La Mocotí y su bautizo de sangre en 1892 / Por Oswaldo Manrique

Sentido de Historia

 

 

Fueron cuatro días de machetazos y tiros, a diestra y siniestra. Cuatro días de barbarie, que revolcaron a las familias trujillanas en un infierno.  Trujillo, <<Se puso casi todo en armas, la prolongación de más de veinte años de mando de los Araujo y Baptista permitía que casi todos sus habitantes fueran adictos a aquel nepotismo>> (Crespo, 27), el ejército godo era de tamaño considerable, de campesinos sin tierras, mezclado con terratenientes y caudillos codiciosos.

Durante esos días, los devotos no pudieron disfrutar en el templo de San Pedro Apóstol de Jajó, ni en la capilla de Durí, la celebración litúrgica de los Pasos de Jesús, ni la procesión, ni los cantos, ni la semana santa, al contrario, lo que el pueblo pudo conocer en carne propia fue el camino a la muerte, sin estaciones, fue cuando los conservadores vivieron su propio calvario. En esas horas los curas, sacristanes, seminaristas, novicios, las devotas, las cofrades y el pueblo campesino tendrían su propio viacrucis.

Fue una revuelta promovida por la ambición de los caudillos del bando “Lagartija” y el de los “Ponchos”, particularmente estos, que se resistieron a la ascensión de los liberales locales a las posiciones de gobierno, aun siendo producto de los métodos de selección legal, de ese momento.

Ganando el general José Manuel Baptista, la Presidencia del Gran Estado de los Andes, en las elecciones de 1890, el clima de inestabilidad política, se fue acentuando cuando en Caracas eligen al Dr. Raimundo Andueza Palacios como Presidente de la República. Al vencer su periodo de gobierno y dar a conocer que seguiría en el poder, los llamados “ponchos” o “godos” trujillanos  rechazaron su decisión continuista.

La violencia era el pan de cada día en todos los lugares y hogares de Trujillo. La gran mayoría de los reclutados en los páramos de nuestra comarca y las vecinas, fueron a integrar las tropas oligarcas, defensoras de los gobiernos regionales conservadores de la familia Araujo-Baptista, los llamados “Ponchos”, pero en esta ocasión, estos, se alzaron contra el continuismo del Presidente Andueza, aliándose a la rebelión del general Joaquín Crespo, “Taita” Crespo, valioso dirigente político liberal.

La coyuntura nacional, también sirvió a los molestos habitantes trujillanos  y a la dirigencia de los liberales “lagartijos”, para emprender una guerra contra la hegemonía de los terratenientes oligarcas en el poder y el gobierno regional. La pelea, con fachada nacional, envolvía un asunto provincial, entre los terratenientes conservadores (Ponchos), y los terratenientes liberales (Lagartijos); eso se traduciría en un enfrentamiento de los caudillos del clan Araujo-Baptista, y los del clan de los González Pacheco.

No sabían los pocos habitantes de La Puerta, luego de la expulsión dada a los indígenas Bomboyes, que en la última década del siglo XIX, con sulfurante conflictividad política,  en su tranquilo espacio de sementeras, se desarrollaría como parte de un esquema preliminar de enfrentamiento entre hermanos, entre familias, una batalla campal, que lo dejaría ensangrentado.

El martes Santo 12 de abril de 1892, comenzó a desarrollarse una devastadora y sangrienta batalla contra la Reelección Presidencial y a la vez, contra la hegemonía regional de los “godos”.

Las fuerzas nacionales, legalistas y anduecistas, al mando del general Diego Bautista Ferrer, tomaron las ciudades de Trujillo, Boconó y Valera. Contando con unos 800 hombres, confiando en superioridad numérica y mejor armados, se fue a atacar a los “ponchos” alzados, en su propio patio. Las tropas de ambos bandos rompieron fuego en la Mesa de Jajó, la vanguardia de los liberales sufre una grave derrota al tratar de desalojar a los godos de su propia tierra. Varios pueblos vecinos, como Durí, La Mesa, Jajó y Timotes, fueron hostigados y sitiados por las fuerzas liberales del general Diego Bautista Ferrer y el general Rafael González Pacheco.

Ordenó a sus tropas de gobierno  que estaban  en Valera y Trujillo, y la que él traía del estado Lara, avanzar por el camino que bordea el río Motatán, cruzarlo y dirigirse a atacar a Jajó, el sitio símbolo del poder de los Araujo y donde estaban concentrados los rebeldes, y es derrotado. Pareciera que el plan de combate era tenacear a los “Ponchos”, con el grueso del ejército de gobierno que partiría de Valera, otra falange de refuerzos vendría desde Mérida, y el tercer frente, tomaría “El Portachuelo de La Lagunita”. Habían llegado tropas liberales de Lara, del Centro y de Coro comandadas por los generales Diego Bautista Ferrer, Rafael Planas, Pedro Arteche y Antonio Zuleta, armados con fusiles Remington lo más avanzado de la época. Sus compañeros liderados por Pedro Linares, Francisco Paredes y Rafael Montilla Petaquero, tomaron el camino del páramo de La Puerta como una posición estratégica. Ferrer y su ejército días antes, lograron vencer a las montoneras de los oligarcas en Carache, gracias en gran parte a la acción valiente de Montilla Petaquero.

El miércoles Santo 13 de abril de 1892, los «Ponchos», liderados por el general José Eliseo Araujo, el coronel Sandalio Ruz y otros, se concentraron en Jajó para enfrentar a los “Lagartijas”. Ferrer ordena a sus subordinados echar el resto, pero hubo un asalto final de los «Ponchos» sobre las fuerzas del gobierno, sangriento hecho que dejó varios oficiales muertos.

Los enardecidos araujistas, se estrellaban contra las trincheras liberales, y su jefe el general José Eliseo Araujo, que también lo era de la revolución contra el continuismo, les gritaba <<echen pa’lante muchachos, un tiro y al machete>> (Gabaldón: 110). Las tropas de Ferrer en su mayoría eran de Mérida y Lara  y uno de los motivos de los oligarcas, era que enfrentaban << a los imprudentes que se han atrevido a hollar con sus plantas su suelo regional>> (Gabaldón: 110). Seguramente, los liberales,  pensaban someter en dos fuegos a los alzados trujillanos.

Los araujeros,  responden batalla disparando; con el conocimiento del terreno, bien emboscados y en constante movilización de grupos, sus horas de tiro lograron ventaja, cuando van al remate de los “lagartijos”, persiguiéndolos desaforados, unos por La Joya, en El Horno, y en Tafallés, se encontraron con las trincheras y tiros de los liberales.

El jueves Santo 14 de abril de 1892, se retiraron los gubernamentales por la Cuesta de La Mocotí, subida intrincada, boscosa y sinuosa.

Entre Tafallés y La Mocotí, se echaban 2 horas a pie y 1 hora en bestia. El general José Eliseo Araujo, hombre de campo, sabía muy bien que había que acabar de cuajo con el problema y  les insiste a su escuadra de indios macheteros, que fueran sobre Ferrer, con eso se acabarían las aspiraciones de los liberales por tomar el poder en la región y no se dejarían dudas del triunfo de los “Ponchos”, los triunfadores en la persecución le dieron unas cargas a machete, pero la acometida resultó infructuosa.

En horas de la tarde, Ferrer  más aliviado por los refuerzos de Montilla, se mete en una de las viviendas de bahareque, para protegerse, casa del liberal “Maese” Felipe Uzcátegui, campesino en La Mocotí.

El viernes Santo 15 abril 1892, a eso de la 1 de la madrugada se produjo un asalto a la casa de Uzcátegui, donde está resguardado Ferrer y sus oficiales. En la oscuridad de la noche, el Comandante es sorprendido; le llegan a su campamento y un indio de Jajó, le da un severo machetazo y de un  tajo le hiere la mano; tuvo suerte que uno de los jóvenes de su guardia logró salvarlo y lo puso en lugar seguro; por lo que el general liberal, viendo el salvajismo de sus perseguidores y que no había posibilidades de resistir el ataque oligarca, decidió la rendición.
El  general Pedro Linares que también está herido de machetazo pero en el abdomen, en medio de un dantesco cuadro de sangre, se molesta ante la orden de rendición. Presencian esto, los generales Francisco Paredes, Pedro José Maya y el oficial Montilla. El Dr. Gabaldón  en su narración de los hechos, señala que  <<Ahí se le unieron cómodamente sus reservas venidas de Trujillo y Valera y con la ayuda que le presentaron…Rafael Montilla, mejoró su dificultosa situación >> (Gabaldón: 110).  Desde Valera,  Montilla y otros oficiales, habían tomado como puesto  de importancia estratégica del ejército liberal, un lugar conocido como “El Portachuelo de La Lagunita”, jurisdicción de La Puerta,  desde donde observan las fuerzas  oligarcas y deciden también atacar, bajan a La Mocotí, donde descargan sus armas.

 

 

Y llegó el Tigre para la matanza final en La Mocotí

 

Al enterarse de la rendición, observando esta dramática situación, Montilla y sus mestizos e indígenas, salen de la casa refugio de Ferrer no aceptando pasar por la vergüenza de la sumisión y viendo  al general Pedro Linares, que también herido se encontraba  en el suelo, sin vacilación ninguna decidió asumir la jefatura de la batalla y en lugar de acatar la orden de rendición,  dio una decidida y corajuda contraorden y se fue con su columna de campesinos e indios sobre los macheteros araujistas y en un encierro los encallejonaron, piquete que llegaba, piquete que liquidaban; le faltó tiempo para seguir quebrando cabezas oligarcas con su fusil, lo que sorprendió a estos, huyendo los que quedaron con vida,  en el  contraataque logró derrotar  a los “Ponchos”.

En su acción, dejaron escuadras de hombres heridos y asustados,  otros muertos. La sangre y pedazos de manos, brazos, cabezas surcaban las curvas y los bordes de aquel  decimonónico camino de los Timotes. Algunos lograron salir del encierro y alcanzar “El Portachuelo”, desesperados por escapar de la matanza y subir al Páramo de las Siete Lagunas, pero también fueron víctimas del encarnizado combate, allí quedaron sus restos, junto con caballos y bestias heridas, pedazos de fusiles, bayonetas, machetes, espadas, lanzas,  espuelas, tabaco, cajetas de chimó, casquillos, riendas, enjalmas, y los sombreros de los caídos.

Montilla, mañaneando, inteligenciado en que la lucha es a fondo contra los oligarcas, y empoderado con lo que repitió varias veces en su vida, que, los mestizos como él, <<no se retiran nunca cuando tienen la victoria en la mano>>, lanzó la feroz y encarnizada orden a su piquete,  de carga a plomo y machete.  A él, no lo motivaba el hecho de la guerra ni adquirir charreteras, sino que el triunfo de los oligarcas, era el triunfo  de la continuidad  opresiva de los terratenientes, lo que produciría graves consecuencias para los campesinos trujillanos.  En su avanzada, les gritó a sus macheteros: “A pelear muchachos, rendirnos es la muerte”,  fue el suficiente y oportuno aliciente para aquella tropa campesina para arrollar y triunfar sobre las fuerzas de la oligarquía araujista, reconociendo al auténtico comandante de los campesinos: el indio Rafael Montilla Petaquero.

Las tropas legalistas y godas, integradas en su mayoría por humildes campesinos trujillanos, sorprendidas, fueron cayendo, algunos decapitados,   los que se salvaron retrocedieron y huyeron ante aquel brutal contraataque de los “Lagartijos”. El maestro trujillano D’Santiago, escribió que en el contraataque, ordenado por este novel comandante a sus hordas de asalto, de embestir al enemigo a machete, con mayor arrojo, se abalanzaron sobre sus coterráneos en feroz y sangrienta lucha, cuerpo a cuerpo y con la decisiva herramienta. Montilla <<se vio precisado a utilizar la culata de su Remington como arma contundente>> (D’ Santiago, Págs. 216 a 223); en la circunstancia la usó para aplastar cabezas. Su ejemplo, guió a sus guerrilleros campesinos, a convertir en victoria,  una clara derrota.   La Batalla fue decidida por esa carga a machete ordenada por Montilla. Sabía que rendirse era la muerte segura, porque los  “Ponchos” no iban a dejar vivo a ninguno de ellos.

En la acción campal de Jajó-La Mucutí-El Portachuelo, las tropas afectas al “León de la Cordillera”, comandadas por sus hijos, pusieron en práctica fingir la retirada para obligar a las fuerzas del gobierno liberal a que los persiguieran, para luego aprovechar, virar, retroceder y cargar a machete cuesta arriba y liquidarlos. Una adaptación andina, de la táctica paecista de “Vuelvan Caras” usada en las “Queseras del Medio”, que hizo mucho daño a los ejércitos realistas, y  que practicó el general Juan Bautista Araujo (padre) y el coronel Sandalio Ruz, en su tiempo.  Pero eran tropas no preparadas militarmente, montoneras reclutadas en las montañas, que no acataban las órdenes de retirada y lo que sobrevino fue el espontáneo “Sálvese quien pueda” y salieron en desbandada, presos de terror, huyendo hacia la Vega de Timotes y se escabulleron hacia Mérida, incorporándose a las fuerzas de la revolución contra el continuismo en Los Andes.

Montilla, había cerrado cualquier  posibilidad de escape por las dos rutas, La Cañada, Los Pavones, Garabulla y Las Mesas de San José o hacia las Siete Lagunas;  a los “Ponchos” sólo les quedaba como vía de escape, regresarse y coger el camino de La Joya, hacia Timotes, para refugiarse en Mérida.  El escritor trujillano Emigdio Cañizales,  apuntó en su trabajo sobre esta batalla, lo siguiente: <<las fuerzas de Baptista le hacen frente a Ferrer. En el viejo camino de Trujillo a Timotes, está la Cuesta de la Mucutí>>, se refiere al angosto, sinuoso y largo camino que en aquella época, conectaba desde La Puerta  al Portachuelo de la Lagunita, tomando  hacia la izquierda está La Mucutí, vía por donde se llega a Tafallés, al Horno y La Joya, a pocos minutos de Timotes.

En su particular exégesis, Cañizales, biógrafo del general Gabaldón, agregó este dato interesante: la utilización de una pieza de artillería de fabricación alemana,  <<El cañón “Continuista” tronado por el general Francisco Paredes, ayuda a decidirlo en favor de los Lagartijos. El nombre de Rafael Montilla…lo requiebran los páramos y comienza la leyenda del “Tigre de Guaitó”>> (Cañizales Guédez,  102). Arturo Cardozo, escribió: <<empieza a ser disparado un pequeño cañón en las filas nacionales>> (Cardozo, 238). Sobre este punto, el montillero Dr. Fabricio Gabaldón, en su narración de esta batalla,  no mencionó el uso de esa arma, ni esa circunstancia,  en la  batalla; considero que era difícil el acceso y transportar ese tipo de armas, por esa Cuesta.

Finalmente, las tropas de Ferrer lograron vencer a los «Ponchos» en una batalla que causó numerosas bajas en ambos bandos.

Desde el amplio espacio de “El Portachuelo de La Lagunita”,  el Estado Mayor de las fuerzas legalistas liberales, convirtieron a “La Mucutí” en un lugar de muerte, allí quedaron tendidos más de 200 seres, expuestos como festín de las aves y demás animales de rapiña (Gabaldón, F, 112 y 113).

Imagen de portada: Mango de una bayoneta usada en esta batalla, cortesía del vecino Ramón González Carrizo, descendiente del general Federico González y pariente del coronel Sandalio Ruz, es habitante de La Mocotí.
Venideros el 12, 13, 14 y 15 de abril, que conmemoran el 132 aniversario de lo que se puede denominar como el bautizo de sangre humana de La Mocotí, justo es el recordatorio de este verdadero acto de fratricidio en nuestra historia regional; fueron cuatro días de continuo plomo y machete, luego de esto, se impuso algo de orden y estabilidad. La Puerta, espera la erección del monolito conmemorativo de este y otros hechos de sangre ocurridos en este sitio. Los gobernantes tienen la palabra.

 

 

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