La mudanza del encanto/ Dolor en las manos

 

Uno de mis lectores me pregunta en trujillano ¿ya escribistes la mudanza? No, le respondo, me duelen las manos. Se extraña por mi respuesta y debo aclararle no sé cuáles palabras debo escribir de tanto para escribir. Las palabras se trabajan con las manos comprometidas, casadas con las palabras. Cualquier palabra no se puede decir sin trabajarla, podrían hacer un gran daño, crear un prejuicio, herir. Son como las rudas manos del sembrador que ama la tierra. Recuerdo enseguida un verso de un poema escrito hace años, días después de tener un accidente: “Dios/ con sus rudas manos de agricultor/ me apartó de la muerte”. Me duelen las manos porque de ellas trato de extraer la verdad para ayudar en lo pequeño, en lo singular. Ayudar es ayudarme a comprender en esta dolencia espiritual del mundo. La peor crisis es la espiritual, la íntima, la personal. Esta tiene su proyección hacia afuera, hacia la del mundo. También recuerdo ahora, en este tecleo de palabras “sin memoria personal no hay memoria colectiva”.

A los dueños de los discursos grandilocuentes, pienso, no le duelen las manos. Hablan sin conocer a quienes les hablan, hablan a los convencidos, a quienes se les parece a ellos. Hablan a sus feligreses. Un poder por encima del espíritu. Hablan y hablan, no conversan. Hablan como máquinas sin espíritu, perfectas, invisibles, hablan y dicen lo que debemos ser sin dejar rastros humanos, sin debilidades. Hablan desde el culto sublime a los salvadores, seres maravillosos, perfectos, dioses egoístas dueños absolutos de las armas salvadoras. Hablan del pueblo al que le duele tanto las manos.

Desde arriba, o “arribas” será mejor decir, viene la gloria salvadora. Trump es el salvador, Maduro es el protector. Seres maravillosos, tremendos, invencibles. Hablan para decirnos que son lo que son. Son unos habladores que hablan, dictan las pautas que pautan. Hablan aquí y allá como si nada. Hablan de ganar, hablan de poder, hablan y hablan. Hablan por ellos, hablan por nosotros. Son los dioses que hablan y hablan de guerra y hablan de paz. Y otros, más cerca, hablan como ellos, hablan y hablan. Hablan de paz, hablan de guerra, hablan y hablan y no les duele las manos.

Hablan y hablan, periqueros de la palabra. Nos quieren salvar. Dioses mediocres que no les duelen las palabras. Dioses yanquis, pitiyanquis, patiquines, patiquinsitos. Dioses imperiales, protodioses. Diositos y dioseros que pretenden salvarnos. Pero, no les duele las manos.

inyoinyo@gmail.com

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