Lo pequeño sostiene al universo. Lo particular puede cambiarlo. Es el lugar vital unido a mi cordón umbilical terrícola. Es el lugar y la manera de comunicarme con el mundo desde ese lugar. Si el lugar que soy yo en ese lugar está escindido la relación se hace insidiosa, pueril, vacía. La relación en este orden es conflictiva. Las técnicas de división ideológica permiten un terrible descreimiento en el otro. No creo en el otro puesto que no es. Los grandes proyectos ideológicos mediáticos nos han conducido a un quiebre trágico de la comunicación cotidiana. Este quiebre tiene un elemento común, y es lo que lo hace trágico. Lo ideológico es ya incapacidad para convivir con el otro que no es lo que yo soy.
La responsabilidad histérica de los jefes ideológicos-mediáticos es enorme. Nos han llevado al odio en largas batallas por el poder. Esas enormes estructuras discursivas colocan como fin último, encubierto la mayoría de las veces, la aniquilación del opuesto. Aniquilación en todos los órdenes. El otro, el reverso, el distinto, el crítico, el vacilante, si adopta algún criterio contra lo que yo soy-somos debe ser aniquilado o convertido. Se muestra, así de sencillo, una enorme incapacidad para convivir. Bocas irresponsables. Por ellas hablan el inteligente odio, transmitido y reproducido. Guiones para convencernos de aniquilar al otro. Así, tales jefes mediáticos de auditorios multitudinarios, nos han llevado a una compleja guerra de exterminio de la convivencia y de la diversidad. Jefes con mucho poder en la difusión, y expanden (en nombre de un nosotros confrontado y dividido) todo tipo de justificaciones para sus actos.
Estamos atrapados en una enorme red cultural que nos tendrá peleando por el resto de los siglos si no la rompemos desde la sabiduría de la convivencia. Una red letal, contaminante que nos prohíbe hasta pensar con voz propia. Una red que nos une bajo la trágica paradoja de dividirnos. Una red cuyos protagonistas, a distancia mediada, televisada y en-red-dada nos dicen qué debemos hacer, sentir y comer. Gente buena hay en todas partes. Me refiero a las formas de poder que han roto, aquí y en todas partes las diversas formas culturales de convivencia.
Entonces, ante las diversas formas culturales de división y crisis de pueblo, debemos reinventar desde comunidades concretas todas las formas culturales de un convivir enceguecido por el amor humano que garantice las dos comidas fundamentales, las del espíritu y las del cuerpo. Un convivir desde el amor, no como forma publicitaria o eslogan electoral donde predomina el odio ideológico. A este último aspecto lo he llamado “paraideología”. Y a la capacidad de vivir en comunidad, concreta, localizada, la he llamado “ineidad” como fuerza cultural particular de convivencia. La cultura sería entonces el tejido de los cordones umbilicales, en cuanto que lo pequeño sostiene el universo y lo particular lo cambia.
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