La noción de ciudad en dos textos de Alexi Berríos Berríos | Por: Libertad León González

 

  

 la ciudad que despierta cada cien años y se mira en el espejo de una palabra

 y no se reconoce y otra vez se echa a dormir

Octavio Paz

 

Habitamos la ciudad de nuestros orígenes, reconocemos en sus murallas la ambivalencia de los sentimientos encontrados. Algunos sueños alrededor de ella se escinden, otros se alcanzan. Lo importante es que al pasar el tiempo crece en nuestra memoria, la rescatamos como refugio blindado de nuestras batallas, de nuestros anhelos. En definitiva, la ciudad que llevamos por dentro, sea propia o tomada, forma parte del imaginario existencial del humano ser. Tanto así, como las primeras ciudades conquistadas y defendidas como tesoros o aquella reconocida en la poesía íntima y excelsamente derrotada de Antonio Ramos Sucre cuando evoca: “El sol declinante pintaba la ciudad de las ruinas ultrajadas.” O sentirla en la profunda y encantadora poesía reflexiva de Octavio Paz: “la ciudad que todos soñamos y que cambia sin cesar mientras la soñamos.”

El hombre y la ciudad, el hombre y su ciudad son los puntos de encuentro de dos textos del historiador Alexi Berríos Berríos. Los títulos de sus libros, Historia y ciudad (2007), de carácter reflexivo y Otra Valera (2017), como crónica literaria, se constituyen en teoría y praxis de la vida del hombre citadino que habita su lar de origen; el hombre se reconoce entre coterráneos que le han dado sentido a su existencia, compartiendo anécdotas, momentos o, sencillamente, percepciones vinculadas a la misma ciudad de sus ensueños, vivida, recorrida con ahínco.

Lo reflexivo

Alexi Berríos Berríos en Historia y ciudad (2007) sustenta un discurso anterior al de su crónica literaria, Otra Valera (2017) porque sus interrogantes y sus respuestas giran en torno al homus philosophicus, en este caso, el hombre que busca en el discurso hermenéutico el origen, la causa histórica y comprensiva del ser que se interpreta, el sentido de su existencia desde la causalidad del lugar que muy bien pudiera reconocerse como lugarización. En términos heideggerianos va siendo a medida que construye su existencia, también muy cadenasiano en torno al lenguaje.

Por eso, el primer planteamiento de Berríos en su texto reflexivo es la ontología del lugar que se piensa como confluencia de lo individual y lo colectivo, es decir, la convivencia, la posibilidad de reír, de jugar, llamadas por el autor: “marcas etimológica – antropológicas del ser.” (Berrios, 2007, p.17). Entonces devendrá en el hombre el asunto de las dualidades: lo efímero y lo eterno (razón temporal), la alegría y el dolor (razón existencial), la razón y la acción (razón social). Y en este amplio abanico de causalidades de la vida humana se enlazan lo cotidiano, léase también la calle, en términos blanchoteanos y el historicismo del transcurrir temporal y espacial en la vida del hombre, pero, sobre todo, en el devenir histórico de las civilizaciones. La ciudad está allí como reducto del desempeño social de cada individuo, guarda infinitas historias individuales y sociales, con sus hazañas y sus derrotas.

El entorno de ese ser humano, sensible al acontecer de su crecimiento en diferentes edades, descubre el espacio inmediato, llamado por el autor, primer microcosmos, el de la casa que guarda, entre otras bondades, diferentes espacios. El autor los evoca: “girando la mirada al patio que lo llama para volar sin freno. De golpe, escala el árbol buscando mecerse en las alturas y sonreírle al cielo” (óp. cit., p.28). La casa como espacio de libertad, pero también de absoluto recogimiento, como el cuarto, rincón del: “engullimiento humano deslizándose de la razón-emoción […] de la existencia” (óp. cit., p.30). Las cavilaciones del niño y el adolescente en torno a una vida que se va manifestando. Surgirá entonces, para Berríos Berríos, el segundo microcosmos, es el momento de descubrir el afuera desde la niñez hasta la adultez, cada vivencia será un aprendizaje para curtir la piel del hombre que domina su espacio, su lugar.

Y en tanto la ciudad muestra en su realidad los caminos al ser que se interroga sobre sí mismo y sobre su lugar, también la ciudad habla en la memoria colectiva de sus pobladores, en la imaginación del escritor, en las respuestas dadas por la Historia y la tradición, en el juego de palabras propuesto por Huizinga cuando estas palabras, desde el texto, llegan al lector, fundamento certero del círculo hermenéutico. Y en tal sentido, aunque Berríos Berríos se pliega a cierta teoría de Lefebvre sobre la organización y el orden que debería prevalecer en la ciudad, aunque no se cumpla con los cánones preestablecidos, sentencia el autor las discrepancias y encuentros del hombre citadino, del hombre-ciudad a medida que cabalga en el pasado y en el presente para avizorar un porvenir, cierra su texto con la siguiente afirmación: “En última instancia, la historia es un sueño latente en mi ciudad” (óp. cit., p. 50).

 

Las historias en la ciudad

 estamos en la ciudad, no podemos salir de ella sin caer en otra,

idéntica, aunque sea distinta

Octavio Paz

 

El libro, Otra Valera (2017) comienza con la siguiente frase: “Evoco anotaciones dirigidas a rediseñar la ciudad” (Berríos Berríos, 2017, p.13) y a la primera crónica sobre Valera y que llamó, “Recordación futura” comienza Alexi a develar la ciudad humanizada de sus ensueños: “la ciudad estira sus miembros para que las juveniles miradas la descubran en movimientos verticales y horizontales.” (Ídem), el escritor develará, a través de sus historias vividas en la ciudad de sus recuerdos, el significado del terruño y en palabras del habitante que la contempla como poeta y la escudriña hasta los límites del ensueño, dirá Berríos Berríos: “Es costumbre que cuando hablo o escribo de ella me transforme en una de las sombras de lo acontecido. Me basta con decir que soy una quimera citadina que de pronto cae en la realidad.” (óp. cit., p.15).

Uno de los caminos evocados en la ciudad soñada del autor es, precisamente, el de la bohemia compartida entre contertulios amistosos que despejaban las dudas y las incertidumbres del humano ser, que levantaban utopías y declaraban el orden y la justicia social, que declamaban los versos de la mejor poesía de todos los tiempos, en cada tasca escogida por costumbre, en cada celebración propia de una época del año, se disolvían los límites y la fragilidad del hombre y su ciudad. Así lo muestra el autor en sus relatos “Triángulo de las Bermudas”, “Albatros”, “Feria”, “La Chinita”, donde el mayor deseo se entonaba en el tarareo de la canción. “Que no se rompa la noche, por favor que no se rompa”.

Hay en la narrativa de Alexi Berríos Berríos un trasfondo cotidiano del lenguaje, la oralidad irrumpe en momentos puntuales del relato para increpar al lector sobre su sintonía cercana; formas verbales propias del habla entre amigos muy cercanos y en perfecta complicidad y confianza se interpela al lector con alguna palabra, alguna frase, abruptamente, interrumpiendo la historia. Así el narrador utiliza las expresiones: ¿Comprenden?, ¿Se dan cuenta?, Sigo contando. Todas estas marcas del orden discursivo solo pretenden la cercanía familiar de quien lo lee. Proliferación de formas discursivas. El relato como reencuentro y preeminencia del hálito familiar de los amigos en su ciudad, del encuentro con los otros.

Descubrimos en todas las cavilaciones el autor nos invita a volver sobre la poesía de Octavio Paz, particularmente, ese poema extenso, dedicado a su amigo y traductor al inglés, Eliot Weinberger que denominó: “Hablo de la ciudad” y que forma parte de un poemario fundamental del escritor mexicano, Árbol adentro (1987):

 

Hablo, es, como expresión reiterada, una estructura paralela que determina la oralidad del poeta que pronuncia sus verdades a través de su voz, más que leída, escuchada. Preeminencia del valor sonoro de la poesía. La palabra siempre declamada del poema.

Nos encontramos, también, en el libro Otra Valera, con otra serie de relatos de personajes cercanos que conservan la picardía como anti-héroes de la ciudad de los recuerdos y que en su texto Alexi Berríos los denomina: “Avelina”, “Caraquita”, “El zombi”, “Un cura en apuros”, historias locales, de jocosas anécdotas que bien pudieran juntarse con las contadas por Pedro Bracamonte Osuna en su Valera oculta (2019).

Estas historias se complementan con una serie de relatos finales dedicados a instituciones educativas y culturales, tales son: “Taconazo”, dedicado a José Hernández, quien en nuestra ciudad trabajó por la cultura antes de convertirse en el Concejal más joven de Venezuela,  finalizando la década de los 70’ y, luego, convertido en polémico político de la región trujillana y nacional; “Ateneo o casa tomada” es una alusión bien pensada para referir el saqueo propinado a la más emblemática casa de la cultura de la ciudad con la presencia de dos personajes recordados y valorados por los ateneístas, Carmen Montilla y el “caro amigo Pineda”, ambos trabajadores fieles y ejemplares del Ateneo. Finalmente, los relatos “UVM” y “UNESR”, casa de los saberes académicos de la ciudad, emblemas de tradición educativa, tan cercanos como significativos a la vida académica de la ciudad de las Siete Colinas y del autor.

De importante recordación como un hecho que enlutó a la ciudad de Valera resulta la crónica “Un homicida”, relato que nos traslada a la década de los 70’ para retomar el caso de María Donata Viloria Montilla, asesinada el 7 de agosto de 1979. Un hecho que irrumpe como sombra en la historia de la Valera de la época.

Fundamental resulta cerrar estos comentarios sobre las crónicas de Alexi Berríos Berríos, destacando el relato, “Una bomba en el banco” Hay en esta historia que dedica a su buen amigo e historiador, Luis Alberto Gil, encuentros cercanos al don de la amistad que los unió. El personaje principal de la historia se llama Albert, trabaja en un banco, es estudiante de bachillerato y militante del partido comunista. Con Albert se rinde homenaje a Luis, posee características propias del amigo silencioso y tímido que frecuentó durante repetidas y largas noches bajo la luz tenue de un farol de una calle, nutridas tertulias entre amigos. Destaquemos un fragmento alusivo al personaje que inevitablemente nos trae de vuelta al recordado amigo:

Leer las crónicas del libro Otra Valera, compuesta de ejercicios narrativos de predominancia verosímil, se constituye en un grato regreso al pasado de nuestra ciudad. Tenía razón Octavio Paz al cierre de su poema extenso: “hablo de la ciudad, pastora de siglos, madre que nos engendra y nos devora.” (Paz, óp. cit., p.48). Valera con todas sus privaciones y sus bondades es la ciudad de nuestras querencias y nuestros desvelos. ¡Cómo no quererla!

 


Bibliografía:

Berríos Berríos, Alexi (2009). Historia y ciudad, Caracas, UNESR-Tropikos.

(2017). Otra Valera, Caracas,Tropykos.

Paz, Octavio (1987). Árbol adentro, Barcelona, Seix Barral.

 

lenlibertad30@gmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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