La Navidad transformaba el rostro de los valeranos

En estas épocas son mucho lo que comienza  echar para atrás el almanaque para recordar aquellos momentos gratos vividos en la Navidad de otrora. Esos vientos fríos decembrinos hacen que esos momentos regresen a la memoria de quienes disfrutaron días y noches placenteras de aquellos diciembres.

Hoy traemos extractos de una larga conversa con el cronista de la ciudad de Valera, Luis González, una charla retrospectiva de cómo eran esos tiempos, las plasmamos para revivir detalles e historias que se fueron quedando en el olvido.

Indica el cronista que los primeros signos que recuerda fueron un descenso de la temperatura amnistiada por los vientos que se desprendían, muy mañaneros, de sur a norte, por los cangilones de La Puerta, Mendoza, Escuque y aposentaban sus huellas de rocío sobre los techos de las casas, las hojas de los árboles y los capots de los autos. Más adelante, los campesinos de Durí, La Mesa, Timotes El Alto, también compañeros del alba, bajaban hacia al viejo mercado municipal sus cargamentos de musgos, laurel, estoraque, albricias y pascuitas, cuyas fragancias y colorido trasmutaban en fiesta el espíritu de vendedores y marchantes. Diciembre abría sus compuertas arropándolos con el perfume de los sueños en un leve suspiro de aventuras, de despedida del almanaque. La ciudad comenzaba a ser otra. Eran tiempos de la Navidad.

La calle Bolívar

Los frentes de las casas, muchas todavía de palma, se despercudían con azules y blancos. Los negocios de la calle Bolívar – hoy avenida 10 adornaban sus estantes donde se mostraban juguetes, telas, víveres, licores, regalos para satisfacer los requerimientos de la época que se marca con dos nombres de encantamiento: nochebuena y año nuevo. En el liceo o en la escuela todos maduran algún proyecto: recorrer San Lázaro, La Quebrada o Boconó, de vacaciones, para visitar un familiar, un amigo.

Pero la gran aventura que plenaban las expectativas muchas noches de insomnio era el viaje por ferrocarril y la piragua de Motatán a La Ceiba, más allá de una inmensidad de agua nunca vista por un andino. Los pudientes conspiraban otro paraíso: conocer Caracas y el Mar de La Guaira a bordo de un bus de la ARC.

Las imprentas imprimían bellas postales con paisajes nórdicos, de nieve, trineo, alces y pinos o de panorámicas. Se esfundía un regocijo por dar y recibir, y los regalos dan la clave de que la navidad es terreno firme para afianzar los lazos familiares y parroquiales.

Padre Contreras y padre Juárez

En San Juan Bautista el Padre Humberto Contreras y en San Pedro el Padre Juárez, convocan a las autoridades y a las familias de mayor relieve social para elaborar el programa de las misas de aguinaldo que circulaban en volantes o en los semanarios a partir del 15 de diciembre porque la primera misa, a las cinco de la mañana, estaba fijada para el siguiente día donde un grupo de bellas hijas de María entonaban los aguinaldos de órgano, violín, guitarra y cuatro.

En Radio Valera, conjunto Renacimiento que dirigía Luis Guerrero Matheus, por las noches ofrecía villancicos en las voces de Chichilín Briceño y Luisa Febres, y si sintonizaban Radio Trujillo podían arrobarse en los conciertos navideños de Eyisto Delgado, Heraclio Torres, Alberto Aranguren, Oscar Martínez y la Nena Reyes.

Cohetes, convocatorias de cachos, trabucazos y desvarío locuaz de los campanarios en las primeras horas de la madrugada, acentuaban los pasos de la Navidad que le adosaban a la urbe valerana un semblante de paz y los corazones perdían los cálculos de la rutina mercantil para aflorar la magia de la solidaridad y los afectos a partir de un saludo, la invitación a un cafecito o un trago de caña con berros o yerbabuena para atenuar el frío…

Lo espectacular de los pesebres

Los niños, en horas de la noche, visitaban las casas más conocidas para extasiarse en los detalles de mundos insospechados que insinuaban lo espectacular de los pesebres, de perspectivas insólitas a donde las ovejas solían ser mucho mayores que las casas. Hubo personajes como Luis Vielma o las hermanas  Montiel, especializados en armarlos con gran fuerza fabuladora, de formidable despliegue de sorpresas y resonancias poéticas.

En la avenida cinco, a bajos de Plaza San Pedro, Anita Parra deleitaba la visita de sus visitantes a su hogar. Otros de los pesebre celebres en Valera fueron los de, Betina Montiel en la avenida 10 con calle 12 antiguo Banco de Occidente, y en la calle 12 cerca de Muchacho Hermanos, las hermanas del cronista Alberto La Riva Vales ambientaban el lugar con un obra de arte espectacular.

Los vasos de chicha u horchata volaban entre los niños. Los mayores recibían palitos de mistelas y hasta un plato de hallacas, el presente dionisíaco de potentados y humildes. La hallaca es la gran metáfora de la identidad nacional.

Todo se sentía distinto

La Navidad transformaba el rostro de los valeranos. Todos se sentían distintos. Perdían el tono de la distancia. El muro lobuno.

La presencia de la navidad, imagen terrena de Dios con su cornucopia maravillosa de encuentros y convivencias, deviene en paz interior y se contagia en todos aquellos que sienten la «buena voluntad» para la reconciliación.

El Niño llegó volando en su caballo de viento sobre una noche llameante entre palos de mistela. El amor nos abre sus secretos. Dios y el hombre, y una misma cosa. El hallazgo de Bretón; un punto de luz – la Navidad – donde convergen los perplejos y los que aman.

En La Valera de otrora la Navidad era otra cosa, se tenía otro concepto.

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A DON LUIS

Este estrega de hoy sobre la Navidad en Valera, se la dedicamos a Don Luis González, acucioso periodistas, cronista e investigador. La vida le premia por sus dotes de hombre presto a mantener viva la historia de nuestras raíces. Por todo lo que nos ha brindado, un eterno agradecimiento. Que Dios le siga dando salud para mantenerse de pie por mucho más tiempo. Ya son 93 abriles.

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Las portales de Salvador Valero

El relato de Luis González apunta que  la librería «Escolar» del Dr. Arandia en la esquina de la calle Páez, Salvador Valero, fotógrafo y articulista de los semanarios, dejaba en consignación sus portales que reclamaban los parroquianos para los pesebres, donde el sapolín, las anilinas y la pintura recogían las escenas bíblicas del parto del Niño Jesús en lecho de paja frente a los ojos dormidos de una mula y un buey que la hábil mano del tierno Salvador tenía en coletos y creaba los mirones, en aquella etapa maravillosa de la infancia – un clima de respeto, ministerio y poesía en torno del Nacimiento. En esos burdos lienzos el pintor de Escuque resumía dos mil años de cultura de occidente grata de esencialidades cuando nos adelgazan los acordes nórdicos de «Noche de paz» ahora tropicalizados por un anhelo de universalidad ajenos de frontera y racismos. Salvador Valero recogía en sus pinturas las escenas bíblicas del Niño Jesús.

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Escenas de leyenda del Cinelandia

El Cinelandia proyectaba películas sobre la persecución del Niño Jesús por parte de Herodes, adobadas con las escenas de la leyenda en torno a los magos que deambulaban bajo los brillos de una estrella matutina, heraldo de la anunciación del Mesías. Por un sendero de dunas tres Reyes vienen cansados con sus ofrendas a cuesta. Donde brillaba una cuarterita de aguardiente. Uno de los entretenimientos de la gente joven constituyó las apuestas con su teatralidad de la picaresca: palito en boca, híncate cotín, preguntar y no responder, etc.

A la salida de las misas de aguinaldo, antes de las seis de la mañana, los jóvenes pasean alrededor de la plaza de sweter o ropa gruesa, otros grupos se iban a pie de paseo o a pie por los aledaños de Valera; los que disponían de auto, se aventaban hasta Mendoza, La Puerta, Escuque, Sabana Libre o Alto. De tales caminatas y paseos que salieron noviazgos que solían concluir en boda. El Cinelandia proyectaba las persecuciones contra el Niño.

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