Si en este país mandara el bolivarianismo, ya desde hace rato marcharan miles de milicianos fuertemente armados con fusiles automáticos y tabletas canaimas para combatir al enemigo colonialista que masacra a todo un pueblo que creyó en la república dirigida por Evo. Y todas sus proclamas, pasando por Ecuador y llegándose hasta Chile se encabezarían con la gloriosa frase “Un ejército de hermanos ha venido a liberaos…” Desde la espalda del sur se prepararían las barcazas que llevarían por miles los refuerzos populares que en nombre del ejército continental de liberación comandados por Antonio José de Sucre y Ernesto Ché Guevara derrumbarían las defensas militares dirigidas por el General Pablo Morillo, jefe de la cuarta división del sur que tiene como propósito la segunda reconquista de América. Por otro lado, abandonando temporalmente sus labores, los generales independentistas Visconti e Izarra atacarán inmediatamente a la aviación boliviana que osó agredir a un pueblo desarmado para desalojarlos de una estación de combustible. El mazo de la liberación golpeando al enemigo real, histórico, tangible y poderoso. Me levanto temprano y escribo este fragmento que bien podría ser parte de la edición sabatina del Correo del Orinoco. Tomando café, en el tercer sorbo, aparece mi amigo José M. y aclara “La colonia sigue viviendo en la república”. Como en el quinto sorbo propone que el poeta Luis Brito G. debería dirigir un programa de televisión entre semana como de unas seis horas para explicar las antiguas y actuales memorias de las luchas anticoloniales y cómo las clases dominantes no han dejado de ser dominantes y esos asuntos de aquí y de allá.
Mis manos aprendieron a escribir por sí mismas y debo hacer un acuerdo con ellas para conectarnos con los demás, tener lo que voy a llamar aquí “conciencia de la comunicación”. Entonces acordamos escribir para intercambiar palabras con el mundo, conversar pues. Conversar libremente, participar desde lo que pensamos que es y puede ser el sempiterno conflicto de la existencia humana y la búsqueda y construcción cotidiana de un mundo mejor. Pensar libremente es luchar contra el autoengaño, correr el riesgo, ponerse en evidencia para desafiar el engaño que, como realidad simulada, controlada, convencionaliza los símbolos, los superficializa ocultando su carga simbólica real. Así, la república reacomoda el sometimiento colonialista, lo encubre bajo la clásica disputa entre democracia y dictadura sometidas al fuero dominante del neoliberalismo donde se crea un espectro de derechos justamente para que no exista el derecho concebido como jurisprudencia social. Así, la constitución se convierte en un problema de poder y no de derecho.