Nadie tiene el derecho de decidir por el pueblo. El pueblo no ha ejercido el derecho de decidir por sí mismo, no lo han dejado, no ha logrado esa capacidad de ser a sí mismo poder popular. De la campaña histórica contra la república, a pesar de ser “un aparato cultural representativo”, no se había visto tal resultado como el de ahora. Sin pueblo y sin república pareciera ser síntesis macabra y dura. La consigna popular el 19 de abril de 1810 era ¡Si el pueblo quiere, el pueblo puede! A lo largo de la historia nacional ha habido sendos movimientos populares. En las últimas dos décadas, se ha ofrecido espacio político para que se exprese este poder y al parecer ¡el pueblo no quiere!
En 1902, durante el bloqueo a Venezuela por parte de “algunas potencias extranjeras”, la burguesía caraqueña envía una carta al embajador de los Estados Unidos pidiéndole su mediación para que sus intereses se mantengan, los de los burgueses. Este es el año que marca la intervención directa de los yanquis en los asuntos de esta nación ¡Si la burguesía quiere, el imperio puede!
Un imperio necesita de un pueblo imperialista. Una revolución necesita de un pueblo revolucionario. Pueblo, en este aspecto histórico, es la capacidad de acercarse, por encima de traumas y divisiones, para hacer grandes cosas por la vida, por la humanidad, por nosotros mismos.
Quiero dejarles estas palabras de un libro apenas terminado: Empecemos o comencemos por no afirmar o negar nada. La primera condición es la de acercarse, y acercarse significa aprender a no generalizar, reconocer que somos particulares diferentes que tenemos en común la disposición a no generalizar, afirmar o negar.
xpresiones como “yo soy”, “tú eres”, deben replegarse para darle paso al magnífico popular aquél que dice “por el camino se arreglan las cargas”. Las generalizaciones, afirmaciones o negaciones generan hostilidades comunes que conservan las distancias e irrespetan las diferencias. Esta filosofía recorre al mundo, su nombre más terrible y conservador es “globalización”. Esta mirada es la forma más terrorífica para desmoronar el mundo interior de los animales simbólicos y arrastrarlos a un lenguaje unificador, sin derechos particulares para decirse desde la invención, el sentimiento, la intensión personal, pasa por la disolución de lo personal, desmonta lo social como el gran obstáculo comunitario para imponer la mentira anti-utópica de lo globalizado.