La frustración opositora, truncada en odio sempiterno por la persistencia en la derrota frente al chavismo, es solo un lado de una moneda que por la otra cara tiene el rostro de la mayor suma de felicidad posible. Pero no la que Bolívar estableció en el Congreso de Angostura como norma fundacional de la República y que el comandante Hugo Chávez elevara en su momento al rango de luminosa consigna revolucionaria.
Esa otra mayor suma de felicidad es la que experimenta el opositor de a pie cada cinco años (en promedio) cuando por alguna sorpresiva y siempre inusitada circunstancia, la voz del ansiado triunfo antichavista se pone de moda en las filas de la oposición ante el surgimiento de un nuevo mesías contrarrevolucionario, y comienzan a batirse entre ellos las ínfulas de supremacía que con tanta arrogancia y desparpajo destilan hasta por los poros de las orejas, hinchados de la satisfacción como todo un César entrando a Roma después de acabar con los espartanos.
“¡Ahora sí!”, se gritan entre ellos mismos, ya no como el convencional consuelo de miserables al que se han acostumbrado, sino como el clarín que anuncia el logro de la conquista definitiva del Olimpo.
“¡Ya están listos!”, se responden en medio de una tísica euforia, y acotan dichosos de la narcosis emancipadora: “Vamos bien!… Tic, tac… Tic, tac…” cuando en realidad lo que han hecho es fracasar de nuevo.
No importa si ya lo dijeron infinidad de veces y después no pasó nada. La alegría llega a ser tan palpitante que el infortunio que siempre le sucede al arrebato no tiene la menor importancia.
Nadie, absolutamente nadie comentará jamás en las filas opositoras el fracaso. Ninguno aceptará tan siquiera la posibilidad de haber fallado en pronóstico alguno. Todos se harán los locos y seguirán su camino como si nada, hasta que, por alguna razón otra vez inesperada y sorpresiva, un nuevo mesías asome en su maltrecho paisaje de sempiternos derrotados.
Al final, su felicidad más perdurable ha sido la muerte. La muerte del comandante Chávez. La muerte de los jóvenes que ellos mismos mandan a incendiar las calles. La muerte de quienes queman vivos para usarlos luego como horroroso argumento político por el mundo.
Quizás por eso ansían tanto las miles de muertes que causaría una invasión extranjera.
*Comunicador e investigador.