarrollo local integral. Así mismo garantizar las posibilidades de las conexiones globales del lugar. Se trata de promover un lugar exitoso, pero articulado a las conexiones globales, a los más útil de la globalización, evitando sus perversiones. Está naciendo un nuevo poder local con esto de la “glocalización”, (me gusta más “lugarización”[1]) impulsada ahora por la globalización de la pandemia. Esto exige un nuevo liderazgo cívico y público.
Este enfoque de la lugarización, que lleva a ciudades y comunidades a ser más humanas y significa que las grandes metrópolis se reinventen, como de hecho ya varias lo están haciendo, bajo el enfoque de ciudades sostenibles. También al reforzamiento de las ciudades intermedias y menores. Y dentro de las ciudades a espacios públicos de calidad, donde la gente pueda reunirse a conversar, que es a desplegar su realidad de ser personas humanas.
Los asuntos globales seguirán siendo los sistemas multilaterales de políticas públicas, los sistemas de salud preventiva y la orientación educación básica, la lucha contra la inequidad y la pobreza, la promoción del desarrollo humano, los sistemas de regulación monetaria y financiera, los derechos humanos, la seguridad planetaria y, muy importante, el cuidado de la tierra como un sistema integrado donde todo está interrelacionado. La “Ecología Integral” de nuestra Casa Común del Papa Francisco en la encíclica “Alabado seas”.
Existen algunos temas delicados que la pandemia pone en evidencia que no son tan útiles como algunos creían. Una, la más importante, es la estupidez de la carrera armamentista, el enorme gasto que implica y cuyos recursos deberían orientarse al cuidado de la tierra y al desarrollo humano integral. La teoría del desarrollo desde hace tiempo ha venido insistiendo en lo inapropiado del crecimiento económico como paradigma, sin embargo aún se mide por el Producto Interno Bruto (PIB). Eso debe morir ya definitivamente. Otros es el crecimiento mundial del comercio y la especialización productiva con base a las teorías de las ventajas competitivas y las economías de escala. Cada lugar y cada país debería autoabastecerse en la medida de lo posible, y acabarse esa otra estupidez de mercancías que viajan para allá y para acá, pudiéndose producir allá y acá si no fuera el lucro lo único que las mueve. Y las economías de escala no pueden ser el criterio para la asignación de recursos. La teoría económica hizo ley del dicho popular “más barato por docena”, cuando se sabe que eso no se cumple sobre todo si todas las docenas vienen de pocos proveedores y pocos compradores, y estos no son ni transparentes y fiables como se ha demostrado en la vergonzosa competencia por mascarillas y respiradores.
La incertidumbre es una de los temas en donde existen mayores coincidencias entre los intelectuales, pero la mayoría prevé una reorganización de los asuntos globales, nacionales y locales, con una fuerte tendencia a reducir la globalización del comercio y los intercambios, los viajes, el poder de los consorcios financieros y los monopolios, la lucha contra la inequidad, el narcotráfico y la corrupción. La economía especulativa se verá reducida y con ello crecerá la pequeña y mediana empresa y los negocios locales. Sin lugar a dudas la globalización tecnológica y de la información crecerá exponencialmente, pero las localidades tendrán más fácil acceso a su aprovechamiento.
El lugar de lo local en lo global crecerá exponencialmente, y las localidades deben prepararse para eso.
[1] La palabra “glocalización” evoca que algo global se localiza, y puede ser desde un enclave, una franquicia hasta una agencia multinacional. La lugarización es la inserción de lo local en lo global, sin complejos, aprovechando sus virtudes, traduciendo las ventajas de la globalización a lo local, y ofreciendo lo local al resto del mundo.